El sueño de Stradivari

TEMPORADA 2023-2024 PALAU DE LA MÚSICA. Orquesta de València. Pierre Bleuse (director). Antoine Tamestit (viola). Programa: Obras de Ravel y Bartók. Lu­gar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: 1400 personas. Fecha: jueves, 14 diciembre 2023

Pierre Bleuse

Ni en sus mejores ensueños el lutier Antonio Stradivari hubiera soñado que la primera viola que construyó en su vida -en 1672- iba a seguir sonando 351 años después. Menos aún del modo que se escuchó el jueves en el Palau de la Música, en las manos ideales de Antoine Tamestit (París, 1979), uno de los grandes de la viola contemporánea y de la historia de la viola. El eminente solista francés, comenzó el jueves su “residencia” en la Orquestra de València con una de las obras capitales y más dramáticas del repertorio: el Concierto para viola y orquesta que Bartók intentó concluir ya en sus últimos días, en el verano de 1945. Fue una interpretación cuyo virtuosismo, verdad y belleza sonora fueron marco del genuino sentido expresivo que  Tamestit, tan supremo artista como excelso instrumentista, otorgó a su interpretación referencial.

Quizá Stradivari, desde su tumba bajo la Piazza de Roma de Cremona, haya escuchado y emocionado con cómo sonó en València su primera viola “stradivarius” en manos de Tamestit, y encima con una obra tan inimaginable en su tiempo como el concierto de Bartók. También con cómo se abrazó al violín sobresaliente del concertino Enrique Palomares, cómplice en el dúo bartokiano (el “Dúo del Mosquito”) con el que Tamestit quiso responder al entusiasmo unánime del auditorio. La calidad de Palomares, como músico y violinista, abandera el momento dulce que atraviesa la sección de cuerdas de una orquesta crecida, y que poco o nada tiene que envidiar a la mayoría del resto de orquestas españolas.

La actuación de Tamestit se produjo envuelta en un programa ambicioso y comprometido. Cargado de peligros y exigencias, con tres “monumentos” sinfónicos como Le Tombeau de Couperin, y la Rapsodia española, ambas páginas de Ravel, y la suite de El mandarín maravilloso, de Bartók. Al director invitado, el francés Pierre Bleuse (1977), le vino grande tan enjundioso programa, al que no basta la corrección y el “ir juntos” para sacar a flote su novedosa naturaleza sinfónica y expresiva. Ya desde los primeros compases de Le Tombeau de Couperin quedó evidente que el aroma y “gusto barroco” que alienta esta obra y del que habla Nieves Pascual con certeras palabras en las notas al programa, iba a quedar ausente. El “multitudinario” dispositivo orquestal -más straussiano que couperiniano– parecía una declaración de intenciones de tan cuestionable planteamiento. 

Tampoco el fastuoso retablo hispano que es la Rapsodia Española fue más allá del apabullante virtuosismo orquestal raveliano -ya se ha hablado del “dulce” momento que disfruta la OV-. Hubo, sí, ciertos solos e intervenciones de calidad remarcable en algunas secciones -percusión, trompetas, trompa, cuerda, concertino…-, pero faltó fondo, forma y anhelo expresivo. El genial “Preludio a la noche” careció de misterio y nocturnidad, tanto como la “Malagueña” de sabor popular y la “Habanera” de magia métrica. La opulenta “Feria” final, con sus ravelianas mareas sonoras, fue lo mejor de esta rapsodia tan poco rapsódicamente dicha por el director y violinista galo. Igual al soñador Stradivari le hubiera gustado… Al público, desde luego. Y, a tenor de los aplausos, mucho y hasta muchísimo. ¡Pues fenomenal! Justo Romero.

 Publicado en el diario Levante el 16 de diciembre de 2023.