Crítica: Orquesta de Valencia, Medios encantamientos
Medios encantamientos de Miércoles Santo
ORQUESTA DE VALÈNCIA. Viviane Hagner (violín). Alexander Liebreich (director). Programa: Obras de Pärt (Fratres), Berg (Concierto para violín, “A la memoria de un ángel”), Haydn (Sinfonía número 44, “Fúnebre”), y Wagner (Parsifal: “Preludio”, “Encantamientos de Viernes Santo”). ¬Lu¬gar: València, Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 900 personas. Fecha: miércoles, 13 abril 2022.
Todo iba sobre ruedas. La Orquestra de València, en particular su cuerda, sonaba admirablemente. Habían tocado un Fratres de Pärt inmaculado; el acompañamiento del Concierto de violín “A la memoria de un ángel” de Berg casi subió al cielo, y la comprometida Sinfonía Fúnebre de Haydn sonó con calidades inimaginables hace solo unos meses, incluidas las pertinentes trompas naturales de Santiago Plá y Juan Pavia. Pero un pinchazo final rompió el sortilegio. Volvieron acostumbrados deslices, carencias instrumentales, imprecisiones y desajustes en lo que, paradójicamente, se supondría que sería el territorio más confortable para la Orquestra de València: la inmensidad de Wagner, con un nada místico “Preludio” de Parsifal y unos poco cristianos “Encantamientos de Viernes Santo” cortos de encanto y sutilezas. Fue el Miércoles Santo, con un Alexander Liebreich que, pese al patinazo parsifaliano, hizo maravillas en el resto de una actuación ejemplar, de sentido énfasis místico, como mandan estos días semanasanteros.
El programa era de alta exigencia. Pergeñado con criterio, sensibilidad y oportunidad. Alexander Liebreich deja cada día aún más claro el acierto de su nombramiento como titular. Si la orquesta alcanzó niveles inéditos en el concierto del viernes en la Salle Graveau de París, en esta ocasión, y salvo el bache de Parsifal, volvió a sonar con precisión en un programa de compromiso y riesgo, particularmente para la cuerda, que se recreó en una versión de Fratres que indagó sus pianísimos envueltos en largas notas tenidas tan propios del universo que distingue el naíf “minimalismo sacro” de Arvo Pärt. Liebreich dibujó la música y sus recónditos detalles con refinamiento de orfebre y sentido de genuino maestro.
Fratres fue liviano y perfecto preludio del conmovedor y turbador Concierto para violín de Alban Berg, estrenado en la Barcelona republicana de 1936, en el Palau de la Música Catalana, tocado por Louis Krasner y dirigido por Hermann Scherchen, en el marco del Festival de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea. 19 abril 1936. ¡Tiempos de vanguardias masacrados por la dictadura golpista! Pocos conciertos para violín se han escrito de tanto calado emotivo como el de Berg, marcado por el dolor de la muerte de su adorada “Manon”, la hija de Walter Gropius y Alma Mahler, a la que quiso como un padre, y que falleció en 1935. Naturalmente, ella es el “ángel” al que rinde memoria el título y el concierto; Mutzi, como tiernamente la llamaba Berg.
En esta ocasión, la solista ha sido la muniquesa de ascendencia surcoreana Viviane Hagner (1977), que empeñó su virtuosismo expresivo en una visión cuya interiorizada calidez y ardor emocional rompen cualquier prejuicio antidodecafonista. Contó con el acompañamiento atento y cómplice de un Alexander Liebreich que clarificó y dosificó con pericia los nutridos registros, detalles y evoluciones de la policroma masa orquestal. Fue una versión de las que llegan al alma. Tras ella, era difícil escuchar nada. Quizá solo Bach. “Muchas gracias. Bach”, dijo entonces escuetamente la solista en medio del éxito. Y regaló, y toco maravillosamente, la “Siciliana” de la Primera sonata para violín solo. Afuera, seguía lloviendo a cántaros. En todos los sentidos. 2022. ¿Viernes Santo? “¡Mas armas a Ucrania!”, reclaman y ordenan unos y otros, pero pagamos todos. Justo Romero
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