Las palabras de Miguel Ángel Gómez-Martínez a Antón García Abril
Antón García Abril: La música con capacidad de emocionar
A Antón García Abril le conocía de toda la vida. Era profesor en el Real Conservatorio de Música de Madrid, cuando yo solo era un imberbe estudiante. Pero nuestro primer contacto profundo tuvo lugar en 1995, con ocasión de un concierto que dirigí a la Orquesta Nacional de España, en el que se interpretaba su Concierto nº 1 para pìano y orquesta, y en el que intervenía como solista Leonel Morales. También fue la primera vez que dirigí su obra.
Siempre aprecié la música de García Abril. Y siempre pensé que era mucho mejor compositor que algunos otros, entonces mucho más famosos y apreciados que él, por el simple hecho de considerarse más vanguardistas, más “modernos”, más “progresistas”… ambiguo concepto tan en boga, normalmente atribuido a toda música no melódica. Puedo dar fe de que alguno de estos últimos dominaba la técnica de composición magistralmente, pero también de que los que la dominaban eran los menos.
Antón tenía un dominio perfecto de todas las técnicas de composición. Sus melodías, sus armonías, sus giros en acompañamiento de las melodías principales, su dominio del contrapunto, su técnica de orquestación, su rítmica, todos estos son elementos totalmente característicos de su personalidad como compositor, que hace que su estilo, como el de todos los grandes maestros, sea perfectamente reconocible en cuanto se escucha alguna de sus obras. Y me estoy refiriendo a sus grandes obras sinfónicas y líricas, porque una de las principales acusaciones que sus enemigos se ocuparon en verter despreciativamente contra él fue alegar que su obra es mera “música de cine”. Lo que es la envidia. Ya quisieran muchos tener su fantasía creativa, tan desarrollada como para hacerle capaz de escribir música “pegadiza” para películas y series de televisión, a pesar de ello de una gran calidad, y al mismo tiempo obras de la envergadura de su Memorandum, su Celibidachiana, sus conciertos para piano y orquesta, sus obras para otros solistas y orquesta, para canto y orquesta, o su ópera “Divinas Palabras”… Ya quisieran muchos tener su capacidad de emocionar.
Desde aquel concierto mantuvimos mucho más contacto personal. Estrené algunas de sus obras y las llevé a ciudades y orquestas muy importantes fuera de España. A través de aquellos primeros encuentros comencé a conocerle mejor en su aspecto humano. Nuestra amistad fue creciendo y nuestro apoyo mutuo en momentos importantes fue bastante significativo. En época más reciente se incorporó a nuestra relación mi esposa con quien desde el primer instante mantuvo una comunión especial en ideas y creencias, incluso en afectos y repulsiones compartidas. Para mí es muy importante la calidad humana de los artistas y las características personales de Antón me produjeron siempre el efecto de reconocerle un mérito aún mayor. Como casi todos los genios, era humilde, pese a su enorme valía, o mejor dicho, precisamente por ella. Era tierno, noble, simpático y “muy buena gente”.
Le voy a echar mucho de menos. Me había acostumbrado a esperar su nueva próxima creación, que siempre iba a ser un nuevo individuo musical, aunque con su estilo personal inconfundible. Ya no será posible. Y tampoco nuestros encuentros entrañables, nuestras conversaciones inundadas de entendimiento, de nuevas perspectivas, de antiguas experiencias. He perdido a un amigo querido, admirado, importante para mí. Pero aún más triste es que el mundo ha perdido un artista genial.
Su música le refleja, le describe, le trasciende y le representa. Su música le mantendrá entre nosotros para siempre.
Miguel Ángel Gómez-Martínez
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