Pérez Sierra: Lisonjero debut
LISONJERO DEBUT
Obras de Verdi, Musorgski y Scriabin. Orquesta y Coro Nacionales. Director. José Miguel Pérez Sierra. Auditorio Nacional, Madrid. 20 de noviembre de 2016.
Se presentaba ante la Nacional este joven madrileño (1981), que nació a la dirección de la mano de Alberto Zedda y Gabriele Ferro y cuya carrera ha progresado gracias a la fuerza de una vocación en cuya formación intervinieron también personalidades como Gian Luigi Gelmetti en Siena y Colin Metters en Londres; y particularmente Lorin Maazel, de quien aprendió, en Valencia, a flexibilizar el gesto, a dotarlo de energía y al tiempo de suavidad. Lo hemos podido preciar en este concierto, que se abría nada menos que con las “Cuatro Piezas Sacras” de Verdi, de extracción y parentesco en buena medida operísticos, aunque ligadas a la tan especial religiosidad verdiana, que requiere tanta brío como intimidad.
La delicada “Ave Maria”, “a cappella”, con un coro bien afinado, fue delineada casi con exquisitez. Los unísonos del “Stabat Mater” sonaron plenos y la batuta consiguió elevarse con fuerza hasta el dramático clímax. La afinación fue menos exacta y el empaste no tan afortunado en “Lauda alla Vergine Maria”. Rotundos los hombres en la entrada, “a cappella, sensa misura”, del “Te Deum”, que tuvo una recreación tan variada como lo exige su heterogénea escritura, que combina, y lo dice bien en sus notas Eva Sandoval, “desde el gregoriano hasta la escritura operística, pasando por la policoralidad veneciana o el contrapunto barroco”.
Hubo, no obstante, “tutti” algo espesos, necesitados de una mayor clarificación, así el de la gran frase “sanctum quoque Paraclitum Spiritum”. Algún pequeño desajuste y lo confuso del fugato no restan mérito a la recreación. Magnífico el cierre en pianísimo. La batuta clara y el gesto musical del director se desenvolvieron bien en la interpretación, eficaz, certera, adecuadamente ritmada, con pasajeras borrosidades, de “Una noche en el Monte Pelado” de Musorgski, en el arreglo de Rimski-Korsakov. El “Poema del éxtasis” de Scriabin fue expuesto con los adecuados vaivenes y la pigmentación tímbrica exigida. No se logró la total diferenciación de planos ni la sensualidad fraseológica deseable, pero se obtuvo una regulación dinámica muy notable. El “crescendo” postrero, tras la monumental acumulación acórdica anterior y las milimétricas retenciones del “tempo”, fue dibujado magistralmente. Arturo Reverter
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