Pésaro: dos lujosas reposiciones
Pésaro: dos lujosas reposiciones
Festival Rossini de Pésaro.
Gioachino Rossini: La Pietra del Paragone
Marina Monzò (Donna Fulvia), Aurora Faggioli (Baronesa Aspasia), Aya Wakizono (Marchesa Clarice), Maxim Mironov (Cavalier Giocondo), Gianluca Margheri (Conde Asdrubale), Paolo Bordogna (Pacuvio), Davide Luciano (Macrobio), William Corrò (Fabrizio). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orchestra Sinfonica Nazionale della RAI. Dirección musical: Daniele Rustioni. Dirección escénica, decorados y vestuario: Pier Luigi Pizzi.Producción: Rossini Opera Festival (2002). Pésaro, Adriatic Arena, 20–VIII–2017.
Gioachino Rossini: Torvaldo e Dorliska
Nicola Alaimo (Duca d’Ordow), Salome Jicia (Dorliska), Dmitry Korchak (Torvaldo), Carlo Lepore (Giorgio), Raffaella Lupinacci (Carlotta), Filippo Fontana (Ormondo). Coro del Teatro della Fortuna M. Agostini. Orchestra Sinfonica G. Rossini. Dirección musical: Francesco Lanzillotta. Dirección de escena: Mario Martone. Decorados: Sergio Tramonti. Vestuario: Ursula Patzak. Producción: Festival Rossini de Pésaro (2006). Pésaro, Teatro Rossini, 21-VIII-2017.
Las otras dos producciones del ROF han sido reposiciones de montajes ya conocidos, pero tratadas con categoría de estrenos. La Pietra del Paragone es una sofisticada comedia de corte goldoniano y pensada para La Scala de Milán, donde fue creada el 26 de noviembre de 1812, en la que el protagonista prueba la verdadera fidelidad de sus amigos en los momentos más comprometidos (de ahí el título de la obra, esa “piedra de toque”), y en ella apreciamos ya ese sentido para los personajes que dará lugar al magistral Barbiere di Siviglia, unos años posterior, y de la que esta deliciosa pieza puede considerarse en muchos aspectos un claro precedente. Pier Luigi Pizzi, con su proverbial elegancia y buen gusto, ha situado a la ociosa sociedad que por aquí deambula en una villa moderna, en una versión que también pudo verse hace unos años en el Real madrileño, bajo la conocedora y entusiasta batuta de Alberto Zedda.
Casi todos los cantantes de ahora procedían precisamente de la Accademia Rossiniana que él cuidaba con tanto esmero (y que muy merecidamente lleva desde este año su nombre), en los que claramente hay que aplaudir una juventud que irá madurando con el tiempo y cometidos más exigentes. Como en la valenciana Marina Monzò, una estilizada Donna Fulvia que fue justamente aplaudida tras su aria, o en la mezzo japonesa Aya Wakizono, en una Marchesa Clarice de bello timbre y buenas maneras (quizá algo limitada en el grave), como las que exhibió el tenor ruso Maxim Mironov en el Cavalier Giocondo. En el papel estelar del Conde Asdrubale, el barítono Gianluca Margheri, aparte de lucir sus encantos, tuvo que luchar contra una tesitura que requería de una voz de más cuerpo (vocal, se entiende).
Paolo Bordogna probó su profesionalidad y sus tablas en el repertorio bufo como el “falso poeta” Pacuvio, y Davide Luciano fue posiblemente el más aclamado como el periodista Macrobio (lo que aprovecha Rossini para hacer una divertida sátira de la prensa y su conocida aversión al medio, puesta de relieve en tantas ocasiones y hasta “blanco” del argumento de La Gazzetta). De nuevo el Coro del Teatro Ventidio Basso de Ascoli Piceno estuvo excelente, al igual que la Orchestra Sinfonica Nazionale della RAI, al mando del ágil y musical Daniele Rustioni, contribuyendo entre todos a esta deliciosa recuperación de una puesta en escena que tiene ya 15 años pero resulta tan fresca como el primer día.
Final feliz tras múltiples sufrimientos
Muy diferente, en el estilo y en el espíritu, es el tercero de los títulos, Torvaldo e Dorliska. Creada en el Teatro Valle de Roma el 26 de diciembre de 1815, es decir, justamente un año antes del mencionado Barbiere -que vería la luz también en la capital romana y para la que contó con el mismo libretista, el prestigioso poeta Cesare Sterbini-, la obra pertenece al género semi-serio, tan en boga en su tiempo, desde la Nina de Paisiello hasta La gazza ladra del mismo Rossini o Linda di Chamounix de Donizetti, con su mezcla de figuras serias y bufas y su feliz desenlace tras múltiples vicisitudes. Aquí, la derrota del tirano, en un final a lo “Fuenteovejuna”. Está situada en la entonces tan exótica Polonia y trata el tema de la liberación del marido cautivo por la valiente esposa.
La obra fue recuperada en 2006 bajo la batuta de Víctor Pablo Pérez, y existe tanto en CD como en DVD. El equipo vocal no ha desmerecido del de entonces. Nicola Alaimo, que parece haber recuperado la voz -y la oronda figura- frente al Don Geronio del Turco de 2016, fue un Duque de Ordow justamente perverso. La soprano rusa Salome Jicia, tras su Elena de La Donna del Lago, parece establecerse en las heroínas sufrientes rossinianas. Como ya lo ha hecho en este repertorio su compatriota, Dmitry Korchak, quien tuvo que luchar contra una escritura nada cómoda (defendida en la anterior ocasión por el tenor Francesco Meli, muy lanzado por la Aida de Salzburgo). Carlo Lepore es un gran bufo, que además demostró su profesionalidad al cantar con un brazo “en cabestrillo” debido a una caída, y magníficos también los dos elementos de la Accademia Rossiniana, Raffaella Lupinacci en la criada Carlotta y Filippo Fontana en el general Ormondo. Todos ellos se beneficiaron de la excelente y cercana acústica del Teatro Rossini.
Al frente del Coro del Teatro della Fortuna M. Agostini de Fano y la Orchestra Sinfonica G. Rossini, Francesco Lanzillotta ofreció una lectura vital y sin altibajos en la tensión dramática. La puesta en escena de Mario Martone no es muy atractiva visualmente, con los decorados realistas y un poco de “cartón-piedra” de Sergio Tramonti, pero al menos cuenta bien la historia. Un verdadero (re)descubrimiento.
Para el próximo año (la edición nº 39, a punto de cumplir ya sus cuatro décadas de vida) se anuncia la vuelta del peruano Juan Diego Flórez en Ricciardo e Zoraide, en un nuevo ‘duelo’ de tenores con el norteamericano Michel Spyres, así como las reposiciones de la irregular Adina y el original Barbiere di Siviglia de Luca Ronconi. Rafael Banús
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