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Carmen al aire libre, razones de un fracaso
Enciso
Por Publicado el: 06/08/2004Categorías: En la prensa

Plácido vence al ‘chip’ sobre la Arena

Plácido vence al ‘chip’ sobre la Arena

El tenor madrileño se sobrepone a la ira del público por el fallido espectáculo multimedia ideado por Franco Zeffirelli, triunfa y termina cantando un himno compuesto por su propio hijo

RUBEN AMON. Especial para EL MUNDO 06-08-2004

El carisma y la voz de Domingo redimieron la suerte de un espectáculo fallido y pretencioso en la Arena de Verona. Zeffirelli lo había apadrinado como si fuera un acontecimiento, pero tuvo que esconderse lejos de la iracundia popular.
Aquí se viene a cantar». La sentencia vociferante de un vetusto melómano obtuvo el aplauso de los espectadores circundantes.Habían pagado la entrada para escuchar a Plácido Domingo, de modo que contestaron vehementemente las interrupciones multimedia que aparecían a caballo de las arias y las romanzas.

Abucheos, pitos, insultos. La Arena parecía una plaza de toros incendiaria, un estadio futbolístico de 15.000 almas en agitación, pero el oficio, la voz y el carisma de Plácido Domingo consiguieron invertir la inercia apocalíptica. Hasta el extremo de que le concedieron media hora de aplausos y terminaron por olvidar los desmanes del primer tiempo: «Plácido, Plácido, Plácido», coreaban los tifosi desde la grada circense.

Así cambió la suerte de La corona de piedra, sobrenombre retórico y pretencioso de un espectáculo mitad tecnológico mitad pastelero que pretendía emparentar los teatros romanos del Mediterráneo a la luz de las velas de Verona. El problema es que los espectadores no transigieron de ningún modo con los videoclips y los productos enlatados, que rellenaban la pantalla gigante del escenario cada vez que se ausentaba la figura totémica del señor Domingo.

La idea inicial consistía en recorrer a través del vídeo la arqueología y el folclor de Pola (Croacia), Palmira (Siria), Efeso (Turquía)…Más o menos como si fuera una estomagante imitación del festival de Eurovisión, pero la rebelión popular y los chillidos se llevaron por delante las buenas intenciones artísticas de Franco Zeffirelli.Y es que el cineasta italiano había decidido apadrinar semejante experimento sin percatarse de las filias y fobias de los tifosi veroneses. La ópera es la ópera. El video es el vídeo. El directo es el directo. El diferido es el diferido. Así es que nada de confundirlos, se decían los espectadores de la Arena sin miedo a perder la compostura. Incluidos los alemanes abotargados en esmoquin, los turistas en bermudas del gallinero y los escépticos voluntarios de la Cruz Roja.

El espectáculo estuvo a punto de naufragar. A punto porque los mentores de La corona de piedra decidieron cambiar sobre la marcha el rumbo de los acontecimientos. A costa, incluso, de sacrificar la intervención que el propio José Carreras había grabado en el teatro de Tarragona inspirándose en la Andaluza de Granados.

No se emitió porque los espectadores amenazaban con organizar un altercado y querían la música en vivo. Como siempre. «Aquí se viene a cantar», decía con autoridad un tipo vociferante del gallinero. Y le hicieron caso, porque la inquietante pantalla de vídeo desapareció del escenario en beneficio de una alternativa conciliadora: el coro y la orquesta de la Arena de Verona, a las órdenes del maestro Sutej, interpretaron el Va pensiero de Nabucco.

Fue entonces cuando comenzaron a encenderse en el graderío romano los mecheros y las lamparillas. Un ritual colectivo y silencioso que se contagia al compás de un incendio benigno y que representa una especie de aprobación, de comunión aquiescente.

El mérito fue de Plácido Domingo. Tuvo que cambiarse cuatro veces de camisa para sobreponerse al calor, a la tensión y la humedad de la noche, pero el esfuerzo vocal y las dotes actorales hicieron buena fortuna. Especialmente cuando las arias en juego -Le Cid (Massenet), Sansón y Dalila (Saint-Saëns), La arlesiana (Cilea), La tabernera del puerto (Sorozábal)- le permitieron exponer la pirotecnia de los agudos. Ahí se ganó al público.

Fue una actuación intensa, profesional, inteligente, aunque Domingo compareció en el anfiteatro romano con todas las medidas de precaución al alcance de la mano. Es decir, que en lugar de cantar a pelo, como es costumbre y precepto en la candente Arena, prefirió aprovecharse de la megafonía y dejarse oír a través de los altavoces.

El recurso no pareció molestar demasiado a los aficionados veroneses.Entre otros motivos porque Plácido goza de un estatus de indulgencia que se ha ganado sin fisuras a la luz de 40 años de carrera.

Ahora tiene poder, manda. Se nota porque la gala mediterránea de Verona le sirvió de excusa para insistir en la cruzada personal de la zarzuela y cuidar los intereses familiares. De hecho, el espectáculo de anteanoche finalizó con la interpretación de un himno a Verona en clave olímpica compuesto por su propio hijo.

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