Por una vez los críticos casi de acuerdo en
Pues sí… por una vez, casi, casi…
ABC
Una caricatura
de «L’Italiana»
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
Puesto que el Teatro Real es de todos hay cierta lógica en ver un día a Lulú y otro a la Italiana. Al fin y al cabo es lo mismo. Philip Gossettt, especialista en temas rossinianos, dejó escrito que «por muy diferentes que puedan parecer, la Isabella de Rossini y la Lulú de Alban Beg tienen en común la misma facultad de seducir a los hombres». Aquel que dude del entrecomillado puede comprobarlo en el programa del Teatro de la Zarzuela de 1994. También en el que ahora edita el Real, donde «L’italiana in Algeri» se ofrece hasta el 18 de este mes. Nada menos que una «ópera normal», como bien señaló un espectador en el estreno de ayer.
Sin duda se refería a que en ella pueden escucharse detalles de noble y vieja cantabilidad en la magnífica voz de Vesselina Kasarova cuyas maneras algo sofisticadas, su oscura personalidad vocal y el dominio de la agilidad y la expresión la convierten en una protagonista única. Imponente el «Per lui che adoro» o «Pensa alla patria». También a Carlos Chausson, impecable en las maneras, el tono y el acento. Una vez más, una agradable garantía. Incluso, se admirará a Michele Pertusi, algo delgado pues le falta anchura, o a Maxim Mironov un tenor de admirable corrección y pusilanimidad.
Hasta aquí, de acuerdo con el buen espectador, quien, sin embargo, omitía algo interesante como es que esta ópera además de normal es «giocosa» y a poco que se haga con gracia hasta hilarante. Porque en este detalle se tuerce lo esperado ya que el maestro Jesús López Cobos de puro estilizar deja a Rossini en los huesos y temblando, lo que obliga a fijarse mucho para no desperdiciar el talento de tan notables intérpretes. Acompañados minuciosamente, eso sí, pero sólo acompañados. De ahí la mortecina sinfonía de entrada, los apagados concertantes, lo sosito que queda el Coro de la Comunidad o la inmensa tristeza del «Pappataci» que tantas alegrías podría llegar a proporcionar.
Los Comediants (Joan Font) lo saben y es en ese punto y en el «Pensa la patria» donde echan el resto de su talento escénico, aunque también midiendo las fuerzas y centrados en su estética colorista, cándida, evocadora e infantiloide. ¿Posible? Por supuesto, aunque le falte soltura en el movimiento escénico que tan buen resultado podría dar en el final del primer acto. De manera que, ya como cierre, únicamente queda añadir que de una aburridísima «Lulú» magníficamente representada hemos pasado a una divertidísima «Italiana» aburridamente resuelta. El público decide
EL MUNDO
ÁLVARO DEL AMO
Esta farsa desenfrenada, desvergonzada,con todos los ingredientes del más espumoso y tonificante refresco, comprobamos hoy que se adelantó a su tiempo. Lo bufo galopa valientemente hasta alcanzar algo así como la formulación
de un teorema, una ecuación festiva con dos incógnitas, la libertad y
la alegría. La velocidad de una invención pletórica cruza todas las barreras, se salta cualquier obstáculo; nadie echará de menos los sensatos ingredientes de una función convencional, como la coherencia psicológica o el respeto a
una mínima verosimilitud.
Aquí estamos en el terreno o, quizá mejor, en la estratosfera del delirio que se alimenta de sí mismo, paladeando la exactitud de las matemáticas e invitando al oyente espectador a, durante un rato, perder la cabeza, olvidarse de la mecánica sórdida de la realidad para identificarse, apabullarse, animarse
con la pirotecnia de tan fulgurante artificio. Drama jocoso lo llamó su autor, sin poder sospechar que sentaba las bases de formas futuras, como la opereta, la comedia musical, el cabaret, e incluso el teatro del absurdo. Este diamante, no precisamente en bruto sino tallado por un orfebre magistral, necesita una interpretación musical luminosa y dinámica, unas prestaciones vocales capaces de cumplir con la exigente partitura; asimismo, se presta a
un tratamiento escénico imaginativo, abierto a la travesura.
El montaje estrenado en el Teatro Real responde ampliamente a tales
necesidades. Jesús López Cobos comunica la música, recreándose en sus calidades melódicas, al tiempo que ejerce de firme y riguroso concertador,
tanto de una orquesta entregada como de un reparto donde abundan los conjuntos; las voces distintas suenan integradas en la endiablada complicación de la pieza sin perder la personalidad, la presencia y el brillo que corresponden a cada una. Cabe un brío más chispeante y distendido, pero nada
puede objetarse de una precisión que no renuncia en absoluto a la facundia
de lo festivo.
Joan Font y sus Comediants demuestran una gran sabiduría teatral; no fuerzan los fáciles recursos de lo bufo, no abruman con jueguecitos ni guiños inútiles; ofrecen un espectáculo que cabría llamar canónico, tomando a broma todo lo que allí aparece y desaparece, pues estrictamente nada sucede.
Los aludidos conjuntos, férreamente controlados desde el podio, son inteligentemente tratados escénicamente creando verdaderos
microcosmos de tensión dramática, que evitan la rigidez de unas figuras
que cantan en fila. Consiguen asimismo que el reparto actúe, desde la graciosa intención de los papeles más pequeños, bien servidos por las españolas Davinia
Rodríguez y Angélica Mansilla, hasta los protagonistas, cabales intérpretes.
Maxim Mironov es un joven tenor de tesitura muy adecuada para Lindoro; Carlos Chausson vuelve a apropiarse de personajes como éste, que resuelve con la
técnica del especialista; el Mustafá de Michele Pertusi tal vez habría
precisado una mayor contundencia vocal. Vesselina Kasarova hace una Isabella intachable, dúctil actriz y experta cantante que domina el secreto que explica el magnetismo irresistible de la despachada italiana: la combinación de un sólido registro grave con las acrobacias de la coloratura, o lo que es lo mismo, la mezcla de la fortaleza de carácter con la más exquisita feminidad.
LA RAZÓN
A falta de sal y pimienta
“La italiana en Argel” de Rossini. M.Pertusi, V.Kasarova, M.Mironov, C.Chausson, B.Quiza. D.Rodríguez, A.Mansilla. Coro de la Comunidad de Madrid y Orquesta Titular del Teatro Real. J.Font, dirección de escena. J.López Cobos, dirección musical. Coproducción con el Maggio Musicale Fiorentino, el Gran Teatro de Burdeos y la Huston Grand Opera. Teatro Real. Madrid, 1 de noviembre.
El Teatro Real profundiza en los contrastes con el segundo título de su temporada. Tras el drama de una mujer fatal como Lulu, llega la picardía de una fémina “sabelotodo”, que también da ciento y raya a los varones que la rodean, pero de otra forma y, desde luego, no termina destripada sino fugándose con el hombre que ama. De la música inquietante de la “Lulu” de Alban Berg se pasa a la amable y chispeante de Rossini y de la puesta en escena, un tanto sobria –inteligente pero ininteligible para neófitos-, al colorido de la escenografía de Joan Guillén y la comicidad que intenta crear Joan Font. Está bien que el público pueda degustar una u otra –¿y por qué no ambas?- según sus preferencias.
Podríamos decir que “La italiana en Argel” es la primera gran ópera cómica de Rossini como “Tancredi”, estrenada pocos meses antes (1813) lo es entre las serias. Era casi la predilecta de Stendhal. Año fructífero por tanto que encontraría remate cómico en “El turco en Italia” muy poco después y, a tres años vista, estaba ya “El barbero de Sevilla”. La partitura deslumbra por su ingenio y vivacidad en un alternar de difíciles arias con gran cantidad de concertantes en los que Rossini dejaba ya plena muestra de su personalidad, derrochando poderío en los fantásticos “crescendos” y “strettas”.
La escena mantiene como principal elemento de referencia el mar, ese mar que supone la única salida para regresar a la patria, evocada por variados detalles, como un cañón en forma de enorme botella de Chianti. Se trata de una puesta en escena con pretensiones de alegría y vivacidad sin acabar de redondearse ya que, sobre todo en el primer acto, le falta el salero que reclama la música pero, la verdad, es que en estos tiempos se agradecen luz y colorido. Los personajes se encuentran perfilados dentro de sus estereotipos, los cantantes actúan comedidamente y nadie del público tendrá necesidad de leer previamente un tratado filosófico para saber qué quería contar el director de escena.
López Cobos llevó la obra al disco en 1997, se sabe la partitura y la dirige con seguridad y precisión, si bien podría pedirse un mayor desenfado y chispa en la dirección de una orquesta y un coro a su nivel habitual Vesselina Kasarova es una baza que no cubre todas las expectativas, quizá porque no sea el papel más adecuado para una voz de su gravedad y entubamiento, si bien mejora mucho en la cavatina y el rondó. El Lindoro de Maxim Mironov peca de blandura a causa de un instrumento que correría mejor en un teatro de menores dimensiones. Michele Pertusi resuelve las muchas coloraturas de Mustafa, sin que se pueda evitar añorar los tiempos pasados de un Ramey. Afortunadamente hay en escena, en el segundo acto, alguien como Carlos Chausson, capaz de adueñarse de ella vocal y teatralmente en un Taddeo de lujo. Por su lado, tal y como expresa la parte, Elvira está a un paso de romper los tímpanos a Mustafá. Una representación amable que no complica ni produce deserciones, pero tampoco entusiasmos y que podía haber volado más alto Gonzalo Alonso
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