Pregón de Giancarlo del Monaco en el Viñas
Pregón de Giancarlo del Monaco en el Viñas
Agradezco mucho a mi querido amigo Miguel Lerín el honor de haberme pedido pronunciar el pregón inaugural del Concurso Internacional de Canto Francisco Viñas 2018. Se trata de un acontecimiento que desde su fundación en 1963, por iniciativa del doctor Jacinto Vilardell, casado con la hija del famoso tenor, ha sido y es motivo de gran orgullo para el Gran Teatro del Liceo y la ciudad de Barcelona, y ha supuesto la consagración a la celebridad y éxito para muchas generaciones de cantantes. Esta intervención me ofrece, no solamente la posibilidad de expresarme sobre un tema que me apasiona de forma particular, sino que estoy seguro tiene un gran significado para todos aquellos que aman la ópera. Y en el ámbito personal es como un cierre final de aquellos largos paseos por la Ramblas que hacíamos Miguel y yo durante los períodos de mis producciones en el Liceo, hablando de la voz y la técnica vocal, un argumento que siempre nos ha afectado profundamente.
Yo tengo la ópera en los genes y durante mi carrera he llevado a cabo, creo con éxito, la dirección escénica y puesta en escena de diez producciones operísticas en el maravilloso coliseo barcelonés. Es el mismo dónde mi padre, todavía al principio de su carrera y tras una controvertida “Gioconda” (1947), delante de un público sumamente competente, aprendió a revisar determinados detalles de su interpretación vocal, en aquel momento en continuo desarrollo.
Tengo algunos recuerdos todavía muy vivos cuándo de niño en nuestra casa milanesa de Via Anelli, sentado en las rodillas de mi padre, escuchaba con él las grabaciones de cantantes del pasado, entre los cuales estaba el mismo tenor Francisco Viñas. Mi padre hablaba de la técnica, cuyo dominio era, según él, el único verdadero elemento que podía garantizar la longevidad de una carrera. Con el pasar del tiempo y la vida de teatro he comprendido la validez de sus palabras y he llegado a la firme conclusión que, aunque el estilo interpretativo vocal seguramente puede y debe cambiar, no es así con la buena técnica de canto. Hoy en día creo que hemos de constatar un cierto triste y progresivo eclipse de la misma.
Siempre han existido Grandes intérpretes que han cantado un tiempo relativamente breve y, en todo caso, han dejado una profunda huella en la historia del canto. Tal es el caso por ejemplo de Miguel Fleta, un refinado y luminoso meteorito del firmamento operístico. Según mi padre, la carrera normal de un cantante tenía que estar caracterizada por tres fases decenales: los primeros diez años eran sobretodo de formación e incluían los teatros de provincia y los siguientes diez años transcurrían en la cumbre de la profesión. Acto seguido se iniciaba la inevitable fase de la decadencia, aunque siempre iluminada por diferentes momentos de esplendor. Así fue su carrera, que jamás conoció momentos de mal gusto ni faltas de educación hacia el público.
En la época de mi padre, los jóvenes cantantes tenían que enfrentarse con problemas diferentes a los que se enfrentan los cantantes de hoy en día: sus voces eran gestionadas por maestros de referencia expertos y competentes quienes las respetaban, ayudaban a crecer valoraban. Hoy en día en el mundo latino ya no existen Maestros como Tullio Serafin, apasionado de voces y descubridor de verdaderos talentos como Mario Del Monaco y Maria Callas. Estos Maestros, a través de la elección de un repertorio adecuado, podían acompañar durante muchos años el desarrollo de sus voces. ¿Dónde encontramos en el panorama teatral mundial las voces de Del Monaco, Di Stefano, Corelli, Bjorling, Tucker, Vickers, Gedda, Bergonzi, Raimondi, Wunderlich y Kraus? Estos tenores eran todos hijos de las misma época y podían competir en repertorios diferentes pero siempre al máximo nivel artístico.
De la misma manera podría también hablar de grandes sopranos como Tebaldi, Callas, Nilsson, Caballé, De los Angeles, Schwarzkopf y muchas más. En el caso concreto de Renata Tebaldi, gran amiga y tantas veces pareja escénica y sobretodo discográfica de mi padre con DECCA, querría recordar la justa adoración que el público de Barcelona le profesó. No deseo tampoco extenderme innecesariamente en citar a ilustres mezzo-sopranos, barítonos y bajos que abundaban en la misma época. Permítanme, sin embargo, hacer hincapié en un detalle de gran importancia que quizás no sea un detalle sin más: en el pasado cada intérprete cantaba su repertorio, en el cual se había especializado y no se aventuraba en repertorios incongruentes. Se respetaba con el máximo rigor el repertorio del tenore di grazia, tenor lírico, tenor lírico spinto, tenor dramático o heroico, según se prefiera denominar.
Hoy en día el tenor canta sencillamente todo: desde Mozart a Otello, Flauta Mágica a Tristan con resultados muchas veces demoledores y enemigos de una vocalidad idónea. Una carrera puede ser grandísima aunque breve y también puede ser larga y aburrida. Evidentemente no es el caso de los cantantes citados anteriormente. Cada cantante es a la vez propietario y responsable de su voz y por supuesto tiene el derecho de elegir como gestionar su carrera. Yo creo que una carrera larga y fascinante es un ejemplo ético-moral para las generaciones futuras pero lo más importante para cantar durante mucho tiempo es poseer la técnica vocal adecuada. Ésta es la diferencia con las voces naturales, que si bien son capaces de actuaciones increíbles, generalmente también ceden ante la primera crisis. Por regla general quién está dotado de una importante voz natural se siente demasiado seguro y a menudo también incorpora cierta dosis de temeridad. Este tipo de artista puede tener cierta inclinación a cantar olvidando la importancia de la técnica. Hemos de acordarnos que a muchos roles se llega con la madurez de la edad y del desarrollo vocal y tampoco nos olvidemos que para madurar se necesita tiempo. En la actualidad y debido a la influencia del cine y de la televisión parecen adquirir mayor protagonismo los ojos que las orejas: sobre el escenario actúan excelentes actores y cantantes aunque con frecuencia se encuentren fuera de rol o no completamente vocalmente maduros. El público a su vez parece siempre más ignorante de esta realidad, aunque quizás se trate de resignación o de verdadero desamor.
En la actualidad los jóvenes no aprenden de los mayores como ocurría en el pasado, siguiendo una tradición fundada, sana y consolidada. Muchos supuestos expertos de la voz han hecho mucho daño al teatro lírico. Por esa razón, los jóvenes cantantes de hoy han de proceder con prudencia vigilante para poder evitar un desastre tan ineludible que parece a menudo hasta programado. Es el triunfo de la arrogancia, de la mala fe o, quizás, solo de la ignorancia.
Aunque parezca que hasta ahora haya elogiado únicamente un pasado que ha sido indudablemente grande, quiero precisar que mi deseo es entonar un himno al futuro. Contemplo la tradición del canto lírico como un árbol maravilloso: el pasado con sus cuatrocientos treinta años de historia, también vocal, son las raíces. El presente y el futuro son el tronco y el follaje que de esas raíces reciben alimentación y vida.
Mi padre conoció personalmente artistas como Beniamino Gigli, Giacomo Lauri Volpi, Giovanni Martinelli y Francesco Merli, de quienes se afanó en intentar captar sus secretos. Sus maestros en la interpretación fueron Cilea, Mascagni, Zandonai y sobretodo Giordano, a todos ellos se acercó siempre con la respetuosa humildad de un discípulo. A pesar de las insistentes y repetidas propuestas de Herbert von Karajan nunca aceptó cantar el rol de Tristán, a pesar de haber cantado el Lohengrin en La Scala y Valkiria en Stuttgart en una producción de Wieland Wagner. Era consciente de las características de su canto y prefirió desatar la ira del famoso director de orquesta. Ante mi expresión de suma tristeza por este hecho contestó: “ Mejor un Karajan ofendido que un Del Monaco destrozado”. Mi padre era perfectamente consciente que el canto alemán e italiano son muy diferentes y que el Tristán con su terrible tesitura concretamente del tercer acto le habría destrozado la voz.
Hoy, y esto está a la vista de todos, el teatro lírico sobretodo en Italia, su patria, atraviesa una innegable crisis producida por una serie de hechos, entre los cuales está la gestión errónea del patrimonio vocal a su disposición. La gestión de este patrimonio se lleva a cabo por personas no siempre apropiadas y a veces también incompetentes, que parecen no amar las voces y tampoco conocer el fenómeno de la ópera. También la dirección de escena está perdiendo sus raíces latinas viciada por el imperante gusto alemán que, apoyado en una eficiente y eficaz profesionalidad, evidencia sin embargo la falta de alma latina. Es precisamente este alma la que considero necesario redescubrir y defender conjuntamente con nuestra tradición. Tras muchos años de actividad profesional, también en Alemania, he llegado a la conclusión que lo ideal sería llevar a cabo una mezcla entre norte y sur para armonizar la influencia teatral alemana con la elegancia y dulzura latinas. En todo caso, ¿no lo hizo Wagner con Lohengrin?
El canto lírico de la posguerra, con su rompedora carga innovadora y moderna, brilló siempre en el respeto de la tradición latina, con mi padre y otros ilustres protagonistas, hasta los Tres Tenores. Después de ellos el follaje del árbol ha asumido una apariencia diferente y con un brillo lejano. El canto lírico, sobretodo dramático, nacido en Occidente ha sido entregado a los países del Este, cuyos cantantes poseen una técnica vocal probada basada en el apoyo diafragmático, que nunca han abandonado. De esta forma se están perdiendo las raíces del canto latino y, por ende, una parte de su identidad y de su alma: el “camino de la seda” parece que se recorre en sentido contrario.
A la edición de este año del Concurso Internacional de Canto Francisco Viñas se han presentado más de quinientos jóvenes artistas que actuarán ante la mirada de los más importantes teatros internacionales (Scala, Covent Garden, Ópera de Paris, Metropolitan, Bolshoi, Staatsoper de Berlin, Operas de Los Angeles y Beijing, Teatro Real y Gran Teatro del Liceo). En el jurado de este año participan además de representantes de los anteriores teatros también de otros teatros internacionales importantes (Opera de Amsterdam y Teatro Regio de Turín).
Es ésta la realidad en la que yo, portador de genes artísticos, he crecido y respirado la esencia desde niño pequeño, que amo profundamente y en la que me siento totalmente involucrado. En el mundo del teatro lírico he llevado a cabo mi carrera durante más de cincuenta años como director de escena, director artístico y director general. Es un camino que he emprendido con genuina humildad y verdaderos deseo y afán de aprender, atraído por el gran mecanismo cultural, histórico y social representado por el fenómeno de la ópera. Hoy veo este mundo como un diamante en bruto que espera llegar a alguien cuyas manos expertas y amorosas le puedan sacar nuevamente el máximo brillo. Sigo sin embargo todavía hoy en profunda admiración por la riqueza y complejidad de un fenómeno, la ópera, dónde encuentran síntesis suprema de las nueve Musas, y que representa en TODOS los países el cemento y la unión de TODAS las clases sociales.
A los jóvenes – a quienes mi padre, yo y algunos directores de varios teatros miramos con gran respeto, interés y esperanza y quienes prefiguran con las alas de sus voces la continuidad de generaciones pasadas – deseo transmitir con sinceridad y honestidad su mensaje: es FUNDAMENTAL aprender y consolidar una técnica válida, que se desarrolla desde principios de la carrera y que representa el VERDADERO y ÚNICO recurso capaz de combatir la primera crisis vocal, a la que todo cantante antes o después se enfrenta. Superada ésta, el cantante podrá seguir cantando muchos años. En segundo lugar deseo lanzar otro mensaje de relevancia no secundaria: es importante evitar los halagos de un repertorio inadecuado que en algún momento les puede ser equivocadamente ofrecido.
Giancarlo del Monaco
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