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Dos conceptos no excluyentes
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Por Publicado el: 22/09/2005Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Prima la musica

Prima la musica
La ópera es el más completo hecho artístico, un hecho en el que confluyen teatro y música. Grandes escritores y grandes músicos han prestado su dedicación a este género para llevarlo a las alturas donde se encuentra. Ya casi desde sus inicios monteverdianos surgió la cuestión de qué es en ella más importante: la palabra o la música.
Es cierto que hay libretos infumables, sin ningún interés en su fondo y en su forma. Abundan las “Elvidas” y las “Francescas di Foix”. Los hay también provenientes de piezas teatrales, como “Il Trovatore”, cuyos textos han sido mutilados de tal forma que la trama resulta incomprensible. Y, en el otro extremo, hay textos maravillosos a los que la música no ha acabado de hacer justicia. Pero también es cierto que existen óperas en las que se ha dado una fusión ejemplar entre palabra y música Es el caso de los muy teatrales “Otello” o “Falstaff” de Verdi&Boito o más poético “Pelléas et Mélisande” de Debussy&Maeterlinck.
Wagner persiguió construir la obra de arte total, lo que denominó la Gesamtkunstwerk, en donde poesía, música, acción y escenografía se fundiesen en un todo. De ahí que desechase el que otros escribiesen los libretos de sus óperas y que se pusiera él mismo a la labor. Wagner, músico, político y escritor, dejó claros sus conceptos en “Oper und Drama” (Leipzig, 1852). Para él, la música supone un “organismo fecundable”, mientras que la poesía sería un “organismo fecundador”. De la unión de ambos habría de nacer el “drama del futuro”.
Posiblemente nadie haya sintetizado mejor la cuestión -“Prima la musica dopo la parola”- que Richard Strauss. En “Capriccio” (Munich, 1942), su sereno adiós a la ópera, lleva la pregunta a la categoría de el fondo de la misma. Dejó escrito que buscaba “no una ópera en absoluto, sino algo extraordinario, una teatralización dramática, una fuga teatral…” Y así concibió una “pieza de conversación” para explicar con ironía y humor lo que tenía que decir sobre la esencia de la ópera, sobre las interacciones entre palabra y música, sobre el conflicto entre realismo dramático y sublimidad musical. Una condesa se debate entre dos amantes, un poeta y un músico, que le van planteando sus mundos y ambiciones. Al final, cuando va a expresar su decisión, o más bien su indecisión, llega el mayordomo para concluir “Señora, su cena está servida”.
Palabra y música, Cocteau y Poulenc, mañana en la Zarzuela.

Gonzalo ALONSO

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