Querido Manolo
Querido Manolo,
Me hubiera gustado haberte podido decir todo esto en el tanatorio, en un diálogo de palabras en blancas, pero una inoportuna –y bien inoportuna- infección me lo impidió.
Sany me llamó. Había pasado más de medio año desde nuestra última conversación. “¿Está Gonzalo?”, “¡Cuánto tiempo!” respondí al teléfono antes de que le diese tiempo a dentificarse. Nunca he entendido que haya artistas o críticos a quienes no les baste una sílaba para reconocer a su interlocutor. “Ha muerto Manolo”, me dijo lacónicamente. Unos amigos se habían presentado en tu casa preocupados porque no contestabas a sus mensajes. Te encontraron en la cama. Te habías ido, durmiendo, tres días antes.
Siempre admiré lo que fuiste capaz de hacer muchos años atrás, cuando supiste que el corazón te podía dar problemas. Eras entonces lo que la sociedad denomina como un triunfador, propietario de una empresa de patentes y marcas exitosa. Pero un buen día –y creo que fue bueno de verdad- te paraste a pensar. “¿Pará qué todo esto?” Vendiste tu parte en la sociedad y decidiste dedicarte a fondo a lo que te gustaba: la música. Ni corto, ni perezoso, te afiliaste al Orfeón Donostiarra. No tenías una gran voz, pero supiste hallar la fórmula para ayudar sin desafinar y así lograste hacer realidad tus sueños. Cantaste a las órdenes de Abbado, Barenboim, Mutti… Dejaste de ser el empresario triunfador para llevar los papeles de un coro. “¡Qué tío tan raro es Manolo!” pensaron seguro tus amigos del pasado. Pero, Manolo, allá ellos, porque tu disfrutaste como un enano.
Y, como en esto, así enfocaste el resto de las cosas de tu vida. Te dijeron que te cuidases, que te sobraban muchos kilos. Pero a ti te gustaba comer y beber bien. Obraste con coherencia. Si habías dejado el éxito social para hacer lo que te gustaba, cómo ibas ahora a amargarte la vida poniéndote a régimen. Fuiste siempre generoso en el amor y en la amistad. Sin embargo, y siento que no me puedas contestar, tengo mis dudas de que la generosidad baste para conseguir ambos. Amigos sí que los tuviste. Entre otros, los que vinieron a cantarte el otro día. ¡Qué pocos pueden presumir de haber tenido al Orfeón Donostiarra en su funeral!
Sí Manolo, créeme que te admiro por haber llegado a donde todos llegaremos indefectiblemente, habiendo sabido distinguir lo importante de lo accesorio. Y no sólo te admiro, sino que me has hecho pensar mucho y has acabado de empujar de un lado una balanza.
Ciao, Manolo y gracias.
Gonzalo ALONSO
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