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Por Publicado el: 27/08/2017Categorías: En vivo

Quincena: gran debut de Gimeno y la Luxemburgo

Quincena: gran debut de Gimeno y la Luxemburgo

78 Quincena Musical de San Sebastián. Programa: Obras de Musorgski (Una noche en el monte pelado), Prokófiev (Concierto para piano y orquesta número 3, en Do mayor, opus 26), Liádov (El lago encantado) y Shostakóvich (Sinfonía número 1, en fa menor, opus 10). Alexánder Gavrilyuk (piano). Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. ­Lu­gar: Auditorio Kursaal (San Sebastián). Entrada: Alrededor de 1600 personas (prácticamente lleno). Fecha: Viernes, 25 de agosto de 2017.

Ya en la recta final de su septuagésima octava edición, la Quincena Musical de San Sebastián acogió el viernes la primera de las dos actuaciones programadas de la Filarmónica de Luxemburgo, que ha desembarcado en la capital donostiarra de la mano de su titular, el valenciano Gustavo Gimeno (1976). No han podido dejar mejor sabor de boca –y esto, en el gastronómico y musicalísimo San Sebastián, ya es una hazaña- orquesta y maestro, que han debutado con un comprometido y rusísimo programa con obras de Musorgski, Prokófiev, Liádov y Shostakóvich. La más que notable calidad instrumental de las interpretaciones, el dominio, calidad y calidez expresivas que desprende Gustavo Gimeno y la colaboración solista de un pianista tan sobresaliente como el ucraniano Alexánder Gavrilyuk (1984) convirtieron el concierto en uno de los acontecimientos más destacados de un verano musical que ya roza su fin.

Gustavo Gimeno, cuya imparable y bien consolidada carrera le lanza y sitúa como uno de los directores de orquesta más prominentes e indiscutibles de la actualidad, hizo gala una vez más de ese exigente rigor estilístico que él, mediterráneo de cuna, cultura y voluntad, adoba con una expresividad natural cuya calidez nunca es azúcar o demagogia. La autenticidad de sus interpretaciones apunta directamente al meollo emocional y estético de la obra de arte. Con certeza se sintieron estas cualidades en la desnuda, áspera y audaz versión que cuajó del (mal) conocido poema sinfónico Una noche en el monte pelado, escuchado en esta ocasión en su atrevida versión original, que, como ocurre con Borís Godunov y algunas otras composiciones de Musorgski, también ha sido manoseado y desfigurado por manos amigas, las mismas que -desde Rimski a Shostakóvich, sin olvidar a Ravel, Stokowski o incluso Vladímir Ashkenazi- han transformado u orquestado con muy desigual fortuna algunas de sus obras maestras. Los filarmónicos luxemburgueses bordaron, de la mano maestra de Gimeno, una sobresaliente versión, que no limó asperezas, sino, al contrario, las convirtió en elemento consustancial al inconfundible lenguaje musorgskiano, que en este caso se inspiró en un relato original de Gógol. El resultado fue una versión abrasadora, seca, rica en colores, de intensos acentos y de gigantescas dinámicas, casi así anunciadora de La consagración de la primavera, que Stravinski estrena sólo cuatro décadas después.

Como contraste, la segunda parte se abrió con la magia congelada de El lago encantado, el breve poema sinfónico que Liádov compone en 1909, inmerso ya en las elucubraciones tímbricas de Scriabin y las sutilezas impresionistas herederas del romanticismo francés. La cuerda, bien mimada y articulada, fue la base sobre la que los vientos luxemburgueses lucieron su cuidado sonido, articulado por una batuta tan precisa como expresiva, que concilió el quieto pulso métrico con el claro decurso melódico del poema. Cualidades que asomaron también con intensidad en la preciosista y transparente Pavana para una infanta difunta que regalaron fuera de programa, y que se sintió bien alejada de aquello que tanto temía Ravel: que se convirtiera en una “Difunta pavana para una infanta”.

Antes, como colofón del programa, orquesta y maestro dieron vida a una rotunda y calibrada Primera sinfonía de Shostakóvich que, por su calidad instrumental y enjundia artística, hubiera fascinado al joven compositor que con apenas veinte años inaugura su catálogo sinfónico. Fue, en su conjunto, una actuación sobresaliente y ejemplar, que marca un momento álgido en la gran historia de la Quincena, y que aún resultó engrandecida por la poderosa interpretación de un Tercer concierto para piano de Prokófiev, cuyo lirismo y virtuosismo fueron enaltecidos por Alexánder Gavrilyuk, pianistazo que cerró su arrolladora actuación con los pirotécnicos fuegos artificiales que hace Liszt y aún multiplica Horowitz a partir de la Marcha nupcial de Mendelssohn-Bartholdy. El público, muy aplaudidor toda la noche –incluso cuando no tocaba- se quedó fascinado con la impecable exhibición. Había razones. Justo Romero

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