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La mayoría resultamos en vida un tanto “discutibles”, pero todos al morir parecemos santos. Eso ha sucedido en España con Pavarotti. Era inimaginable que su desaparición ocupase en la prensa nacional páginas y páginas. Desde luego muchas más que las dedicadas a Umbral, por poner como ejemplo otra reciente pérdida. Y eso que con Umbral disfrutamos hasta antes del verano y con Pavarotti ya ni me acuerdo de cuando dejamos de hacerlo. Pobres Tebaldi, Corelli, de los Angeles…. Vaya por delante mi consideración a su extraordinaria voz, muy por encima del resto de sus coetáneos pero, como dice un castizo refrán, “lo cortés no quita lo valiente”.
Otra cosa ha sido Italia, en donde hay críticos como Paolo Isotta en el Corriere della sera que se han expresado con claridad y valentía. Pavarotti cantó seriamente hasta mediados los ochenta, para luego dedicarse fundamentalmente a ganar dinero. Pero incluso cuando cantó, al margen de la vocalidad, fueron muchos los problemas. Karajan o Votto lo testificaron. El tenor tenía que aprenderse las partituras por otros caminos que los del solfeo y, si bien en las arias no había problema, los concertantes le resultaban una misión casi imposible, al tener que coordinarse con tantos compañeros.
Alfredo Kraus, con quien mantuve cierta amistad, me reconoció una vez con amargura: “Toda mi vida cantando por dos duros y ahora, cuando ya casi no puedo hacerlo, es cuando puedo cobrar doce millones por recital. Todo gracias a los tres tenores”. No nos engañemos, Pavarotti no llevó la ópera al gran público, les acercó un subproducto de napolitanas y canciones pop. Lo que sí que potenció, junto a sus dos colegas, fue la subida astronómica de cachés. De qué si no iba ahora a cobrar ochenta mil euros Juan Diego Flórez por un recital. Y así la ópera se volvió carísima, los aficionados modestos se tuvieron que refugiar en las alturas y las empresas patrocinadoras tomaron las butacas.
Y para qué hablar de las declaraciones a petición. ¡Cuánta falsedad! Hasta hay quien presumía de hablar con él semanalmente cuando en años no lo había hecho. ¡Qué mundo éste!
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