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Por Publicado el: 24/05/2019Categorías: Recomendación

Recomendación: Capriccio, de Strauss, en el Real

 

  Palabra y música, ´versus´ ópera

Richard Strauss es un compositor a cuya buena parte de su obra se le puede aplicar el adjetivo terminal.  Metamorfosis es una obra terminal. Los 4 Últimos Lieder son terminales. Y, naturalmente, Capriccio no se puede librar; es su última ópera. Y es que, ciertamente, haber vivido tanto, haber sufrido el desastre de la guerra dos veces, y, por supuesto, su inagotable talento, le llevan a delinear una imagen física basada no en la fuerza juvenil de una Salomé, o del joven maduro que nos habla del amor maduro en El caballero de la rosa, sino la del genio que, instalado en su particular otoño, se dirige a nosotros desde un pedestal histórico sobre el que descansa la auténtica madurez, no una prematura (la obra de Strauss está plagada de ella) , sino la última; la última de verdad.

No entiendo, nunca entendí, cómo se puede calificar Capriccio como una ópera discutible (por ser discreto en el término usado).  Para mí no solo es una obra maestra, sino que es la obra  maestra del penúltimo Strauss. La compuso siete años antes de su muerte, y versa acerca de un asunto que giraba ya en torno al espectáculo operístico hacía 350 años; un asunto sencillo: ¿qué es la ópera? Strauss le daba vueltas de nuevo a ciertas máximas monteverdianas: primero la palabra, después la música; y sí, en ópera no todo es el recitativo y el aria; está también el texto declamado. Siempre y cuando haya algo que decir.

En Capriccio musicalmente Strauss dice lo que nos venía diciendo desde siempre, y cada vez un poquito mejor: su disposición para devanarse los sesos inventando un discurso sonoro cada vez más infinito y maravillosamente hermoso; un discurso musical (inaugurado décadas antes en Ariadna auf Naxos) que es como un hilo que se va enrollando sobre su propio ovillo sin discontinuidad y bajo unos parámetros melódicos aparentemente inocuos que sin embargo se desarrollan sobre un manto armónico de salvaje modernidad. Pero que no funciona –que podría funcionar- como una bella música instrumental, sino para poner en pie un libreto que, aun manoseado por demasiada gente,  contiene intactos sus valores literarios y dramáticos. Stefan Zweig, Joseph Gregor, Clemens Krauss y él mismo participaron de la fiesta. ¿Se nota por ello algún tropiezo importante, alguna digresión? Pues al parecer hay diversidad de opiniones. Yo daré la mía: me encanta, y cada vez me encanta más escuchar esta ópera centrándome en el texto al mismo tiempo que dejo a mi oído correr por la preciosa campiña sonora sobre la que va surgiendo. Y como incluso alguien se ha atrevido a calificar a este Strauss de decadente o senil (algunas confunden este termino con conocimiento), quiero decir que, vaya, no hay problema, insensibles, y lo que es peor, ignorantes, los ha habido siempre. Por lo demás, si de algo sirve mi opinión, allá va: magnífica ocasión la que nos ofrece el Teatro Real para disfrutar de una de las óperas más injustamente tratadas del siglo XX. Y no me cabe la menor duda de que, también, una de las más hermosas. Pedro González Mira

STRAUSS: Capriccio. Malin Byström, Josef Wagner, Norman Reinhardt, Christof Fischesser, Theresa Kronthaler, etc. Director musical: Asher Fischer. Director de escena: Christof Loy. Teatro Real, entre el 27 de mayo y el 15 de junio. Precio: entre 69 y 215 €. Estreno: entre 69 y 225 €.

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