Recomendación: Falstaff en el Real
¿La mejor ópera de Verdi?
Llega de nuevo Falstaff al Real. Es una buena noticia. Es la gran ópera de repertorio que siempre ha de estar en un teatro de primera línea. Hace unos días José María Irurzun nos habló desde estas páginas de la versión que se podrá escuchar. Sirva este pequeño artículo ahora para recordar la trascendencia de este título único e irrepetible, seguramente cumbre y síntesis de toda una época para la ópera cantada en italiano.
Siempre se ha aceptado como una verdad irrefutable que fue Boito quien sugirió a Verdi la composición de una ópera basada en Falstaff, el singular personaje shakesperiano que sufre una no menos curiosa metamorfosis entre las dos comedias en las que aparece por primera vez, Enrique IV y Enrique V, y Las alegres casadas de Windsor, donde es presentado como protagonista principal. Parece cierto.
En el verano de 1889, pronto a cumplir su 50 cumpleaños como operista, Verdi fue requerido por Boito para tal empresa. Sin embargo, Verdi llevaba casi veinte años dándole vueltas al asunto; prácticamente nada más finalizar su oscura y triste Don Carlo. E incluso mucho antes, a finales de la década de los 50, ya hay noticias al respecto, aunque no esté claro si la idea que Verdi manejaba entonces fue la misma a la que años después le podría estar bailando por la cabeza cuando habló con Boito por primera vez. En todo caso, cuando este le plantea la posibilidad de dar vida al barrigudo, Verdi reacciona muy a su manera: gruñendo, primero (“¿Has pensado alguna vez el enorme número de mis años”?), y, a continuación, poniéndose trabajar como un poseso en el asunto. Iba a cumplir 76 años cuando esto sucedía y tenía casi 80 la primera vez que se representó la obra. ¿Qué otro creador en la historia ha hecho algo parecido? Richard Strauss escribió los Cuatro Últimos Lieder a los 84 años; y Sófocles, Electra, con 81 años cumplidos.
Muy pronto Boito entregó a Verdi un borrador, entusiasmándolo todavía más; y había pasado pocos días cuando el compositor ya abrumaba a su libretista con múltiples sugerencias para desarrollar el texto. En poco más de un mes Verdi ya tenía escrita la fuga para el final de la obra, y nos meses más tarde Boito había dado carpetazo a los dos primeros actos, y, bastante pronto, al tercero; Verdi ya tenía completa la música del primero. A partir de ahí, todo adquirió otro ritmo; porque Verdi tenía los años que tenía y era plenamente consciente de dos cosas: sería su última ópera y sería una ópera que en nada iba a tener que ver con el resto. Trabajó en la composición de forma intermitente, con interrupciones de hasta cuatro meses, producidas unas veces por la fatiga o la enfermedad, otras por la depresión que le causaba ir viendo cómo sus amigos iban desapareciendo, y otras por el tiempo que le llevaba sus asuntos económicos. Hizo cambios y cambios, hasta poco antes del estreno, que se produjo en el teatro de La Scala, de manera impropia, pues era demasiado teatro para una obra como Falstaff. Verdi y Boito concibieron en ella su más elevado y sutil canto nacionalista: indagar en los orígenes italianos de las comedias de Shakespeare. Y, el uno, escribió una música muy extraña a los oídos del gran público, y, el otro, un texto abigarrado y arcaico del que con frecuencia tendrían que ocuparse varios cantantes al mismo tiempo.
Música extraña y texto abigarrado, sí, pero un binomio que dio lugar a la que para muchos, entre los que me encuentro, es la más grande obra de Verdi. Porque la música será todo lo extraña que se quiera, pero es una lección de manual acerca de las más modernas corrientes operísticas del momento. Es decir, se trata de la más clara aproximación a Wagner que nunca Verdi realizara. E incluso diría que es todavía más moderna, porque por Wagner, y hasta el final, pululan las sombras de una forma de escritura interrumpida, algo que no ocurre con Falstaff, una especie de enorme plano-secuencia dramático que fluye como un largo aliento sin interrupción. Desde estos puntos de vista podría parecer que se trata de una claudicación; del reconocimiento de un final más que digno de la ópera italiana en su más genuino aspecto. Puede ser. Pero quizá lo que mejor define a este increíble logro del género es su unicidad; la verdad contrastada de que se trata de una fórmula que nadie se atreve a heredar. Creo que, todavía hoy, se sigue malentendiendo todo esto, situando óperas como Traviata, Rigoletto u Otello por encima de Falstaff. Me parece un error, aun tratándose de auténticas obras maestras de la ópera italiana. Lo que sucede es que en Falstaff, dicha en italiano, por supuesto, hay un alma de género mucho más universal. En cualquier ópera de Verdi la ´italianitá´ es la marca; en Falstaff está superada. Con esta ópera la figura de Verdi se magnifica hasta atravesar los confines de cualquier frontera anterior. No hay otra ópera que se le parezca, ni de lejos. Y esa es una buena razón para considerar que merece ser la número uno en el catálogo verdiano.
VERDI: Falstaff. Nicola Alaimo/Roberto de Candia; Rebecca Evans/Raquel Lojendio; Simone Piazzola/Ángel Ódena; Joel Prieto/Albert Casals; Ruth Iniesta/Rocío Pérez; Daniela Barcellona/Marianna PIzzolato; Maite Beaumont/Gemma Coma-Alabert; Mikeldi Atxalandabaso, etc. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Daniele Rustioni. Director de escena: Laurent Pelly. 23, 24, 25,27 y 30 de abril; 1, 2 , 6, 7 y 8 de mayo , 20.00; 28 de abril, 18.00. Ente 96 y 225 €.
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