Recomendación: GRANADOS: Goyescas. El pelele. Javier Perianes, piano. Harmonia Mundi.
El disco perfecto
A estas alturas de la película ya me vale comenzar un comentario discográfico con semejante titular. Tras años y años escribiendo sobre discos, uno ha llegado a escribir ocurrencias de todo tipo, tonterías e inventos, impresiones mil, pues el mercado fue durante décadas como una granada que iba estallando con fecundidad escandalosa en miles de granos rojos y maduros. Uno se emocionaba día sí día también con prodigiosas grabaciones; dabas una patada a una piedra y surgía un disco maravilloso con interpretaciones increíbles. Pero desgraciadamente, todo eso se ha convertido hoy en pura nostalgia; vamos ahora por ahí arrastrándonos a la espera de encontrar a alguien capaz de emular esos tiempos de esplendor de una yerba ya muy seca; andamos locos para que surja tal o cual disco que rememore esos tiempos ya sepultados por una industria que, sobreexplotada, se engulló a sí misma, tragándose a su vez a los críticos, desaparecidos en combate.
Se hace ya muy cuesta arriba buscar la ocasión para postular sobre la última hazaña del último artista, del último grupo, del último director de orquesta, del último rey del piano, porque, fuera de internet, a pocos le interesan tales singularidades literarias. La mediocridad discográfica ha logrado al fin convertirse en fiel manifestación de otras mediocridades: la interpretativa, convertida en rutina, y la de la crítica de unas nuevas plumas musicales que han acabado renegando del disco, no por convicción sino por necesidad devenida. Son ahora tiempos de desafección tras el atracón cedero de años gloriosos, ya definitivamente periclitados. O no; o solo son impresiones negativas de gente mayor (como yo) y un poco harta de escuchar la música envuelta en celofanes y exenta de auténtica alma. Porque, de pronto, puede surgir el milagro.
Efectivamente, por lo que se ve, afortunadamente hay gente que se sigue tomado en serio ciertas certezas, algunas de ellas relacionadas con la creación, otras con la paciencia y la fe en el disco; gentes capaces de recuperar esa especie de fe extraviada, a golpe de talento y arte a partes iguales. A uno, que definitivamente puede presentarse como un clásico sin sentir rubor, le parece que tales alineaciones estelares pueden producirse porque sigue habiendo intérpretes capaces de cambiar ese estado de cosas. Clásicos, para entendernos. Y sellos discográficos dispuestos a seguir enarbolando la bandera de ese clasicismo bien entendido, o sea bajo proyectos llenos de sentido y fuerza creativa.
A lo mejor es una ilusión, pero es mi ilusión: acabo de tropezarme con uno para mí indiscutible, la nueva grabación de Javier Perianes para Harmonia Mundi, que ha alcanzado ese estado sagrado consistente en peinar la cana del clasicismo para convertirse en hito. Su versión (magníficamente enlatada en una prodigiosa toma sonora) de las Goyescas (con el añadido esperado de El pelele) de Enrique Granados se sitúa en una especie de olimpo indiscutible, o mejor dicho, sanamente discutible por tratarse de una manera de ver esta música absolutamente diferente. Corren tiempos confusos para los nacionalismos, vengan de donde vengan, desde los más miniaturistas hasta los más voluminosos, y se hace imprescindible dar las gracias a cualquier iniciativa cultural que huya de tan tóxica y extendida práctica.
Perianes traza un genial Granados, pero no solo por eso, aunque fundamentalmente por eso, por la deslocalización a que somete una obra tan fácil de localizar desde su propio título, una en todo caso bella manera de buscar la inspiración para que las notas cabalguen sobre melodías tan maravillosas. Parece que Perianes tiene esto muy en cuenta, pero utiliza su prodigiosa inteligencia musical para resaltar con finísimo trazo el modernismo de una obra que no se agota en sus inagotables bellezas sonoras. El pianista andaluz se detiene en cada nota, en cada detalle como sello de una distinción exenta de marca nacional, y remarcando el carácter de música pura, dicha desde el corazón pero tocada con dedos de enorme sabiduría técnica, esa que no se llega a percibir cuando la interpretación acaba trascendiendo. Hay mucho en esta versión de la herencia romántica periférica, pero también de la esencia pura de un movimiento estético que hace de la emoción una seña de identidad, apartándose de la retórica envolvente de cualquier probable identidad nacional o simplemente local. Del mejor romanticismo, del más abstracto. Es Granados puro; heredero de los Chopin y Liszt, pero mirando de frente a Albéniz y a Debussy, a la modernidad, que están en una parecida labor en sus Iberia y los Preludios, obras hijas de un mismo tiempo y, probablemente, de parecidas intenciones.
Sería osado asegurar que todo esto no es más que producto de la imaginación de quien escribe, y que el mago Perianes solo tiene en cuenta las notas, para colocarlas una al lado de otra (¡y de qué manera!), sin más consideraciones históricas o incluso estéticas. Importa poco. Importa poquísimo lo que un servidor pueda decir, e importan poco sus ilusiones. El resultado es lo determinante, y es soberbio, impresionante, fantástico, de una riqueza musical formidable, y de una emocionalidad que penetra los huesos. Discos así redimen. Pedro González Mira
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