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Por Publicado el: 30/10/2023Categorías: Recomendado

Recomendación: Integral de sinfonías de Shostakóvich por Andris Nelsons

Fin de fiesta 

Shostakóvich: Sinfonías nºs 2, 3 , 12 y 13. Mattias Goerne, bajo-barítono. Tenores y bajos del Coro del Festival de Tanglewood. Coro del Conservatorio de Nueva Inglaterra. Orquesta Sinfónica de Boston. Dir.: Andris Nelsons. D.G. 3 CDs

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Andris Nelsons (c) Marco Borggreve

Con este álbum finaliza Andris Nelsons su ciclo sinfónico dedicado a Dmitri Shostakóvich. Parece que la proximidad sociopolítica del director letón con el compositor soviético pudiera indicar un interés añadido a considerar, pero lo cierto es que la música sinfónica del autor de Lady Macbeth del distrito de Mtsensk ya hace años que cabalga en solitario, con independencia de su carga política. Con sus virtudes, que son importantes, y sus errores de bulto, igualmente abundantes. Sin ir más lejos, se ha reservado para este final de la colección (3 CDs) la combinación de una obra maestra absoluta con su peor música para orquesta y dos piezas de juventud que son un paradigma de la fusión entre ideas frescas y llenas de originalidad y banalidades sonoras ideadas a la gloria de quienes ya imaginarán ustedes.

La Segunda Sinfonía en Si mayor “Octubre”, op.14 conmemora el décimo aniversario de la Revolución de Octubre. En realidad ese era el título que Shostakóvich había asignado a una sonata para piano, pero a él le pudo parecer evidente que con el instrumento de teclado no se podía llegar a hacer tanto ruido como con una orquesta, condición indispensable en la gran música para el régimen. La Sinfonía nº 2 encierra una propuesta muy grandilocuente y su componente expresivo es inveraz e insustancial. No obstante, la partitura revela ya una estimable técnica para orquestar. La pieza se desarrolla en dos movimientos que se escuchan sin pausa, con un texto coral del poeta y periodista Alexandre Bezymensky añadido en el segundo movimiento y que alaba a Lenin y su revolución. Todo acaba en el puro delirio, un desaforado canto a la revolución. La, en todo caso, parte más admirable es el inicio de la sinfonía, en el que se consigue una atmósfera de caos a base de renunciar a materiales temáticos reconocibles. Pero muy pronto comienzan los bombazos y las exaltaciones hasta una auténtica traca final. Shostakóvich la presentó a un concurso que celebraba el décimo aniversario de la revolución. Fue un fracaso; el jurado dejó el premio desierto. Sin embargo, la crítica en su estreno fue muy favorable. A Lunatcharski le encantó. Sin embargo, años después, olvidados los furores revolucionaros, el propio Shostakóvich calificó su Segunda Sinfonía como “obra no plenamente lograda”.

La Sinfonía nº 3 en Mi bemol mayor “1 de Mayo”, op.20, escrita dos años más tarde, es una pieza bienhumorada y sencilla, pero que pretende seguir el camino conceptual de la segunda. No se puede negar que Shostakóvich plantea aquí ideas interesantes, sobre todo en materia rítmica y sonora, pero la idea general hace aguas casi desde el principio. No hay un desarrollo coherente en la que se supone es una conmemoración, y sí, por el contrario, muchos decibelios, y una gran retórica. Se trata de una obra más fallida que la anterior. Fue escrita en dos meses, a la velocidad habitual que se movía el compositor. Fue estrenada solo tres días después de la primera función de La nariz, la primera de sus dos óperas. Es una especie de mal oratorio en defensa de los logros del régimen. Ni Kirill Kondrashin ni Evgueni Svetlanov, dos respetadísimas figuras de la dirección orquestal en Occidente, pudieron salvarla del olvido.

La Sinfonía nº 12 en Re menor “1917”, op.112 es, seguramente, la peor página sinfónica de su autor. El 6 de junio de 1959 una importante revista cultural rusa anunció que Shostakóvich estaba trabajando en la composición de una nueva sinfonía, y que sería una partitura dedicada a la figura de Vladímir Lenin. Ya a finales de año, Shostakóvich declaró: “De los cuatro movimientos, ya están finalizados dos. El primero narra la llegada de Lenin a Petrogrado en abril de 1917 y su encuentro con los trabajadores. El segundo movimiento refleja los hechos del 7 de noviembre. El tercero se centrará en la guerra y el cuarto describirá el triunfo de la Revolución”. ¡Menudo programa! Pero la obra no se dio por concluida hasta febrero de 1960; Shostakóvich se afilió al PCUS unos meses después. Así que la decimosegunda sinfonía fue un impagable regalo a las autoridades soviéticas. Además, en forma y fondo, porque la pieza vuelve con todas las consecuencias a un realismo que a esas alturas el compositor había ya superado con creces. El autor no puso fin a la composición hasta el verano del siguiente año, pues el último movimiento se le encasquilló varias veces. El resultado definitivo es una música enfática y plana, exenta de ese color personal que, en su estructura defectuosa, sí se conservaba en la decimoprimera.

Andris Nelsons y la Sinfónica de Boston – Shostakovich. Deutsche Grammophon

En marzo de 1962 Shostakóvich empezó a trabajar en la que acabaría siendo su Sinfonía nº 13 en Si bemol menor “Babi Yar”, op.113, esta vez una composición mixta, para bajo, coro de bajos y orquesta, basada en una recopilación de textos del poeta Yevgueni Yevtushenko. La obra se desarrolla en cinco movimientos sobre poemas que no constituían ciclo alguno; de hecho, el del cuarto, Los miedos, fue escrito expresamente para la sinfonía. La decimotercera sinfonía relata el asesinato judío que tuvo lugar en el barranco de Babi Yar, entonces cerca del centro de Kíev, la capital ucraniana anexionada a la Unión Soviética como república socialista, e invadida por Putin en nuestros días por las tropas de la Federación Rusa a finales de febrero de 2022. En realidad un episodio más de la dura existencia de un país que en los últimos 100 años ha conocido la hambruna planificada por Stalin para evitar una contrarrevolución (el Holodomor, que en ucranio siginifica ‘muerto por el hambre’, a principios de 1930, con tres millones de muertos ucranianos), la Segunda Guerra Mundial, y la más reciente guerra del Donbás, todo ello antes de la última invasión, la del belicista, desnortado y sicópata Vladímir Putin. Un millón y medio de judíos ucranianos fueron asesinados por los nazis (y los colaboracionistas del interior del país), por los famosos comandos de la muerte. En unos días fueron fusilados 33.000 judíos en Babi Yar, un barranco situado en las afueras (entonces) de la ciudad, y hoy al lado de, precisamente, la antena de televisión bombardeada por Putin, cuyo derribo pudimos contemplar los ciudadanos del mundo libre casi en directo. A su lado se alzaba un Memorial a los muertos en Babi Yar.

El primer movimiento de la sinfonía, Babi Yar, es dramático, adusto, recuerda al Músorgski más audaz. Sintetiza escenas de ejecución, de resistencia y, finalmente, muerte. Fue la madre del cordero para la posterior censura de la sinfonía. El segundo, Humor, es la antítesis del primero. Humor macabro, indómito, fruto de la represión política; un desfile de zares y autoridades varias que rozan el ridículo. El tercero, En la tienda, es una imagen de las mujeres haciendo colas y de los obreros en sus cementeras. Pero no hace sangre. Son imágenes de gran belleza sonora y de inusitada elegancia. Todo el movimiento es como una pieza de cámara. Los miedos, el cuarto movimiento, es una continuación del anterior; se refiere al pasado del atribulado pueblo ruso, en un clima de desconfianza que hace honor al nombre de la parte, cuyo texto se escribió para la sinfonía. Es una de las músicas más modernas que nunca salieran de la pluma de su autor. El tema inicial de la tuba sobre fondo de percusión es totalmente atonal. La carrera, por fin, es un Finale a modo de corolario, que recuerda al de la octava sinfonía.

A las fuerzas vivas no les gustó mucho la idea. Jrushchov citó a Yevtushenko para que hiciera una reforma en los textos, porque, en su opinión, de ellos se desprendía un apoyo al antisemitismo reinante. Se suspendió la publicación de los textos; el ministerio de Cultura exigió a Kondarshin que retirara la obra del cartel o que suprimiera el primer movimiento. Pero la obra se estrenó, por cierto acompañada por la Sinfonía nº 41 “Júpiter”, de Mozart, en una juntura sin pies ni cabeza. Al apoteósico éxito del estreno le dedicó Pravda al día siguiente una línea de texto. Y el conflicto no acabó ahí. En la publicación posterior del texto Babi Yar se hicieron cambios sustanciales, con añadidos acerca de las víctimas rusas y ucranianas, pasando a un segundo plano las judías. El viceministro de Cultura exigió a Shostakóvich que introdujera en su sinfonía el nuevo texto para el primer movimiento. Problema: los nuevos textos ocupaban mucho, había que recomponer la música. Shostakóvich no aceptó hacerlo; solo añadió algunos nuevos, y en esa versión la obra se volvió a interpretar. Resultado: la partitura quedó prohibida.

¿Qué hace Nelsons con este variado complejo musical? Pues yo diría que tratarlo con un enorme respeto. No intenta arreglar o disimular nada. Cuando las notas están enlazadas con lógica él responde con orden, y cuando son vanas en absoluto intenta su reescritura, ni discursiva ni sonora. Así, resulta soberbia la introducción del primer movimiento de la Segunda sinfonía pero no le importa liarse a mamporrazos cada vez que Shostakóvich se vuelve loco, como sucede en buena parte de la Tercera, hasta alcanzar el, al parecer, requerido clima de vulgaridad que marca el autor. Naturalmente, sitúa siempre en primer plano el gran ejercicio de orquestación con el que tiene que lidiar, a pesar de que solo sirva para la pura exhibición de la orquesta. Que es lo que sucede en toda su oda a Lenin de la Sinfonía nº 12, que apenas se sale del guion en algún momento lírico, por otro lado bastante poco creíble. Como es lógico, en la Babi Yar las cosas funcionan mejor aunque Nelsons no funcione mucho mejor sino simplemente igual de bien que en las anteriores sinfonías. La diferencia está en la música, porque en esta partitura los sentimientos (el dolor, la pena, la ironía, lo tremendamente grotesco) sí tienen sentido, no en vano el apoyo de los textos es ahora absolutamente eficaz. Es muy operístico. En realidad, nunca se sabrá por qué Shostakóvich abandonó el género tan pronto y sin embargo su producción desde Lady Macbeth quedó tan llena de guiños dramáticos. Seguramente no hizo más ópera porque con dos prohibiciones tuvo más que suficiente. Nelsons realiza aquí un soberbio trabajo con los sonidos, y Matthias Goerne, un barítono metido a bajo ya hace tiempo, con las palabras, en una versión que es como una ópera de cámara, lo que tiene todo el sentido del mundo. Pedro González Mira

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