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Por Publicado el: 16/04/2021Categorías: Recomendación

Recomendación: Peter Grimes en el Teatro Real. Britten, próximo y vanguardista

PETER GRIMES (B. BRITTEN)

Britten, próximo y  vanguardista

BRITTEN: Peter Grimes. Clayton, Bengtsson, Wyn-Rogers, Hall, Bayley, Aldridge, Gilchrist, Imbrailo, Rea, Pérez. Labourdette. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Ivor Bolton. Directora de escena: Deborah Warner. Lunes 9, 19.00. Resto funciones: 20, 22, 24, 27, 29 de abril y 5,7 y 10 de mayo, 19.00. 2 de mayo, 18.00. Precio: entre 15 y 413 €. 

peter-grimes

Peter Grimes

Esto es un poco la locura. Cada vez se lee menos, y, por eso, la prensa general amarillea más. Hemos podido leer no hace nada acerca de los múltiples problemas que ha tenido el Teatro Real por no sé cuántos contagios de Covid que ha habido entre los participantes en el montaje de Peter Grimes durante los ensayos. Finalmente, y tras tener que haber salido el Teatro a la palestra para demostrar con papeles médicos que no hubo tales contagios en los términos aireados por ciertos periódicos, la versión de la ópera de Britten se va a estrenar este lunes 19, y prometiendo ser un extraordinario éxito. 

Este comentarista cree que esta coproducción (con Covent Garden, Ópera de la Bastilla y Ópera de Roma) supone un notabilísimo acontecimiento operístico. Por todo. Por la obra en sí, que es la segunda vez que se podrá ver y escuchar en este teatro tras la inolvidable versión musical de Antonio Pappano para la no menos formidable producción de Willy Decker (temporada 1997-1998; seis años antes se había podido contemplar en el Teatro de la Zarzuela, en un montaje de Mike Ashman, con dirección musical de David Parry), pero no solo por eso, pues tanto la dirección musical como la escénica correrán a cargo de, respectivamente, Ivor Bolton y Deborah Warner, los grandes triunfadores de Billy Budd en 2017, que resultó ser algo así como un avance sustancial en la todavía joven obra operística de Benjamin Britten. Y atención al tenor que interpretará al personaje central: Allan Clayton. 

La obra lírica de Britten tiene un significado que muta, avanza lentamente, se transforma en el tiempo a medida que transcurren los años. Hay algunas razones para explicar por qué cuesta tanto aceptar a Britten como lo que es, un autor de óperas del siglo xx tan importante como los más grandes, esos que todos tenemos en la cabeza. (Bueno, con permiso de los críticos más anclados en el pasado). La primera es la poca tradición operística romántica inglesa; es decir, la nada. Pero hay otra de mucha más sustancia: Britten no participa del género como observador sino como auténtico protagonista personal. No es esto extraño, porque la mayor parte de su obra goza de idéntico compromiso ético y social. Pero en ópera eso se nota especialmente. Peter Grimes es el primer título operístico importante de su autor (¿autores? Peter Pears hizo también lo suyo), pero se podría decir que en ella echa el resto; que el posicionamiento moral que subyace en el resultado goza ya del máximo desarrollo. ¿Cómo es ese posicionamiento? Pues se podría decir que casi confesional, pues en la trastienda del personaje se mueve la circunstancia personal del pacifista y del homosexual, ambos inmersos en sus respectivos conflictos: la gran guerra europea y el asfixiante punto de vista político- social de su país ante los homosexuales. El personaje de Peter Grimes, así, escapa a sus orígenes literarios para acabar inscribiéndose en una pura reivindicación de una izquierda política inteligente: declaración de pacifismo, huida a EE.UU., regreso a Inglaterra y contemporización con la clasista y cerrada sociedad inglesa para ser admitido en los círculos aristocráticos no como bandidos (Britten y su pareja, Peter Pears, coautor e intérprete)  sino como gloriosos artistas de la tierra. Al resto de Europa no le costó mucho tiempo aceptar todo eso de Britten, pero dentro de un orden: sí, pero Britten no es Richard Strauss o Giacomo Puccini.  Seguramente. Pero, con obras como Peter Grimes, primero, o Billy Budd, luego,  su fuerza política le lleva a un terreno que convierte la ópera en algo más que un divertimento; en algo más que un espectáculo para los entendidos o las clases más pudientes. 

Pero hasta aquí, la trascendencia puramente ética –y dramática- de Peter Grimes. ¿Y la música? ¿Merece la música similar valoración? La misma o más. Toda ella a lo largo de la obra atiende a un minucioso trazado que es teatro puro puesto en sonido. La belleza de los sonidos es algo difícil de valorar objetivamente, pero  los programas, los trazados dramáticos en una ópera son determinantes. Britten en eso es un maestro; no le parecerá muy interesante hacer de la melodía una causa, pero las sonidos corren como el agua clara en ese trazado y se interrelacionan con una preclara fuerza conceptual, pues tienen la capacidad de explicar minuciosamente lo que sucede en la historia que se cuenta; de desentrañar los recovecos más ocultos de los personajes. Supone por ello el Britten operístico una especie de síntesis de los procedimientos aprendidos de los grandes maestros románticos. Y por eso, y sin imitarlos, más bien alejándose de ellos, consigue un paradigma operístico absolutamente nuevo. La vanguardia tiene muchas caras, y ya es hora de que se defienda con determinación la que representa la ópera de Britten, tan alejada de convencionalismos y a la vez tan próxima y entendible.

La historia de la ópera avanza lentamente pero segura. Probablemente pasará mucho tiempo antes de que se entierren determinados tópicos, pero no tengo duda de que la conservación de la grandeza del género dejará de pasar más pronto que tarde por circunstancias coyunturales, para autolimitarse y dejar en claro verdaderamente qué personas y subgéneros han sido capaces de dejar auténtica huella. Una de esas figuras  será, sin duda, Benjamin Britten. Pedro González Mira

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