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Por Publicado el: 12/08/2022Categorías: Recomendación, Discos, DVD's y libros

Recomendación: Sinfonías n.7, 8 y 9 de Dvorák por Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles

Dvorak, hoy

DVORAK: Sinfonías nºs 7, 8 y 9. Orquesta Filarmónica de los Ángeles. Director: Gustavo Dudamel.

Gustavo-Dudamel-Sinfonías-7-9-Dovrak.-Deutsche-Grammophon

Gustavo Dudamel – Sinfonías 7 – 9 Dovrak. Deutsche Grammophon

Tranquilos, no se asusten. No ha vuelto el disco de estudio. D.G. sigue reciclando. En este caso una toma en vivo de febrero de 2020, es decir, un producto pre pandemia que seguía esperando turno. Se escucha bien; la grabación es más que suficiente, pero atención, se trata de un trabajo de Dudamel que ya tiene más de dos años, lo que a la velocidad que el director venezolano evoluciona es casi una eternidad.

En realidad, es lo que más interesa de este miniciclo: poder observar cómo ha avanzado Dudamel en los últimos tiempos, porque, como todo el mundo sabe, su carrera nació a velocidad supersónica (debutó en disco con la quinta de Beethoven) y prosiguió sin pestañear como un permanente arrebato. Pronto empezaron a llegar Mahler y Richard Strauss y Chaikovski; y Berlioz y Debussy; Wagner y otra vez Beethoven y un impresionante Brahms… Sin hálito, con mucha prisa y ninguna pausa. Por ello, siempre me costó seguirle, y por ello a veces no he hablado muy bien de él. Siempre le he reconocido un talento fuera de serie, pero no siempre he estado de acuerdo con la manera de planificar su carrera.

Ahora estoy sorprendido con este Dvorak, que me ha parecido realmente soberbio, pero quizá algo más que eso. Lo que más me ha impresionado es la madurez alcanzada en el trazo sinfónico y el hecho de que Dudamel esté ya en disposición de permitirse lujos propios de directores muy consagrados: a veces no le importa ser poco ortodoxo. Son versiones de enorme personalidad, distintas, novedosas (la que menos, en todo caso, la de la Nuevo Mundo) y, sobre todo, sonadas sin complejos. Me ha interesado mucho cómo Dudamel resuelve el viejo problema de la ubicación del sinfonismo del checo; si al lado –o encima- del de Brahms. Pues lo ha hecho de un plumazo: no suena al del hamburgués ni de lejos. ¿A quién se parece? A ninguno. Está exento de cualquier toque nacionalista (aunque el folclore haga acto de presencia continua), pero para ello no se apoya en el modelo brahmsiano (que suena como un órgano de emisión dorada) o bruckneriano (un órgano de infinitos y contundentes sonidos plateados) y tampoco busca en el futuro Mahler excusas para mantener viva la llama existencialista. Es un Dvorak sólido, digamos desideologizado, aunque por momentos un punto atormentado, moderno, de pasta granítica, nada romántico (salvo en ocasiones contadas, y de manera quizá discutible), extraordinariamente armado y con tendencia a un lirismo que de tan compactado pierde su condición de tal. Es decir, no es un Dvorak que deshaga el camino recorrido por los grandes especialistas, por los históricos, pero precisamente por ello su mérito y su interés se multiplican. Así, En la Séptima, el venezolano renuncia al canto y prefiere un discurso más apremiante y arrebatado; algo que repite en esa orgía lírica que es la increíble Octava, quizá la versión más personal de las tres. Ambas me parecen dos interpretaciones magistrales. Y si la Novena me ha interesado menos es precisamente porque se aproxima más a las grandes versiones clásicas, con las que, claramente, no puede competir. A destacar la adecuación a esas ideas de la Filarmónica de los Ángeles, que funciona como una máquina de hacer música.

Los últimos discos que escuché de Dudamel fueron las sinfonías de Ives. Y ya percibí esa evolución a la que me referí antes. Este Dvorak no hace sino confirmar esa impresión. A sus cuarenta y muy pocos años nos está mostrando un camino muy acertado, consistente en mirar más a su interior y hacer las cosas sin impostaciones ni requiebros comerciales. En el gran repertorio parece estar todo dicho, pero no es verdad. La música es un pozo sin fondo; todo es revisable, mejorable y cambiable. Otra cosa es que los aficionados estemos más o menos dispuestos a cambiar nuestras maneras de escuchar. Es decir, a abrir nuestras mentes a nuevas propuestas, que desde luego vienen de una serie de intérpretes jóvenes que, por otro lado, están obligados a ofrecerlas sin tratar de imitar a los clásicos; sin querer perfeccionar lo que no se puede perfeccionar porque, en su estilo, constituye una cumbre. En mi opinión, hay todavía demasiados intérpretes que miran al pasado; mal, muy mal: el pasado pasó. Hay que hacer cosas nuevas. Pedro González Mira

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