Recomendación: Viva la Mamma. Cantantes, una etnia aparte
VIVA LA MAMMA (G. DONIZETTI)
Cantantes: una etnia aparte
Nino Machaidze/Sabina Puértolas, Borja Quiza/Gabriel Bermúdez, Pietro Di Bianco, Carlos Álvarez/Luis Cansino, Sylvia Schwartz/Francesca Sassu, Xabier Anduaga/Alejandro del Cerro. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Evelino Pidó. Director musical: Laurent Pélly. Teatro Real, 2, 3, 4, 5, 6, 8, 9, 10, 11,12 y 13 de junio. Entre 20 y 413 € (estreno, día 2). Entre 15 y 239 €. (resto).
Viva la Mamma relata un ensayo para el montaje de una ópera. Con cantantes muy de carne y hueso, es decir a veces algo cretinos, siempre engañosamente familiares, en la mayor parte de los casos ignorantes de su propia profesionalidad. El compositor, el libretista, el director musical, el pianista acompañante tratan de poner orden en una especie de gallinero de egos vanidosos, incapaces de ponerse de acuerdo en nada. Sería injusto siquiera pensar que se trata de la vida misma de la ópera, y más en el mundo escénico de hoy, pero a Donizetti no le costó mucho encontrar motivaciones para describir un mundo así a través de la caricatura. Si el río suena es que agua lleva.
Sin embargo, esta representación del Teatro Real bien puede alcanzar un carácter de fin de fiesta. Aunque de fiesta hayan tenido poco los últimos tiempos, por lo que, a lo mejor, en lo que se convierte es en el principio de días más alegres y mejores, y por consiguiente para ser vividos con retrancas solo permisibles en situaciones de normalidad. Es del todo posible que el Teatro Real quiera ver en esta ópera (y nos ofrezca esa percepción a sus amigos) una necesaria explosión de sentimientos reprimidos tras los diversos confinamientos (físicos y mentales) a que nos hemos visto sometidos durante el último año; tras las tremendas vicisitudes de los Siegfried y Peter Grimes, un final de temporada de una temporada que, a pesar de los pesares, ha existido. ¿Un milagro? Quizá, pero también una reafirmación de fe en la creatividad que surge desde el escenario de una ópera. Donizetti, con más elocuencia teatral que musical, desarrolla esta pieza-disparate como una especie de homenaje a la teatralidad de lo cómico, tan sutil e irónicamente explicado por el genio de su paisano Rossini, a quien no le importa imitar para que las cosas queden claras; para que nadie dude acerca de la jefatura en el asunto. Pero esa clave cómica, que en el texto encierra una sabiduría rural que después Verdi elevaría a categoría de drama, conduce a los protagonistas a una suerte de humanismo que estalla en la mejor clave de la Comedia del Arte, para mostrarnos que las mayores grandezas de la creación operística surgen de las miserias de sus propios protagonistas. Las ‘conveniencias’ sobre la escena han de ser respetadas, pero las ‘inconveniencias’ deben de ser atendidas de igual suerte, para que de la tensión surgida entre ambas nazca la invención, en una propuesta a la italiana, obviamente, naciente al fin y al cabo en el lugar donde surge el arte civilizado. Por eso nosotros, aquí, la vamos a entender como algo también nuestro, y quizá mejor que a otros títulos más comúnmente celebrados de Donizetti, tan profusa y reiteradamente entregados a nuestra suerte.
Viva la mamma, originalmente Le convenienze ed inconvenienze teatrali, data de 1831 (en esta versión; es, pues, un año posterior al gran estallido de Anna Bolena). Pero la obra se presentó como una suma de dos textos de Antonio Simone Sografi, cuatro años después de su primitiva aparición con solo el primero de ellos (Le covenienze teatrali). No es, por consiguiente, una ópera de madurez (es, más bien, una gamberrada de juventud), pero quizá habría que decir que ni falta que le hace, porque la pieza no es un Capriccio (Richard Strauss) a la italiana sino una especie de aperitivo finamente sazonado, pero en todo momento escorado hacia el trazo grueso de la comedia popular. Para empezar, el personaje que da título al asunto es un barítono haciendo de ‘mamma’ y dirigiendo un cotarro de situaciones grotescas protagonizadas por los cantantes (en todas sus categorías: primo, secondo, terzo, etc.), se quiera o no y con o sin permiso del resto de los invitados (compositor, libretista, orquesta, director de escena y director musical), los auténticos amos de la escena. Los que mandan y los que, a la postre, acaban decidiendo de qué va a ir la cosa, porque sin ellos el barco se hunde con todos los demás dentro. ¿Marcó a estos un gol Donizetti al ponerlos en papel cómico-satírico, y obligándoles así a hacer una autocrítica de sus propias miserias de impenitentes divos? Bueno, quizá sea eso mucho decir. Pero, querido lector: compruébelo usted mismo en la versión que nos propone un Laurent Pélly especialista en esta clase de sutilezas, no perdiéndose alguna de las once representaciones de esta ópera para sonreír y reír a partes iguales. No les cuento más sobre el resto de los responsables (cantantes y director musical), porque como es habitual eso sucederá en otro lugar de estas páginas. Pedro González Mira
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