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Por Publicado el: 04/07/2013Categorías: Crítica

Requiem epidérmico

Temporada del Teatro Real

Requiem epidérmico

“Misa de Requiem” de Verdi. Lilianna Haroutounian, Violeta Urmana, Jorge de León e Ildebrando D’Arcangelo. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Teodor Currentzis, director. Teatro Real. Madrid, 3 de julio.

Tocaba celebrar de algún modo, por pobre que fuera, el centenario verdiano y el Teatro Real, un teatro de ópera, ha elegido la vía fácil de un concierto con su “Misa de Requiem”. Cuarteto de lujo en el escenario sobre el papel, aunque con resultados irregulares a la hora de la verdad. Ildebrando D’Arcangelo aportó corrección y experiencia, mostrando dominio de la partitura para superar las limitaciones de un material vocal de bajo en sí no especialmente relevante. Jorge de León lució su timbre gratísimo, la seguridad en el registro agudo y el caudal abundante. Lástima que no acabe de dosificar éste último convenientemente y así el “Hostias” quedó vocalmente demasiado realzado, cuando lo suyo en ser cantado más en piano. Sin duda en ello tuvo también mucho que ver quien ocupaba el podio, pero esto es otro cantar. El problema de la parte femenina se centró en la reducida contrastación entre ambas voces. Violeta Urmana se ha decidido a cantar definitivamente de mezzo una vez que el registro agudo se empezaba a resentir, pero conserva una emisión que oscila entre las tesituras de mezzo y soprano y de ahí la citada falta de contrastación con la soprano real. Lilianna Haroutounian se ha vuelto artista cotizada tras sus sustituciones a Anja Harteros. Sin duda posee un material de interés, con potencia y facilidad arriba, pero con graves por desarrollar y aún bastante por estudiar. Tiempo tiene, si la dejan, dada su juventud.

Madrid ha podido disfrutar en pocos días de dos misas de réquiem tan diferentes como el de Verdi y Fauré. Que este último presente carácter intimista no significa que el primero carezca de él. Estos es lo que Teodor Currentzis olvidó, planteando una lectura eminentemente epidérmica, aparatosa y carente de espiritualidad. Verdi no pudo evitar su mundo operístico en la obra, pero también tuvo muy en la cabeza las desapariciones de Rossini y Manzoni cuando escribió la obra. Correcta la orquesta y el coro, si bien quienes escucharon al Orfeón Donostiarra en Fauré pudieron notar las sutiles pero rotundas diferencias. El público respondió con mucho entusiasmo, tanto que un espectador comentaba “¿Por qué el Real no deja de hacer ópera y se dedica a los recitales de piano y conciertos, con los que nos lo pasamos mucho mejor y obtiene mayores triunfos?”. Supongo que la observación bien merece una reflexión. Gonzalo Alonso

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