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Por Publicado el: 23/10/2022Categorías: Discos, DVD's y libros

Reseña CD: Rott, Mahler y Bruckner. Orquesta Sinfónica de Bamberg con Jakub Hrůša

Un disco muy bien programado. Y excelente.

ROTT: Sinfonía nº 1 en Mi mayor. MAHLER: Blumine. BRUCKNER: Preludio sinfónico en Do menor. Orquesta Sinfónica de Bamberg. Dir.: Jakub Hrůša. Deutsche Grammophon

Rott-Mahler-Bruckner.-Sinfonica-de-Bamberg.-J.-Hrusa.-DG

Rott, Mahler, Bruckner. Sinfónica de Bamberg. J. Hrusa. DG

Hans Rott nació en Viena en 1858 y murió veinticinco años después de tuberculosis, tras casi una década luchando contra la locura. Fue compositor, pero también un gran organista, si nos hemos de fiar de las opiniones de Anton Bruckner, su maestro. Fue compañero de aulas de Gustav Mahler y Hugo Wolf, y al parecer más admirado por el maestro que estos, pues siempre lo tuvo como un auténtico visionario, a pesar de entregarse en exceso a su propio sinfonismo. Rott fue un huérfano precoz que tuvo que arreglárselas para poder estudiar en el conservatorio de Viena, donde le dio clases Franz Krenn, es decir, el primer ideólogo del mahlerismo desde su cátedra de Composición. Sentado a la consola interpretó a Bach con una unción heredada de Bruckner, y a los veinte años visitó Bayreuth, que celebraba su primer festival, lo que constituyó una auténtica puntilla estilística. Desde entonces Wagner y Bruckner constituyeron el núcleo duro de su pensamiento musical. No obstante, es curioso observar cómo lo poco que conocemos de ella nos indica cómo iba dirigiéndose hacia la expansión mahleriana. Dos años más tarde de haber asistido a la primera Tetralogía de la historia Rott empezó a escribir una sinfonía, que le llevó prácticamente el resto de sus días. Esta obra, nombrada en los libros por su tonalidad, Mi mayor, hace ya algunos años que ha pasado a ser la primera sinfonía de Rott, bajo quizá la esperanza de poder desenterrar los fragmentos de una segunda que dejó inacabada; más bien bosquejada que otra cosa, al parecer. Junto a un sexteto que nunca llegó a escucharse y un montón más de música que el mismo Rott destruyó. La que no fue presa de las llamas, poco a poco va saliendo a la luz gracias a la “caridad” de intérpretes inteligentes. Pero es esta sinfonía la que constituye la auténtica herencia de un creador olvidado hasta la década de los ochenta del siglo pasado.

Hay varias grabaciones de la obra. Tengo en mi discoteca dos de ellas, la primera con Dennis Russel Davies y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena , para el sello CPO (1998), y la segunda, para RCA (2012), con Paavo Järvi y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, que incluyen otros estimables trabajos de Rott (Pastorales Vorspiel y Suite para orquesta, respectivamente). Pero el director moravo Jakub Hrůša ha preferido ahora acompañar la obra de Rott de otras dos de Mahler y Bruckner, para construir su disco, que está lleno de lógica. En el caso de la eliminada Blumine de la primera sinfonía del autor de La canción de la tierra, como guiño del compañero de estudios que, al abordar su primera sinfonía duda y al final elimina; y en el del Preludio sinfónico de Bruckner, porque salió de la pluma de su autor el ya mentado año de 1876, o sea el del gran descubrimiento de la saga wagneriana. Ambas versiones aportan añadidos llenos de curiosidad, porque lo que, al cabo, más interesa del disco es la hora aproximada que dura la sinfonía, ya que Hrůša sin duda ha estudiado el asunto a fondo. Su interpretación exprime las virtudes de una música plagada de originalidades y detalles personales de valor, por más que el seguimiento a sus maestros lleve a Rott hasta la reverencia. La obra parece obtener influencias partidas, pues si en los dos primeros movimientos el espíritu de Siegfried y el de su admirador Bruckner planean todo el tiempo, en el tercero todo huele a un Mahler que todavía está por llegar (gran acierto, pues, incluir Blumine, que es un casi Mahler). En el cuarto, y a pesar de que Brahms no movió un dedo por Rott (como es lógico y natural), este se permite esbozar recuerdos de una cierta complacencia hacia la primera sinfonía del autor de Un réquiem alemán. O sea, un poco a modo de loco pacificador.

Siempre lo digo, ya sé que soy un pesado: cuando aparece un buen disco, y no por incluir lo de siempre, que de eso ya tenemos muchísimo, hay que celebrarlo. Es el caso. Pedro González Mira

Consúltelo aquí.

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