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Por Publicado el: 18/11/2022Categorías: Discos, DVD's y libros

Reseña: El horizonte quimérico de Martín Llade

Ensueño y realidad. El quimérico juego de Martín Llade

MARTÍN LLADE: El horizonte quimérico. MUSICALIA SCHERZO (Madrid, 2022). 347 págs.

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El horizonte quimérico – Martín Llade

Cuando el inminente lector toma entre las manos El horizonte quimérico, el último libro de Martín Llade (Donostia, 1976), siente una extraña incertidumbre. La imaginación previsora se trufa con los comentarios y críticas ya leídas. Incluso con las confidencias del autor-amigo, que en su entusiasmo te ha avanzado algunas de las muchas batallitas que cuenta en las 347 páginas de tintes inesperablemente surrealistas. El prólogo de Benjamín García Rosado, extensísimo y estupendo como todo en él, tampoco aclara la chicha de este libro asombroso.

Ni siquiera el autor, en la “advertencia previa” que preludia el texto en cuestión, aclara gran cosa: “Todas las historias aquí contenidas han de ser tomadas como lo que son. Ni más ni menos que fugaces visiones, distinguidas a golpe de vista, en el horizonte quimérico…”. 61 historias, cada cual hija de su madre y de su padre; “visiones fugitivas” hermanadas por el nexo estimulante y hasta alucinado de un escribidor que mueve la pluma con desparpajo, agilidad en un estilo literario fresco y desenfadado, personalísimo y colmado de agudeza, talento y fina retranca.

Martín Llade se revela como fabulador de estilo, dotado de una imaginación “quimérica” que traspasa cualquier horizonte de realidad. Con un conocimiento enciclopédico del mundo de la música, de sus anécdotas, chismes, curiosidades, tópicos y leyendas, el autor exprime esa realidad para, a partir de ella, echar la imaginación a volar y contar historias inverosímiles, disparatas incluso, de un modo que el lector, incluso el lector avezado, llega a dudar y preguntarse si tal o cual “dato”, si tal o cual hecho, es o no cierto. Siempre queda un “podría ser”.

Tal es el dominio y el arte narrativo del musicógrafo donostiarra. Manipula la realidad para, a partir de ella, crear historias, pequeñas y grandes historias, que fascinan por su trama inescrutable, pero también por el ejercicio de virtuosismo literario y creativo que vierten. La fantasía de Llade no descansa en todo el libro. Son incontables los “disparates”, especulaciones y elucubraciones que se vierten en estas páginas que divierten de lo lindo, pero que también, y sobre todo, son una reflexión sobre cosas que “podrían haber sido” pero que la tozudez de la realidad aparta de cualquier perspectiva.

Martín Llade afina la mirada y enfoca la ilusión para cuajar un brillante ejercicio de literatura y contar lo “inimaginable”, lo que escapa a la visión establecida. Es un fabulador fino armado en un sólido bagaje de información. En cada frase se nota que sabe de lo que habla. Juega, y desde la realidad comienza a derivar historias e historietas, a veces hilarantes, otras sencillamente disparatadas…, en otras, muchas, el lector implicado se queda con la idea inquietante : “Y por qué no, ¿es que acaso no pudo ser así?”.

El libro no deja títere con cabeza, desde el pesetero Stravinski metido a empresario de una banda pop; a un Chopin que en realidad nunca existió: fue una invención de Liszt y esa Georg Sand que vivió en permanente depresión por no ver forma de “abrazarse a sí misma, ni de besar su propia boca”. Martín Llade nos habla también de una segunda parte de La flauta mágica; de Borges y Satie; de la “circense” historia amorosa a tres bandas de Schumann; del “buitre” Wagner; del hilarante encuentro entre Beethoven y Johann Maelzel (inventor del metrónomo), en el que Beethoven le sugiere que invente algo útil, como un mecanismo que pase las páginas de los pianistas, en lugar del “engendro” del metrónomo… También cuenta detalles de la ópera inédita de Bach Das Urteil des Paris…; de Ravel y su autómata, Couperin y Couperin II, y hasta de la Pavana para una infanta difunta, que Ravel pensó titular inicialmente “Ayre para un autómata automático”….

Al ojo despierto y divertido de Martin Llade ni siquiera escapa su predecesor, el inolvidable José Luis Pérez de Arteaga, en un precioso capítulo certeramente titulado José Luis in Heaven, en el que “El Pérez”, sentado en el patio de butacas del cielo, entre Marie d’Agoult y Händel, junto a Mengelberg, al que le habla de la pasión por sus grabaciones mahlerianas… Pero la conversación celestial se tiene que interrumpir porque desde “un par de butacas más allá” un vitriólico llamado Eduard Hanslick les manda callar. Brahms apaga el puro, a Rossini le requisan los caramelos por el ruidito al abrirlos, y Chopin, motu proprio, abandona la sala para “no importunar con sus toses”. En el escenario celestial, Mahler dirige la Novena de Beethoven ante una orquesta de diez mil profesores y un cuarteto solista formado por Lucia Popp, Kathleen Ferrier, Fritz Wunderlich y Hermann Prey. “La interpretación fue tan celestial que a los acomodadores se les salieron las alas y rompieron sus chaquetas por la espalda”, describe Martín Llade.

Imposible omitir el final del capítulo, lo que ocurrió al final del concierto: “Al encenderse las luces, José Luis distinguió a todos los que habían constituido para él la música per se, el arte por el que había vivido y del que ahora, en su ausencia del mundo anterior, acabó por formar parte. Estaban allí Albéniz y Mompou, Frühbeck de Burgos y Argenta, Prokófiev y Shostakóvich, Caruso y Fleta, Walter Legge y Rudolf Bing, Karajan y Mravinski, Nadia Boulanger y Clara Haskil… Pero lo que más le emocionó fue contemplar a un Beethoven sonriente, de nuevo con sus oídos en plena forma, que se acercó a besar en la frente a Mahler: ‘¿Lo ves, Gustav -le dijo con la ronca nobleza de su voz-, cómo mi Novena no necesita de tus cómicos arreglitos?’”. Sería hermoso que la realidad fuera el ensueño del quimérico Martín Llade. Imprescindible. Justo Romero

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