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El Maestranza: el peso de la inercia
Por Publicado el: 25/06/2018Categorías: Artículos, Colaboraciones

¡Respeto a los músicos!

¡Respeto a los músicos!

Justo Romero

La injerencia política en la gestión de las artes es un mal endémico en España y muy especialmente en la Comunitat Valenciana, donde la clase política interfiere sin conocimiento ni preparación. Incluso opina y discute acerca de decisiones profesionales que deberían recaer exclusivamente en los gestores que ellos mismos designan y que precisamente para eso están. El problema se agrava cuando el gestor nombrado –a dedo directamente, o bien enmascarado en un concurso público- tampoco tiene la capacidad ni la cualificación para desempeñar el puesto en el que ha sido colocado.

Esta anomalía da pie a la intromisión del político en un ámbito en el que jamás debería entrar. La más que delicada situación que atraviesan las tres grandes agrupaciones musicales de la Comunitat –Cor de la Generalitat, Orquesta de València y Orquestra de la Comunitat Valenciana- responde, sobre todo, a la aprofesionalizada crisis gerencial que sufren y a la cortedad de unos políticos que realmente no saben cómo responder a las necesidades y peculiaridades de unos conjuntos que nunca podrán ser administrados con la mentalidad estrecha y estéril de que sus componentes son funcionarios públicos y como tal hay que tratarlos y considerarlos.

Nada más enemigo del arte que la burocracia y la rutina. Pretender que los músicos fichen como si fueran administrativos que trabajan de ocho a tres; o incluirlos en los regímenes laborares del resto de trabajadores de las instituciones, o, sencillamente, reconvertir sus condiciones contractuales –Cor de la Generalitat- son cuestiones delicadísimas que han de ser tratadas con exquisito talento, conocimiento, sensibilidad y respeto. De no ser así, se genera un ambiente de crispación y cabreo incompatible con la excelencia artística. Se pudo comprobar el jueves en el estreno de la ópera La condenación de Fausto en el Palau de les Arts, donde el Cor de la Generalitat no se parecía a sí mismo, afectado por la desconsideración que sufren sus coristas, que sienten y ven vulnerados sus derechos laborales por una Administración –Generalitat Valenciana- que se muestra insensible además de sorda; que se niega a reconocer sus méritos, labrados en años y décadas de excelencia y dedicación.

Políticos y gestores han de aceptar de una vez por todas que están tratando con cuerpos estables altamente profesionalizados. Con un nivel de formación casi siempre bastante superior al de ellos mismos. Por ello, han de tomar conciencia de esta realidad y cambiar radicalmente de actitud, para asumir que son ellos los que están al servicio cómplice de los artistas, de sus artistas. Nunca de sus empleados o de sus funcionarios. Y menos de unos “vagos bien pagados que tratan de trabajar lo menos posible”, como he oído mil y una vez por los acomodados despachos de la Administración valenciana.

Jesús López Cobos, que fue siempre un maestro que defendió con tenacidad los derechos de sus músicos, contaba que, siendo titular de la Orquesta Nacional de España, se entrevistó con el entonces ministro de Cultura, Javier Solana, para reclamarle mejoras laborales para los PROFESORES de la ONE. Solana no dudó al responderle: “Maestro, es que si acepto lo que me está proponiendo, un músico de la Nacional ganaría más que el Ministro de Cultura”. López Cobos tampoco vaciló en su respuesta certera: “Ministro, es que para ocupar su puesto hay un montón de gente, pero violinistas o fagotistas que puedan tocar en la Orquesta Nacional son muy poquitos”.

Recuerdo, en mis años de gestión pública, primero en el Palau de la Música y después en el Palau de les Arts, la lucha diaria con los problemas administrativos de todo tipo, con la tozudez de una Administración, de unos administradores y de unos políticos que, en su ignorancia atrevida, se mostraban completamente impasibles ante los requerimientos para que posibilitaran un funcionamiento mínimamente aceptable de los cuerpos musicales. “Pues si el clarinetista está enfermo, que toque uno de los trombonistas que libran esta semana”. Disparates como éste, con el argumento de que la ley o las ordenanzas no lo permiten, eran y son el pan nuestro de cada día en la gestión musical valenciana.

Y son precisamente los políticos y sus gestores los que han de conseguir conciliar las necesidades y peculiaridades de cada conjunto artístico con la realidad de la Administración. Secretarios, interventores y administradores han de asumir su compromiso para, junto a los propios técnicos especializados, buscar y encontrar soluciones que permitan que las normas, leyes, decretos y etcétera etcétera etcétera no lastren ni ahoguen el funcionamiento de unas instituciones artísticas que han demostrado durante muchos años su solvencia, profesionalidad y categoría artísticas.

Que los profesores de la Orquesta de València no puedan cobrar compensaciones por sus giras, o regalías por los derechos de grabación, ni compaginar su hacer profesional con una carrera artística propia y autónoma, es un verdadero dislate. Aplicar la incompatibilidad a un artista es tan disparatado como poner vallas al campo, además de castrar las legítimas ambiciones profesionales de cualquier músico que se precie.

Disparate es también lo que desde hace solo unas semanas ocurre en el Palau de la Música: obligar a los profesores de la Orquesta de València a fichar. Ignoran los ignorantes que un músico es músico 24 horas al día. Desconocen las horas de estudio en casa, de preparación de lo que luego tienen que ensayar en la orquesta, la responsabilidad de salir en público, de ponerse al día… Son cosas muy elementales y básicas, pero que resultan no tan fáciles de entender para quien no esté familiarizado con el hacer profesional de unos artistas que cuando ensayan, están al 300 por ciento. En ellos no cabe un instante de distracción. ¿Cómo se mide esto?

Esta inoperancia afecta también a la más que dramática situación que soportan las plantillas de las tres instituciones, con una irresponsable reducción “justificada” por los recortes y los diversos decretos dictados para prohibir o limitar la contratación de nuevos trabajadores en la Administración y extinguir las plazas que van quedando vacantes: si se jubila el tuba, ¡pues se anula la plaza de tuba y santas pascuas! Un hecho que tiene al límite a las tres mermadas instituciones.

La Orquesta de València ha pasado de tener 103 profesores en su plantilla a los 80 que tiene en la actualidad, mientras que la Orquesta de la Comunitat Valencia, de acuerdo con los solo 53 músicos que quedan en su diezmada nómina, habría ya que comenzar a denominarla Orquesta de Cámara de la Comunitat Valenciana. No mejor anda el Cor de la Generalitat, con apenas 57 voces, cuando habrían de ser 80. ¿No hay nadie sensato en la política valenciana que valore y aprecie lo que son y significan la Orquesta de València, la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat? 

[Artículo de opinión publicado el 24 de junio de 2018 en el diario LEVANTE]

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