Revolución francesa
Revolución francesa
Hace un par de semanas auguraba que en la Scala iba a morir hasta el apuntador y que, tras Fontana y Muti, caería también Mauro Meli. Así ha sido, Meli dimitió hace unos días.
Lo que sinceramente no me esperaba era quien iba a aterrizar. Aunque sí era presumible que quien viniera agrupara la dirección artística y la intendencia, dados los últimos problemas planteados entre quienes ocuparon ambas posiciones, Riccardo Muti y Carlo Fontana. El Consejo de Administración de la Scala tenía que curarse en salud. Ya se sabe que en estos consejos hay de todo menos gente que conozca el oficio y es que eso es siempre muy peligroso para quienes no lo conocen. De ahí los goles que se suelen marcar a través de terceros con dobles o triples intenciones. ¿Qué les voy a contar de esto que ustedes no sepan tras los últimos cambios del ministerio de cultura en bastantes instituciones y no exclusivamente musicales? La ignorancia de quienes se suponen deberían ser todo menos ignorantes provoca muchos nombramientos injustificables. Hugues Gall y Nicolas Joel fueron tentados y, sobre todo, Fernando Pereira pero éste, como ya les contaré, está muy bien donde está, en Zurich.
El templo milanés, el emblema lírico por excelencia, ha caído en manos francesas. Muy mal debe andar Italia para que haya sucedido. Mal de gestores y mal de imaginación. Y yo no tengo nada contra la globalización cultural en lo que a responsables se refiere, pero choca que al BBVA le resulte difícil asaltar la BNL y a Lissner le sea fácil coronarse en la Scala, referencia de Italia por excelencia. Claro que, tras Benedicto decimosexto –que no dieciséis- en el Vaticano, tampoco resulta tan sorprendente.
Pero, ¿cómo ha llegado Lissner a la Scala? Y ¿cuánto durará? Simplemente porque alguien vendió la burra de que con él volverá Abbado. Y es verdad, como también es verdad que lo habría hecho con otros muchos de la profesión, porque Abbado no iba a causa de Muti y, ya se sabe, muerto el perro se acabó la rabia. Lo que dure es otro cantar. Lissner podría efectuar una buena labor en la Scala, pero políticos y sindicatos tendrán la última palabra. De hecho su nombramiento debería ser por cuatro años, pero en pocos meses cambiará el consejo de administración y entonces Dios sabe. Y un apunte final. A los italianos no les debe importar mucho la tan cacareada dedicación exclusiva exigida -¿cumplida?- en otros lugares. Lissner es director de Aix-on-Provence, el Festival de Viena, del Teatro Bouffes du Nord y del de la Madeleine. Vamos, un chico en paro. BECKMESSER.COM
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