Salomé en Sevilla. Diario de Sevilla. 5nov 2005
El pasado miércoles, durante la rueda de prensa de presentación de Salomé, la responsable de la reposición de esta producción de Willy Decker respondía a la pregunta de si se iba a bailar la famosa Danza de los siete velos con una abstrusa explicación sobre el símbolo de la metáfora y del misterio y no sé cuantas cosas más, para anunciar al final que nos esperaba una sorpresa. Y sorpresa hubo, aunque no de las que agrada recibir en un montaje de ópera. Ni danza, ni velos, ni seducción, ni sutilidad. El famoso pasaje quedó en un juego infantil, en dos paseos de Salomé por la escena y poco más.
Todo, por otra parte, muy a tono con la gris puesta en escena. Y nunca mejor lo de gris, porque las gamas de colores de los decorados y del vestuario se movían en la estrecha franja de las gamas grises, con la única nota de color del pintoresco verdugo. Como único elemento escenográfico, una enorme escalera que ocupaba todo el espacio. Deben de estar de moda estas escaleras, porque no son las primeras que vemos (El Cid y Simon Boccanegra, por ejemplo) en el Maestranza y a todas les pasa lo mismo: son monótonas tras el primer cuarto de hora, dificultan el movimiento de los cantantes y pueden llegar a ir en contra del canto. Esto último es lo que pasa en esta Salomé, porque al situar a los personajes muy a menudo en la zona central y muy en alto, las voces se pierden al tener sobre sí el espacio vacío del peine y llegan con poco volumen a la altura del foso, donde acaban por hacerse inaudibles en muchos momentos.
La propuesta de Decker acaba por privar al personaje de Salomé de la carga de perversidad que le es inherente. Su falta de conciencia moral le hace moverse al capricho de su sensualidad, pero Decker la convierte en una princesa malcriada y caprichosa, sin pizca de sensualidad, de movimientos repetitivos y sin un perfil psicológico definido. La opción por el suicidio frente a la ejecución final lo trastoca todo al sugerir un último rayo de remordimiento y de culpa, cuando es todo lo contrario.
En lo musical, Pedro Halffter se ponía por primera vez frente al foso del Maestranza. Opción muy arriesgada la de este título, máxime al apostar por la extensa orquestación original. La disposición escénica y la insuficiencia de algunas voces, unidas a unas dinámicas demasiado fuertes, hicieron que éstas tomasen poca relevancia. La Sinfónica alcanzó un muy alto nivel, con un sonido de gran empaste y con flexibilidad, pero a la batuta le pudo faltar mayor claridad en las texturas tímbricas y una mayor gama de matizaciones, pues pasajes como la Danza sonaron planos.
Pocas voces de empaque hubo anoche. Imponente la de Doris Soffel, quizá la única apropiada para esta ópera, por timbre y por potencia. Temblorosa y deficiente por arriba la de René Kollo. E insuficiente la Gustafson: es una voz demasiado corta de volumen y con escasos graves (inaudibles) como para afrontar un rol que pide una voz más ancha y, sobre todo, una interpretación mucho más matizada e incisiva. Buen timbre el de Youn y estupendos Cabero y el resto de los personajes secundarios.
ANDRÉS MORENO MENGÍBAR
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