Salzburgo: Pollini y “Carmen” (Micaela se pierde en las cloacas)
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“Carmen” y Pollini en el Festival de Salzburgo
Micaela se pierde en las cloacas
“Carmen” de Bizet. M.Kozena, J.Kaufmann, K.Smoriginas, G.Kümeier, et. A.Collins, dirección de escena. S.Rattle, dirección musical. Grosses Festspielhaus. 19 de agosto
Tres últimas sonatas de Beethoven. M.Pollini, piano. Grosses Festspielhaus. Salzburgo, 19 de agosto.
Las mayores ovaciones de la “Carmen” salzburguesa las cosechó Gen Kühmeier y cualquier aficionado sabe lo que significa que la gran triunfadora sea Micaela, uno de los personajes más cursis de la historia lírica. Realmente tuvo su lógica porque la soprano tiene la voz para el papel –lo que no es nada difícil- y puso toda la carne en el asador a pesar de rozar con ello el grito. Pero es que Magdalena Kozená está absolutamente fuera de rol, por vocalidad e intención. Le faltan colores y graves a la voz, de forma que todo su dúo final resulta un suplicio en su insuficiencia, canta musicalmente el aria de las cartas pero escasa de dramatismo, su habanera es de estudiante de conservatorio y mejor olvidar la seguidilla y la canción gitana. Apunto como dato curioso que quiso debutar el personaje en Valladolid hace un par de años y tuvo que abandonar la segunda función, siendo sustituida por María José Montiel. Es complicado dar lo mejor de uno mismo cuando tu pareja carece de nivel y más si ambas voces de dan de tortas. Con Kozená como Carmen no cabe más que un tenor muy lírico y Jonas Kaufmann posee una voz casi baritonal en el timbre, significativamente bien diferente a su voz natural cuando habla. Como, además de buen cantante y actor, es inteligente se decantó por enfocar Don José desde el mundo del lied que él tanto ha cultivado. Todo medido salvo alguna nota muy proyectada en su rivalidad con Escamillo. Termina el aria de la flor en falsete y su desgarro final se desvanece en lo inaudible. Kostas Smoriginas ofrece un Escamillo discreto y de todo ello sale el triunfo de Micaela.
Rattle estrenó en Pascua la producción junto a la Filarmónica de Berlín, con quien se habló de venir al Real. Sinceramente, no vale la pena la inversión y menos sin Kaufmann. Ahora la dirige con los de Viena, que aportan más solidez operística pero menor brillantez y eso facilita las cosas a los cantantes. El preludio del tercer acto, el del cuarto, el acompañamiento de la canción del torero rozan la exhuberancia, en cambio falla la obertura por culpa del agitadísimo tempo que imprime Rattle. Por cierto, el público muestra su desconocimiento al aplaudir a su mitad. El maestro va del acierto –magnífico el momento en que Carmen entrega la flor al brigada tras leerle la mano- al desconocimiento del dramatismo que ofrecen algunas otras frases orquestales.
Un tanto discutible la puesta en escena con dirección de Aletta Collins. Intenta evadir tópicos para caer en otros. La taberna del tercero no puede ser ni más pobre ni más convencional. El primero recuerda más al patio de un psiquiátrico que al exterior de una moderna fábrica de tabaco. En el tercero aparece Micaela deambulando por el interior de una gran alcantarilla a la que no se sabe cómo ha llegado sin su bolso de primeros auxilios, porque Collins la convierte en ATS. En el cuarto no puede evitar el tópico del redondel y para colmo recurre a un paseíllo de cabezudos. Collins también se encarga de la coreografía, lejos del baile español y mezcla de no se sabe qué. Con mucha mayor imaginación y elegancia resolvió Plaza un problema similar en el reciente “Gato Montés” del Teatro de la Zarzuela.
Empiezo a comprender las múltiples condolencias que me dan por aquí a causa de la economía española. Si esta “Carmen” es para ellos España –porque no intenta otra cosa y hasta hay carteles en español- o lo es la que describe el amplio suplemento semanal del “Salzburger Nachrichten” me queda claro que no merecemos más que un rescate. Entre la “Carmen” de Zeffirelli en Verona o la de Collins en Salzburgo, francamente me quedo con la de Bieito en Perelada o el Liceo.
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El mismo escenario se abría para Maurizio Pollini tres horas después de finalizar Bizet. Ante él las tres inmensas, no en duración pero sí en esencia, últimas sonatas de Beethoven. Adorno vio en ellas, como en otras obras finales, la catástrofe del arte. Más acertado estuvo Berlioz cuando reconoció que, hasta la misma anterior Op.106 “Hammerklavier”, eran incomprendidas en su tiempo pero músicas del futuro. Mucha tinta se ha vertido sobre las Op.109, 110 y 111, pero lo importante no es la buscada genialidad de esas reflexiones, sino la sublime música que encierran las partituras postreras del de Bonn: la “Novena”, la “Misa solemne”, los últimos cuartetos o estas mismas sonatas. Pollini, con paso ligero y mirada abstraída, atravesó el enorme escenario para sentarse en la banqueta e interpretar la esencia de las tres obras. ¡Qué claridad en la exposición de la fuga a tres voces del último tiempo de la Op.110, en la que Kinderman encuentró paralelos con la Fughetta de las “Variaciones Diabelli”, el “Agnus Dei” o el “Dona Nobis Pacem” de la contemporánea “Misa solemne”! ¿Qué decir de la fortaleza que imprimió al primer tiempo de la Op.110 y de la coherencia estructural con la que unió primer y segundo tiempo, muy al modo de aquel Bülow que veía en ellos a Samsara y Nirvana?
Y habrá quien encuentre los tempos más ligeros de la habitual, demasiado pedal o excesivamente severa la aproximación al ya citado inmenso tercer tiempo de la Op.110, pero Pollini fue capaz de recorrer y mostrarnos en él una gran parte de la historia de la música, desde Bach al futuro Chopin. Soberbia y aclamada actuación. Gonzalo Alonso
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