Sara Blanch: mi nivel de autoexigencia es alto
Sara Blanch: mi nivel de autoexigencia es alto
Aunque el salto mediático le llegó al llevarse ocho premios en el Viñas de 2016, la carrera de la soprano Sara Blanch ha estado más meditada de lo que pudiera parecer. Tras años de trabajo y de medir mucho sus apariciones, parece ahora eclosionar en un lapso temporal especialmente corto y presencia por toda la geografía española en papeles marcadamente distintos. Con una mirada limpia y lúcida sobre la realidad del siempre laberíntico mundo musical, charlamos con la soprano en uno de los salones del Teatro Real.
Teatro Real, Teatro de la Zarzuela, Teatro de La Maestranza, Festival de Peralada. Vives un año muy completo…
Sí, la verdad es que mi cuerpo ya empieza a notarlo. Además todo un año de debuts en realidad uno detrás de otro, sin espacios intermedios para la reflexión o el estudio. Al final tienes que preparar los papeles en los tiempos muertos de las producciones. Pero que no se me malinterprete, estoy encantada de que esto sea así… Es un estrés positivo que forma parte del mundo en el que trabajo y un privilegio que se valore mi presencia sobre los escenarios.
¿El hecho de que haya eclosionado ahora todo esta vorágine de estrenos responde a una planificación previa, o es resultado del mercado y de los alrededores del premio Viñas?
Mido mucho los pasos y procuro no precipitarme. Tengo una lista de repertorio que sé que puedo asumir a día de hoy y es el que estoy dispuesta a hacer. Hay propuestas que, aun sintiéndome encantada de que hayan pensado en mí para ellas, me veo en la obligación de declinar. Hay que ser justa con una misma y con quien va a escucharte. También procuro seleccionar mucho mi presencia en concursos y pensar dónde debo estar. Y no hablo de ganar, porque el microuniverso de los concursos es muy complicado, pero sí de hacer un papel digno, a la altura de lo que puedo dar.
Pues parece que esa selección te está funcionando muy bien…
La verdad es que sí. Hubo muchos buenos resultados en concursos de primer nivel, aunque fueron el Viñas y el Caballé donde se disparó todo. Ojalá siga así.
¿Formas entonces parte de esa generación de cantantes que procura no abordar ciertos papeles de mayor relumbrón por llegar a ellos en condiciones óptimas dentro de unos años?
Sí, a veces la renuncia a ciertos papeles duele. Pero también es cierto que me gusta tanto cantar y encuentro tantos roles que a día de hoy soy capaz de asumir, que no hay ningún motivo para precipitar las cosas. La riqueza de repertorio es una baza que juega siempre a favor del cantante. Voy a ir recorriendo el camino tranquilamente. Sí le tengo muchas ganas (y lo veo bastante cercano) a un Lucia de Lammermoor. Más lejos en el horizonte está la Traviata, pero ya llegará en unos años si todo va como espero. Así que los papeles que abordo a día de hoy son eminentemente cómicos y no de perfil tan dramático. Habrá otra intensidad más adelante. Sin prisa.
Pero te involucras bastante con tus personajes. ¿Te cuesta separar ambos mundos y salir del personaje?
Más que haber un momento concreto para meterme en mi personaje antes de la representación y otro para salir cuando el público te aplaude, creo que convivo plenamente con cada papel durante el tiempo que lo estoy representando. Por ejemplo, al interpretar a Norina pasé una época especialmente risueña… me contagié de su juventud y ganas de vivir. Son personajes que se te pegan a la piel y te los llevas contigo a la vida real. Cuando hago drama también me afecta, aunque procuro que pase más en la fase de estudio, en casa, cuando estás experimentando cosas o buscando sensaciones y te puedes permitir ese grado de empatía. Pero todo tiene que tener un control, así que te dices “céntrate para poder transmitir mejor”. El teatro (que la ópera tiene mucho) se trata de eso: transmitir cosas reales, no impostadas, y que lleguen de manera profunda. Yo busco el trasfondo de todo lo que le pasa a esa mujer que interpreto y el porqué de su locura, de su llanto o lo que fuera. Tengo que entenderla para poder llevarla mejor a los demás. Luego voy podando. Creo que de cara a futuro lo mejor será combinar papeles cómicos y dramáticos para no meternos en líos [risas].
¿Desde dónde partes para preparar a tus personajes? ¿De la música, del canto en sí, de los textos que los definen? ¿Cómo preparas un nuevo papel?
Es un conjunto de elementos que se han de trabar a la vez, lo hago de manera global. Hay una criba previa absolutamente musical: ver la tesitura del papel, si es o no muy pesado para mi tipo de voz. La parte centrada en, digamos, los aspectos técnicos, dejando fuera el alma. Una vez que ya has aceptado entran en juego los sentimientos. Creo que no hay otra manera de hacerlo. Tengo que explorar dentro de mí las sensaciones y luego trabajo el aspecto literario (porque hay siempre mucha poesía en los textos). A nivel estrictamente musical me gusta mucho bucear en la armonía, en el estilo y la vocalidad de la época. Las cosas están hechas por algo y me parece interesante recorrer el camino del compositor que explica ese algo.
Acabas de finalizar tu primera participación en un montaje del Teatro Real, con El gallo de oro de Nikolai Rimsky-Korsakov. ¿Qué tal la experiencia?
Muy gratificante. Mi personaje era el gallo de oro, y aunque aparece poco (es interno, canto desde el foso) es el que desencadena la trama y he disfrutado mucho con él. Me gusta ver el lado casi paródico que representa, como en general toda la ópera. Además el entorno de trabajo es tan sencillo, aquí todo el mundo me ha tratado de maravilla y han sido como una gran familia, estoy deseando volver. La verdad es que hasta ahora he tenido mucha suerte, también mi experiencia en el Teatro de la Zarzuela ha sido inmejorable, experimentando hasta donde se podía (mi personaje allí usa más voz de pecho, con distintos estilos y un registro muy central) y pudiéndome mostrar tal y como soy. He aprendido mucho de trabajar con Lluís Pasqual y Miquel Ortega.
¿Intentas desintoxicarte de lo musical entre representaciones?
El periodo entre representaciones, más que utilizarlo en descansar, lo dedico a otros proyectos. Por ejemplo, entre el Château Margaux y el El gallo de oro hube de preparar un concierto, de tal manera que no tuve posibilidad de hacer nada que no fuera musical. El tiempo es el que es en esta etapa de mi vida y lo acepto como parte del mercado, y también como una manera de probarme. Si asumes este ritmo como algo que vas a llevar todos los días de tu vida, te acabas agobiando, así que lo enfoco más como retos concretos que debo resolver con eficacia. Además, por lo general son proyectos que conocía con bastante antelación y en ese sentido soy muy impaciente. En cuanto supe de estos proyectos hará cosa de un año, corrí a conseguir las partituras y a comenzar a trabajar. No puedo evitarlo. No sólo es por prepararlo con la antelación debida, sino también que el nivel de autoexigencia con el que me muevo es alto. Eso es a ratos bueno y a ratos malo. A veces me digo a mí misma: “¡Déjate tranquila un rato!” [risas]. Pero es que no puedo evitarlo: llevo ya varios meses preparando obras del 2018…
Supongo que es difícil de llevar este decalage profesional con el que os movéis los cantantes. Si das un gran concierto hoy, te ofrecerán un contrato y volverás a este escenario en, digamos, dos años. ¿No descoloca ese tipo de funcionamiento?
Provoca un poco de miedo. Te preguntas en ocasiones: “¿y si un día dejaran de llamarme?”. Pero en definitiva eso es como en cualquier otro trabajo hoy día. Esa sombra está ahí. En la vida has de contar con que en algún momento las cosas no saldrán como tú quieres y es mejor que te vayas preparando. Así que procuro tener la cabeza lo suficientemente limpia como para que si se da ese caso, pueda aprovechar el tiempo en profundizar y estudiar cosas que aún no he tenido la oportunidad. Ojalá no llegue el caso…
Apostar por el mundo musical como profesión es siempre arriesgado, a varios niveles. ¿Has dejado muchas cosas por el camino?
Hubo peleas que no tuve que luchar, por suerte. Mi familia está muy vinculada al mundo musical y el acceso al canto fue algo tan natural que ni tan siquiera tengo un momento concreto en el que lo decidiera. Sí perdí muchas amistades algo más adelante. Soy de un pueblo muy pequeño en el que todo se mueve mucho en el día a día, y viví allí hasta que tenía dieciocho años. Al principio de trasladarme a Barcelona por cuestiones profesionales volvía cada fin de semana, pero llega un momento en el que ya no regresas. O si lo haces priorizas a tu familia a la que ves poco y acabas perdiendo gente. Las dinámicas de un conservatorio no tienen nada que ver con, por ejemplo, una carrera universitaria, y eso también acaba separando. Cuando llegué a Barcelona ese proceso de adaptación a una gran ciudad no fue inmediato. Me costó el choque. La mezcla de mundos entre de dónde vengo y hacia dónde voy hace las cosas a ratos difíciles, pero también es cierto que gracias esta gente de mi pueblo de toda la vida me he sentido arropada en muchos momentos. Hoy en día manejo más periodos de soledad. Es algo que en mi trabajo se necesita, porque es cuando salen mejores cosas de cara a tus personajes, aunque a ratos te desubique un poco.
¿Mantienes entonces la curiosidad? A veces en tu profesión lo emocional se va diluyendo con el tiempo…
Nunca se sabe, pero tal y como yo entiendo la música, la técnica es necesaria como instrumento, claro, pero también se requiere de una especie de inspiración personal y de emoción con son la base. Y eso en los conservatorios a veces es difícil de encontrar, aunque haya fantásticos profesores. Es un trabajo personal. Los cantantes y los músicos en general, si tenemos curiosidad ya tenemos mucho ganado. Si no te sobrepones a lo estrictamente técnico y no te dejas ganar por la curiosidad, creo que se ha podrido la esencia. Luego están las decisiones de cada uno. A mí me gusta el riesgo y que me compliquen un poco la vida, pero siempre que eso beneficie al personaje, no porque sí. Ahí siempre me van a encontrar… Mario Muñoz Carrasco
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