Savall: medio siglo no es nada
Savall: medio siglo no es nada
Obras de diversos autores. Xavier Díaz-Latorre (guitarra), Andrew Lawrence-King (arpa barroca española), Pedro Estevan (percusiones) y Jordi Savall (viola da gamba). Director musical: Jordi Savall. Auditorio Nacional, Sala de Cámara, Madrid. 02-IV-2017.
El año que viene Jordi Savall cumplirá medio siglo de sus primeras incursiones en los estudios de grabación. Apenas un lustro más tarde de aquel registro primigenio de 1968, el violagambista creaba el ensemble de música antigua Hespèrion XX, rebautizado como Hespèrion XXI años más tarde. Es probable que a cualquiera de los asistentes al concierto no les salieran las cuentas, al menos si se tiene en cuenta el nivel de exigencia técnica de las Improvisaciones de Antonio Valente que daban por concluida la velada. Parece que para algunos cincuenta años de oficio no pesan. El programa que trajo Jordi Savall en esta ocasión al Universo Barroco tomaba como piedra angular el placer por ornamentar y el despliegue improvisatorio que conlleva. Un manojo de las melodías revisitadas cuyo principal valor es la manera en la que se varían, deshacen y vuelven a construir sobre un afecto totalmente distinto.
Las improvisaciones, en algunas ocasiones muy arriesgadas, corrían a cargo de la formación reducida que traía Hespèrion XXI, con algunos de los colaboradores más asiduos de Jordi Savall. El arpista Andrew Lawrence-King hizo una demostración de buen gusto a la hora de colorear su acompañamiento y también de sentido del humor, recitando el fragmento dedicado al fandango de la Historia de mi vida de Casanova. Xavier Díaz-Latorre volvió a dar muestras de su espectacularidad técnica, compensada con una gran sensibilidad para percibir cuándo emerger y cuando mantenerse en segundo término. Por su parte Pedro Estevan ejerció de faro sereno, entre el control y la riqueza tímbrica de sus percusiones. Jordi Savall se centró en la difícil tarea de crear un universo sonoro distinto a cada vuelta de folía, llevando en ocasiones a su instrumento al límite de sus posibilidades, tanto de registro como de velocidad.
En cualquier caso la parte más interesante de la propuesta radicaba en su vocación por el salto transoceánico. Un buen número de obras del programa no eran otra cosa que guiños hacia el Nuevo Mundo, entendido este de forma amplia (incluyendo el norte, por resumir). Las Guarachas de Juan García de Zéspedes se alternaban con los evocadores aires célticos de la bostoniana colección de Ryan’s Mammoth, sin dejar a un lado las folías de Diego Ortiz. Y el paisaje se enriquecía indudablemente con este espíritu nómada. El público respondió con el afecto habitual, llenando por completo la sala y ovacionando cada uno de los despliegues virtuosísticos del grupo. En definitiva, una fiesta. Mario Muñoz Carrasco
Últimos comentarios