Se estrena en España ´Die Soldaten´ . Una anomalía corregida
Se estrena en España Die Soldaten. Una anomalía corregida
Hace unos días, Víctor Lapuente, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Gotemburgo, la lio parda en su habitual columna del diario El País. Pues se atrevió a aportar un punto de vista distinto acerca de la polémica producida por la tristemente famosa sentencia acerca de la violación (no abuso; yo no soy juez, gracias a quien haya que dárselas) de una joven en las fiestas de San Fermín, en Pamplona. Se titulaba ´Por qué los hombres violamos´. Decía, entre otras, cosas como ´Los hombres somos el sexo sensible. Ellas, el resistente´. A mi entender, y leído críticamente, no en la superficie, no se trataba de un artículo machista, sino todo lo contrario, pero las reacciones en el periódico han sido furibundas. Y es que a veces, hablar de un fenómeno violento buscando por qué se ejerce – y cómo se ejerce- esa violencia puede descolocarnos de tal manera que incluso lleguemos a situarnos al lado del enemigo sin darnos cuenta. Se puede querer describir la brutalidad sin inhibiciones, y no por eso ser un bruto; y se puede elucubrar sobre cafres hasta el infinito con el objetivo de influir para que nadie acabe siéndolo. En la denuncia está el camino, pero no hay que ser ñoños; hay que hacerla con, al menos, la misma crudeza con la que el delincuente ha delinquido. Creo yo.
En Los soldados, de Bernd Alois Zimmermann, cuyo estreno en España va a tener lugar este miércoles, se plantea con insoportable violencia esa denuncia. Pero de manera indirecta. La trama confronta el mundo y las atmósferas que anuncia su título, el de la desafiante y cerrada vida militar, pero tomando como centro del relato la historia de una mujer desdichada, seguramente equivocada, desnortada en su ambiente, egoísta, ambiciosa, mentirosa, y por todo ello con una idea del sexo nada convencional. Acaba violada. De no leer bien esta historia, es probable que, a la postre, a la interpretación de esa violación le suceda lo mismo que a la fundamentada por los jueces en su sentencia sobre La Manada. Es decir: ¿qué se puede hacer con una mujer como esta? ¿Está ´justificado´ su amargo final? He ahí la trampa. Y he ahí el peligro de la misma denuncia. Seguramente más de un espectador, harto, se salga de la función por no asimilar lo que está sucediendo. Pero es que hay que resistir, para seguir denunciando la barbarie. Se muestra la miseria, no se hace apología de ella. Aunque exista el peligro de que lo parezca. La polémica está servida, aunque hay un camino para evitarla: que el director de escena se ponga tierno y le dé la vuelta a la tortilla. Tengo fundadas razones para pensar que eso no va a suceder en el montaje de Calixto Bieito.
Zimmermann escribió esta ópera bajo el síndrome de una salvaje guerra. Pero para denunciar tal aberración prefirió fijarse en una historia particular; como Büchner y Berg; no en los militares propiamente, en los autores del desaguisado, sino en una pobre mujer, Marie, el mismo nombre que Berg utilizó para la suya en Wozzeck . Pero eso sí, montó un extraordinario complejo musical y escénico alrededor de su creación sobre el que todavía se discute acerca de su viabilidad. Es viable. Pero es muy difícil. Para todos. Para el público, para el director de escena, ¡para el director musical! La versión escénica que veremos en Madrid (de concepción bien distinta a la que acaba de tener lugar en Colonia, en montaje de Pradissa, muy generoso en el final de la historia, como ha explicado en su magistral crítica Luis Gago) corre a cargo, como ya se ha dicho, de Calixto Bieito. Conociendo su estilo y sus inquietudes, es de esperar que no haya muchas concesiones; que la brutalidad campe a sus anchas. Sin embargo, creemos que el reto más importante va a recaer sobre los hombros de un Pablo Heras-Casado que tiene que controlar muchas cosas para que el aparente caos reinante en la partitura tenga sentido. No va a ser sencillo, pero les aseguro que es posible: acabo de recibir unos enlaces sonoros (solo de audio) de la mencionada versión musical de Colonia, a cargo de François-Xavier Roth, que he devorado nada más tenerlos, y les aseguro que sí; se puede. Heras-Casado, aquí, va a tener que dirigir con monitores y ayudantes a los músicos, que se situarán sobre el propio escenario, convertidos en un ejército de agresivos soldados, mientras que los cantantes desgranarán los textos situados sobre una plataforma que cubre el foso. Un complejo de túneles se convertirá en enormes toberas por donde aparecerán los actores y los abundantísimos percusionistas. Un verdadero reto, del que todos esperamos lo mejor.
Escrita en cuatro actos, Die Soldaten está dividida en 15 escenas con nueve piezas orquestales, contando los preludios de cada acto. Primer acto: escenas 1 a la 5. Segundo: 6 y 7. Tercero: 8 a la 12. Y cuarto: 13 a la 15. Y nos cuenta cómo Marie, hija de Wesener y novia de Stolzius se va apartando de su cerrado mundo para buscar una vida de mayor prestigio. Para ello utiliza al barón Desportes, que la desea. ¿Qué será mejor para ella, quedarse en el anonimato que le ofrece Stolzius o convertirse en baronesa? El barón seduce a Marie, que ha humillado a su novio y acepta el juego con él. Stolzius se alista en el ejército para vengarse. Pero Desportes se cansa pronto de Marie, y ella comienza a flirtear con Mary, un soldado raso. Y más tarde con otro conde… Finalmente es violada. Y por otro soldado. Desportes y Mary hablan de ella calificándola de puta callejera. Stolzius envenena a Desportes y se suicida. Marie, sola y despreciada, se prostituye. Su padre se niega a ayudarla. Se oye una banda de jazz. Y el estruendo de la bomba atómica sobre la tierra.
Es curioso, pero Zimmermann no fue el primero en interesarse por el teatro de Jakob Michael Reinhold Lenz (1751-1792), cuya comedia homónima utilizó para el libreto de Los soldados; Bertold Brecht ya había adaptado una obra de Lenz, El preceptor, una comedia cuya protagonista es una doncella mancillada. En Los soldados (dos años posterior a esta, 1776) Lenz traza un retrato de la vida burguesa de la época, pero con un final impropiamente amargo para la misma. Zimmermann lo corrige y aumenta hasta el infinito; desde luego, hasta límites más tremendos que los alcanzados por Berg para Wozzeck sobre el original de Büchner, o, más tarde, con La caja de Pandora, el texto de Wedekind. Esta estrategia de angustia sicológica para montar una historia es muy propia de la ópera de posguerra, y en ese sentido hay todavía una razón más para que Los soldados se pueda ver como una prolongación de las óperas de Berg, aunque musicalmente sea evidente que Zimmermann va bastante más allá en la aplicación de las técnicas serialistas. En todo caso, hay una secuencia tan clara entre Wozzeck (1925), Lulu (1937) y Los soldados (1964), que se explica muy mal cómo frente a la popularidad alcanzada por las dos primeras, continúa siendo un acontecimiento que se represente en un teatro de ópera. O no.
Wolfgang Schuh y Wolfgang Sawallisch se negaron a representar esta ópera en su momento en la Ópera de Colonia (año 1960); intendente y director musical se quitaron el muerto de encima, hablando de la “monumentalidad” de la pieza. Pero fue el puro miedo que les dio la narrativa de la ópera, no ya inhabitual sino, de tan concisa, justa, lineal y sencilla, muy poco operística para sus estrechas mentes, el que les hizo hacer mutis por el foro. Sin embargo, es precisamente en el aspecto teatral donde reside su maravillosa modernidad, en la absoluta ausencia de envoltorio y lo radical del mensaje, no ya universal y multidireccional sino multitemporal. El ser humano para Zimmermann es un objeto moldeado sobre sus circunstancias, lejos de valores absolutos, y la sobreacumulación de esas circunstancias es la que le conduce a una ruina que es necesario observar con naturalidad.
Todo esto tiene una respuesta musical paralela absolutamente coherente. O dicho de otra manera, el soporte sonoro y la construcción del discurso musical se construyen sobre un serialismo al límite. La ópera toda se basa en una única serie, simétrica, que se aplica a todos los parámetros posibles (medida, tonos, ritmo, duración, densidades…), cuyo manejo al infinito crea un mundo expresivo que me atrevería a calificar de ultrarromántico, aunque la apreciación pueda parecer contradictoria. Naturalmente cada escena está construida sobre una forma musical distinta, según el modelo establecido por Berg en Wozzeck (todo vale, desde las referencias a Bach o el canto gregoriano hasta la utilización de una banda de jazz), y precisamente es a través de ese control de la forma cómo Zimmermann consigue, a su vez, mantener la limpieza en la caracterización de cada personaje, que es exacta, concreta, sin el más diminuto aditamento. No hay tremendismo; cada acontecimiento se produce de manera natural en su agobiante realidad, hasta el pandemónium final en el que todo se superpone y acumula en una especie de pasado, presente y futuro simultáneos, para que todo estalle. Muy wagneriano, solo que mucho más radical, porque aquí no se salva ni la madre que nos parió. Pedro González Mira
ZIMMERMANN: Die Soldaten. Pavel Daniluk, Susanne Elmark, Julia Riley, Hanna Schwarz, Leigh Melrose, Iris Vermillion, Reinhard Mayr, etc. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Pablo Heras-Casado. Director de escena: Calixto Bieito. 16, 19, 22, 24, 28 y 31 de mayo, 20.00 h. ; 3 de junio, 18.00 h. . Entre 47 y 390 €. (día 16); entre 46 y 219 €. (resto).
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