Crítica: Abrasador Shostakóvich de la Orquestra de València
Abrasador Shostakóvich
PALAU DE LA MÚSICA. TEMPORADA DE PRIMAVERA. Programa: Décima sinfonía de Shostakóvich. Orquestra de València. Director: Josep Pons. Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 1.600 personas. Fecha: Viernes, 7 junio 2024.
Abrasador. Acaso sea este término el que mejor defina la incandescente versión que Josep Pons (1957) brindó de la Décima sinfonía de Shostakóvich al frente de una Orquestra de València que en cada nuevo concierto hace alarde del creciente momento artístico que disfruta. El vínculo de orquesta y maestro con Shostakóvich es tan vivo como el que mantienen una y otro. Pons, desde su primera visita al podio de la OV, se ha convertido en uno de los maestros más bienvenidos y esperados. Y Shostakóvich uno de los compositores con el que maestro e instrumentistas han labrado alguna de sus mejores tardes. Juntos y por separado.
En el recuerdo queda, la impactante Octava sinfonía que ofrecieron en noviembre de 2008 en el Palau de la Música. El viernes, el maestro barcelonés exaltó los acentos más ásperos del monumentos sinfónico que es la Décima, e hizo relucir tanto la orquesta en su crecido conjunto como la calidad sobresaliente de algunos de sus mejores atriles solistas. En el recuerdo quedarán también esta Décima sinfonía y las intervenciones de María José Ortuño (flauta invitada), Vicent Alós (clarinete), Ignacio Soler (fagot), Santiago Plá (trompa) y del concertino, Enrique Palomares.
La relación de Pons con la Décima sinfonía de Shostakóvich viene de lejos. Ya en 2004 ofreció una escalofriante versión de la Décima en el Festival de Granada con la Orquesta Nacional, que entonces combinó con la Sinfonía de Berio. Ahora, en València, ha optado por ofrecerla en solitario, sin distracción alguna. Los 55 minutos aproximados que se expanden los cuatro movimientos del monumento sinfónico se bastan y sobran para colmar cualquier programa.
Realmente, no cabe imaginar nada ni antes ni después del demoledor y tan malamente politizado fresco sinfónico, aspecto en que se explaya César Rus en las notas al programa, en las que incide en las manipuladas aristas políticas del compositor; bien es cierto que sin ocultar que el propio Stalin telefoneó a Shostakóvich el 16 de marzo de 1949 para invitarle personalmente a que viajara a Estados Unidos en representación de la Unión Soviética para participar en la “Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial”. ¿Se imaginan a Franco llamando a Pau Casals para pedirle lo que sea? Hay veces que la historia -contada siempre por los vencedores- se escribe con reglones torcidos.
Todo lo contó Pons con verdad, claridad y detalle en el lenguaje inmanipulable de la música, en una lectura meticulosa y grandiosa a un tiempo. Sarcástica, cruda y “feroce”, como el retrato de Stalin que Shostakóvich traza en el segundo movimiento. También de pianísimos en el borde mismo del silencio. Una obra maestra en la que, más allá de cualquier connotación ideológica o circunstancia personal, late la contundente fuerza expresiva de quien fue, con Gustav Mahler, el mejor sinfonista del largo siglo XX: “El glorioso camarada y Artista del Pueblo de la URSS Dmitri Dmitrievich Shostakóvich”.
Así definieron en la Unión Soviética al creador de la cantata El sol brilla en nuestra patria, compuesta en 1952, es decir, un año antes de la muerte de Stalin. Gran éxito, claro. Sin banderas ni trapos. Al final, queda la felicidad genuina de la obra de arte. Punto.
Publicado en el diario Levante el 9 de junio de 2024.
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