Sin directores
Sin directores
No hay mejor época que el verano para testear el mundo musical. Nada mejor ni más rápido que dedicar un mes a viajar por los diferentes festivales de relieve europeos –Munich, Bayreuth, Salzburgo, Pesaro, etc- para comprobar en óperas y conciertos cuál es la situación real. Ya la semana pasada les hablaba de la crisis general que se vive y hoy me voy a centrar, dentro de lo que este breve espacio permite, en el caso de los directores musicales.
Escribía la semana pasada que hay una crisis de directores de orquesta de auténtica talla. Poco a poco ha ido desapareciendo la gran generación de los Karajan, Solti, Kempe, Celibidache, Giulini, etc. Un detalle muestra lo dicho. ¿Cuándo, si no en los últimos años, en Berlín han mandado un argentino y un italiano –Barenboim y Palumbo- mientras en Munich, hasta hace bien poco, había dos americanos -Levine y Maazel- y un hindú -Mehta- y en Viena un oriental -Ozawa-. Para colmo a Mehta le ha sustituido el también oriental Pagano. No es extraño que los alemanes estén deseosos de crear un ídolo propio y así lo intentan con Thielemann, más director lírico que sinfónico. Necesitan imperiosamente una figura de referencia.
Todos los que hoy componen la primera fila plantean serios problemas. Nadie discute la valía de Mehta o Maazel, pero ésta sólo la muestran en contadas ocasiones. Las más se dedican a hacer bolos y llenar los bolsillos. El primero ha sido muy alabado en el reciente “Fidelio” muniqués y más lo debería haber sido por sus “Maestros cantores”, pero no siempre da esa talla. Incluso ambos se dedican al puro comercio, grabando óperas y conciertos con alguien como Bocelli e incluso tratandonos de vender que se trata de un gran tenor. Muti ha aburrido este verano en “La Flauta mágica” hasta a las ovejas y Sawallisch, el último “kapellmeister” vivo, parece olvidado… La seriedad no se lleva.
Los directores de ópera no son tales, sino que se recrean en el sinfonismo. Los llamados “concertadores” del pasado, los que participaban en todos los ensayos y comprendían que lo primero son las voces, han pasado a la historia. Ahora se pone por encima la orquesta y se manda un colaborador a prepara el terreno, llegando los “genios” a última hora. Por eso resulta alentador ver que aún hay alguna batuta sin renombre chapada a la antigua. Así lo demostró Antonio Pirolli en “La Gioconda” santanderina y, sorprendentemente, un joven español de veinticuatro años, José Miguel Pérez-Sierra, en “El viaje a Reims” de Pesaro. Ni un minuto de desmayo en sus casi tres horas. Confiemos en que no se contagie de la extendida enfermedad de subida de humos a la cabeza que habitualmente afecta a los jóvenes -léase Jordan, Mena, Halffter, jóvenes dotados que cada vez van siendo más criticados en sus entornos a causa de sus actitudes- y torpedea sus carreras, en que se dedique a aprender, le concedan oportunidades a su medida y rechace retos imposibles.
Gonzalo ALONSO
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