La Sinfónica de Navarra visita la temporada de la ORCAM junto a su titular, Perry So
La formación navarra se hará cargo del sexto programa de abono de la Orquesta madrileña con un programa compuesto por obras de Beatriz Arzamendi, Bartók y Brahms
La Orquesta Sinfónica de Navarra visita el jueves, 19 de enero, la temporada sinfónica de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Bajo la dirección de su maestro titular, Perry So, el conjunto ofrecerá en Madrid el estreno de la obra ‘Sorginen soinua‘ (El sonido de las brujas) de Beatriz Arzamendi, piezas encargada por la Fundación SGAE y la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas (AEOS), la Música para cuerda, percusión y celesta, BB 114 de Bartók y la Segunda Sinfonía en Re mayor, op. 73 de Brahms.
Sobre la primera, la compositora precisa: “Siempre he sentido una enorme atracción por el mágico, sugerente y misterioso mundo de las brujas. Muchos de los mitos y supersticiones sobre ellas han sido recogidos por la cultura vasca y yo los he escuchado en el entorno familiar. Se suponía que estaban poseídas por espíritus malignos, por lo que se las podía culpar sin mala conciencia de cualquier desgracia que aconteciese”. Fruto de esta inquietud, y dentro del programa de creación de obras sinfónicas de la SGAE y la AEOS, nació Sorginen soinua, que pretende ser un homenaje a las mujeres que fueron acusadas y perseguidas por brujería.
En el mundo de las sombras se mueve Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók (1936). No por casualidad su Adagio sirvió como banda sonora de El resplandor de Kubrick en 1980. Se trata de una de las destilaciones más puras del estilo maduro del compositor. La música encarna muchas de las contradicciones que hacen que su obra sea tan fascinante. Una de las características más llamativas de la pieza es su instrumentación; Bartók especificó las posiciones de los instrumentos en el escenario con un diagrama en la partitura para obtener nuevos efectos sonoros.
Paradójicamente menos “oscura” que la primera sinfonía que compuso Brahms, es su Segunda sinfonía (1877). Crea así un contrapunto luminoso al término de este programa. A diferencia de la Primera sinfonía, que Brahms tardó más de veinte años en completar, la Segunda se escribió en apenas cuatro meses. El movimiento final (Allegro con spirito) constituye el más alegre de las cuatro sinfonías de Brahms, irradia energía y optimismo de principio a fin.
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