Sobre la próxima temporada del Teatro Real: Conmigo ó sin mí
Conmigo o sin mí
ABC 16/03/2011
No hace falta ser demasiado perspicaz para deducir que la próxima
temporada del Teatro Real posee suspense, es decir que es más
interesante por las incertidumbres que por las obviedades que
presenta. Entre ellas la principal es la reunión de una decena de
títulos que individualmente poseen atractivo, singularidad, curiosidad
e inquietud, pero que reunidos se convierten en una excéntrica (que
tiene un centro diferente) propuesta ante la que surgen dudas
razonables.
Entre ellas, la ausencia de obras significativas del repertorio o la
falta de nuevas producciones. El nuevo punto de vista pone al Teatro
Real en una posición secundaria, como valedor de realizaciones
escénicas que ya tienen recorrido y cuya fama corre pareja a su falta
de novedad con independencia del nobleza de sus títulos. Desde luego
la tienen «Elektra» de Richard Strauss, «Pelleas y Melisande» de
Debussy y «Lady Macbeth de Mtsensk» de Shostakovich, «Clásicos del
siglo XX» con los que se hace bueno el pensamiento de fondo que da
forma a esta temporada gobernada por el teatro «como reflexión de la
condición humana».
Cierto es que el pensamiento va más allá pues se ha difundido desde el
Real como definición de un nuevo perfil. Y la idea es hermosa, pero
también con pliegues al no plantearse como un principio transversal
capaz de enriquecer, sino como forma de negación de otro tipo de
repertorio que tiene larga tradición (afortunadamente) y que apela
(ese es su delito) a la inmediatez, al solaz y al desahogo. Más claro:
el Teatro Real dice adiós al belcantismo, a realismos, a risas y a
lágrimas. El asunto es delicado para buena parte del público.
Por supuesto que «La clemenza di Tito» tiene algo de guiño a la
audiencia, a pesar de ser un ópera de especial «robustez» mozartiana.
También es interesante la mezcla de la «Iolanta» de Chaikovski con
«Perséphone» de Stravinski que tienen en sí la mezcla de lo novedoso y
lo consistente. Pertenecen ambas al grupo «Nuevas perspectivas» que es
un entorno heterogéneo en el que se incluye «I due Figaro» del eficaz
Mercadante que dirigirá Riccardo Muti, tan amigo de estas músicas
dieciochescas como alejado de su actualidad interpretativa. Pero en
este caso no hay duda, el tirón lo aporta el divo que es una palabra
que suena mal en el nuevo Real aunque inevitablemente se tolere cuando
se trata de cuidar a Plácido Domingo quien obliga al «Cyrano de
Bergerac» de Alfano, obra de relativo interés, y que ya se le escuchó
en Valencia aunque ahora se proponga en otra producción y con Pedro
Halffter en el foso.
Es importante citar este nombre por cuanto el Teatro Real, apelando a
lo universal olvida que son los valores locales los que identifican.
En este sentido, merecería la pena considerar que esta temporada no
surge en el entorno coyuntural de un festival ni en un espacio de
nueva planta. Lo hace en el Teatro Real y en Madrid, en un lugar con
tradición, pequeña si se quiere, irregular sin duda alguna, pero
suficiente como para que sea un elemento identificativo. Adiós también
a la historia, la nuestra, adiós al irregular pero generoso patrimonio
de las óperas españolas (del XIX y el XX), y adiós, en esta temporada,
a nuestro presente, a nuestros compositores y a sus nuevas obras. Para
que negarlo: no es agradable que el Teatro Real trate tan mal lo de
aquí. En sus orígenes ya lo hizo a base de demostrar poco interés.
Ahora con mayor gravedad porque alcanza el desprecio, incluyendo en el
lote, y salvo mínimas excepciones, a cantantes, directores de escena y
musicales.
Para consolar se habla de «Nuevos horizontes» incluyendo «Ainadamar»
de Golijov, obra de tanta fama que también se podrá ver en el próximo
Festival de Granada y en la temporada de Oviedo. Asimismo el belga
Philippe Boesmans, acostumbrado a revisitar viejas músicas, orquesta
la de Monteverdi en «Poppea e Nerone». Posiblemente haya quien con
todo ello alcance el éxtasis de lo contemporáneo. Aunque no deberían
estarlo aquellos que asuman la importancia del Real como teatro que se
alimenta de recursos públicos, pues para ellos esta temporada supone
la fractura a un proyecto que (ahora se confirma) nunca ha definido
sus objetivos quedando a merced de la de los gustos del momento. En
otras palabras: de la excentricidad de cada cual. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
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