Sobre Nellie Melba
Extracto del editorial de Pedro J. Ramírez en El Mundo del pasado domingo en el que sorprende por sus conocimientos sobre la soprano Nellie Melba.
“Bañando a Nellie Melba
Espero no ofender demasiado a ese grupo de abonados puristas del Teatro Real que nos han escrito a las empresas patrocinadoras, pidiéndonos que nos lo pensemos dos veces antes de seguir fomentando el desenfreno de algunos montajes recientes, si dejo constancia de que mi segundo mayor deseo como modesto amante de la ópera sería poder ver a la sexy soprano rusa Anna Netrebko en una producción lo más desenfrenada posible del transgresor Calixto Bieito. O en todo caso obtener la inmediata absolución de tan clásico tribunal al añadir que mi primer deseo habría sido conocer a Nellie Melba. Y es que lo único más interesante que una prima donna guapísima es una prima donna misteriosa y magnética.
La bautizada como Helen Porter Mitchell en una localidad australiana próxima a Melbourne debió de ser ambas cosas en grado superlativo, pues su acariciadora voz de terciopelo con agudos de platino -de la que aún queda constancia en las grabaciones de los primeros tiempos de la industria discográfica- no basta para explicar el profundo impacto que aquella joven, llegada de las antípodas, causó en el Londres del cambio de guardia entre el siglo XIX y el XX.Coronada como reina del bel canto en el templo del Covent Garden, ella fue, sin embargo, mucho más que una gran diva de la ópera. Casi se podría decir que desde que, a instancias de su profesora de música, inventó su nombre artístico -Melba tenía que ser, pues venía de Melbourne-, cien años antes de que se acuñara el concepto, ella empezó a comportarse ya como una personalidad mediática.
El mimetismo hacia su forma de hacer, decir, vestir y peinarse llegó a ser una de las obsesiones del momento. Incluso sus preferencias en la mesa hicieron época y aún alargan su huella hasta las cartas de los restaurantes de nuestros días. Cuando el chef del Hotel Savoy, Auguste Escoffier, supo que a la diva le encantaba el helado, pero no se atrevía a tomarlo a menudo por miedo a que afectara a sus cuerdas vocales, decidió aprovechar una cena en su honor para inventar un postre a su medida. Tomó como base las dos mejores frutas del verano, mezclando trozos de melocotón con una salsa de frambuesa, añadió mermelada de grosella, lo adornó con trozos de barquillo y dejó el helado como una simple base a deglutir mezclada con todo ello. Aprovechando que la cantante acababa de representar Lohengrin, el postre fue servido en unos cuencos helados con forma de cisne. Señoras y señores, acababa de nacer el Melocotón Melba.
Poco después cayó enferma y hubo que ponerla a dieta. Podía tomar muy pocos alimentos sólidos, pero el médico recomendó que no faltara el pan tostado. El propio Escoffier tomó cartas en el asunto, introduciendo la moda del tostado en dos fases. Entre medias cortaba el pan en tiras longitudinales que terminaban resultando doblemente crujientes. Con ustedes… las Tostadas Melba.
Pero su impronta no sólo alcanzó a los ámbitos de la moda y la alimentación, sino que llegó también a configurar toda una sociología de la popularidad. Nellie Melba entendía los mecanismos de la fama como muy pocos artistas de cualquier generación. Era consciente de las fantasías, las ilusiones, la ansiedad y el deseo que sus actuaciones despertaban en el público. Del juego de dependencia y posesión que la unía con sus fans. Y de que no había mejor técnica para alimentar ese apetito que la hábil intercalación de temporadas de ayuno. La oportunidad de regresar a través de una gira triunfal a su nativa Australia le permitió así retirarse de los escenarios europeos, tras realizar memorables despedidas. Un par de años después la jugada se repetía a la inversa, diciendo adiós a sus paisanos para preparar su histórica reaparición en el Covent Garden.
El problema fue que, a base de tanto manejar esos resortes, la drogadicción por los aplausos sobre el escenario terminó apoderándose de ella e incluso a medida que iba perdiendo facultades y atractivo físico ya no era capaz de retirarse sino pensando en cómo orquestar su nuevo regreso. Cualquiera puede descargar por internet la grabación de una de sus últimas despedidas, cuando al final de la representación explicó al público londinense que no decía goodbye sino sólo farewell para que les fuera bien durante el tiempo en que dejaran de verse.
Como de lo sublime a lo ridículo hay siempre un breve trayecto, llegó un momento en que las retiradas y reapariciones de la artista pasaron a convertirse en elementos tópicos del paisaje operístico e incluso en objeto de chanza y malevolencia. Así cualquier mutis por el foro seguido de una nueva irrupción en escena quedó caracterizado como hacer un nellie melba. Pronto la expresión se utilizó tanto para el marketing del retorno como para la descripción de las despedidas especialmente premiosas. Así alguien escribió que el primer gran nellie melba de la historia fue el de la resurrección de Lázaro y que Frank Sinatra fue el mayor virtuoso -se olvidaba, desde luego, de los Stones- en la ejecución de los nellie melbas con los que mantuvo el fuego de su fama encendido hasta el fin de sus días….
…Lo más gracioso del caso es que, según consta en la contabilidad de la bodega, ese día no se despacharon 152 botellas sino 153. Queda para la imaginación del lector la duda de si la botella restante la compartió la prima donna con su anfitrión o con aquellos dos nada sacrificados esclavos de la fama…”
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