Sopranos a dieta, la tiranía de la imagen
Se dice que Maria Callas decidió perder entre 40 y 50 kilos, a la velocidad de un rayo, para enfrentarse a las tablas con una imagen perfecta. Sobrevivió al tal burrada de casualidad y, sin duda, le dejó secuelas graves en su organismo.
Desde entonces pocas han tenido el privilegio de pasar a la historia de la ópera sin sufrir por mantener su figura, aunque hay una excepción que confirma la regla: Monserrat Caballé y, sinceramente, nadie cantaba mejor que ella.
Famoso es también el despido en 2004 de la soprano Deborah Voigt por parte de la Royal Opera House. ¿La razón? no entraba en el vestido negro en el que el director de escena de la “Arianna en Naxos” quería embutirla. Voigt, profundamente herida, se sometió a una cirugía para reducir el estómago.
Parece que, precisamente desde la llegada al Olimpo de la Callas, los directores de las casas de ópera e incluso los espectadores tienden a prestar más atención a “lo que ven” que a “lo que oyen”. Esta frase proviene de unas declaraciones de la soprano estadounidense Lisette Oropesa, de 35 años, quien le dijo al British Times que había sido descartada “porque estaba demasiado gorda” a pesar de su hermosa voz, y afirmó que “Hay roles para los que ni siquiera se me ha considerado, por mi apariencia. Te descalifican antes de que abras la boca”.
Las declaraciones de la cantante, que ahora está a dieta, han vuelto a encender la controversia sobre cómo la imagen ha prevalecido sobre la calidad de la voz en los escenarios de ópera. Hace un par de años la mezzo-soprano Alice Coote también declaró que “Si una voz es adecuada para un papel y puede cantarlo mejor que nadie hay que contratarla a pesar de que no te guste físicamente… eso significaría la muerte de la ópera”.
Últimamente, otra soprano, Danika Lorèn, ha participado en la campaña “Love your body” posando desnuda precisamente porque “se siente frustrada por la actitud discriminatoria sobre la imagen que prevalece en la ópera. Creo que la ópera trata de imitar al resto de la industria del entretenimiento que da una importancia excesiva al cuerpo. Una espera que sea la voz y la música lo que se ponga en primer lugar, pero eso no siempre sucede. Entonces es fácil comenzar a obsesionarse con tu cuerpo”.
Tal pasa porque en una ópera se han invertido los valores y, ahora, el director musical casi no pinta nada respecto a lo que ocurre en el escenario. El amo de cotarro es el director de escena. ¡A Karajan o a Toscanini les iban a hacer eso!