Sorprendente coincidencia entre Alonso y Vela del Campo en sus opiniones a
He aquí las críticas que suscita “Otra vuelta de tuerca” en el Real. Curiosa y sorprendente coincidencia al 100% entre Juan Angel Vela del Campo y Gonzalo Alonso. Álvaro del Amo se muestra más extremista, hasta en el apartado musical y Alberto González Lapuente discute a los tres anteriores la conveniencia de un espacio tan amplio para una obra de cámara y duda de las prestaciones de la Sinfónica. Además se queja, con toda la razón, de algunos de los cambios en los programas de mano.
LA RAZÓN:
“Otra vuelta de tuerca” en el Real
Una tuerca floja en el Real
“The turno of screw” de Britten. J. M. Ainsley, E. Bell, P. Shafran, N. Fikret, M. McLaughlin, D. Sindram. D. McVicar, dirección de escena. J. Pons, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 2 de noviembre.
Antonio Moral tenía en proyecto un ciclo Britten, iniciado con “Peter Grimes” en 1997 de la mano de Willy Decker, que inicialmente debía continuarse con una “Muerte en Venecia” coproducida con el Liceo con el mismo Decker, que se estrenó en aquel teatro hace un par de años recibiendo el premio de la Fundación Teatro Campoamor otorgado por la crítica a la mejor producción de 2008 en un teatro español. Sin embargo a este título se le ha anticipado “Otra vuelta de tuerca”, ópera de cámara se representó en 1999 con Raina Kabaivanska, Ros Marbá y montaje de Ronconi, en el Teatro de la Zarzuela, ámbito que encaja mucho más adecuadamente con sus características. Cuenta con seis personajes y precisa sólo de trece instrumentistas – primer y segundo violín, viola, violoncello, contrabajo, flauta, píccolo, oboe, clarinete, corno inglés, fagot, corno, arpa, piano, celesta y percusión- por lo que el escenario y el foso del Real le quedan manifiestamente grandes, con la pérdida de intimidad y tensión que ello supone. Pero “The turn of screw” es obra que siempre suele acabar con éxito en cuanto que orquesta y escena se cuiden, ya que Britten logró una obra maestra con música de extraordinaria riqueza partiendo de una gran economía de medios. De él deberían tomar ejemplo nuestros teatros en los momento actuales. Partitura preciosa, sutil y sólida -¡maravilloso p.e. el cambio de carácter cuando el niño Miles toca el piano para pasar a la escapada de su hermana Flora!- a la que Ros Marbá entonces y Josep Pons ahora han sabido hacer justicia. Este último, recién nombrado próximo titular del Liceo, pasa con éxito de la espectacularidad de “La guerra de las Galaxias” con la que empezó la temporada de la OCNE a la intimidad de Britten. Los trece solistas de la Sinfonica lucen su calidad con empaste.
La puesta en escena de McVicar, proveniente del Mariinski de San Petersburgo, oscura, sencilla e inteligente, se aviene a la obra y al texto de Henry James sobre el que se sustenta. Una historia con múltiples y opuestas interpretaciones -¿Existen realmente los fantasmas? ¿Los llegan a ver los niños? ¿Tienen vida sólo en la imaginación loca de la institutriz?- que otorgan precisamente el título a la novela de Janes a la que Britten añade varias vueltas más con sus interludios orquestales y el manejo de las tonalidades. Quizá los figurantes que aparecen como criados moviendo el atrezo resten puntos al deseable clima de aislamiento y quizá debería estar más sugerida el posible inicio de locura de la institutriz ya desde el final del primer acto. No hay aquí espacio para adentrarnos en el tema aquí expuesto de la corrupción de la inocencia, tan querido por Britten y en las connotaciones pedófilos de algunas obras suyas -“Peter Grimes”, “Muerte en Venecia”, la misma comentada, etc- o la “Butterfly” pucciniana.
El reparto, encabezado por una poderosa pero algo destemplada Enma Bell y una Marie McLaughlin de sólida veteranía, cumple con homogeneidad, sin altibajos, pero también sin aquellas especiales luces dramáticas que proyectó Kabaivanska en la Zarzuela. Existe una muy interesante versión en dvd, rodada en exteriores por Petr Weigl con Colin Davis, que recomiendo y que sirve para poner en valor y completar el buen espectáculo ofrecido en el Real, a pesar de su cierta falta de tensión e intensidad. Gonzalo Alonso
EL PAÍS:
Ceremonia de la inocencia ahogada
Como sucede en algunas otras óperas de Benjamin Britten, The turn of the screw requiere unas especiales condiciones de concentración. En primer lugar, por servicio al texto, inspirado en una novela corta de Henry James, en la que los personajes vivos conviven con sus alucinaciones o con los fantasmas, en una ceremonia de la inocencia ahogada, tal y como se dice en la primera escena de la segunda parte de la ópera, en la que el sueño y la realidad, la locura y la fantasía se confunden, y en la que el Mal -así, con mayúscula- está siempre acechante.
En segundo lugar, porque se trata de una ópera de cámara, que cuenta únicamente con seis personajes -siete si se desdoblan el prologuista y Quint- y 13 instrumentistas. Todo debe estar muy claro, muy transparente. La creación de una atmósfera a tono con lo que se narra es fundamental. Hubo ese clima necesario de introspección en las representaciones en Madrid de esta ópera en la Escuela Superior de Canto acargo de la Neue Opern und Theaterbühne de Berlín, dentro del Festival de Otoño de 1994, y también en las del teatro de La Zarzuela en 1999 con Antoni Ros Marbá y Luca Ronconi en las direcciones musical y escénica.
El mayor interés artístico de la representación del Real ayer vino del trabajo de dirección musical de Josep Pons, que tuvo la feliz idea de subir el foso y permitir que se viera, aunque sea parcialmente, a los músicos, con lo que el concepto camerístico y las intenciones musicales de Britten quedaban reforzadas. Pero no solamente eso. Al igual que la temporada pasada en el Liceo de Barcelona con El rey Roger, de Szymanowski, Pons demostró que se encuentra en un momento de madurez en su acercamiento a la ópera, al menos la del siglo XX. Su lectura fue límpida, equilibrada, ajustada estilísticamente, ligera y a la vez compleja. Tendió un puente en el tiempo con la de Ros Marbá y dejó bien claro que es uno de los maestros más emblemáticos en España de su generación. Quizás el más comprometido. Los músicos realizaron un trabajo soberbio y los cantantes, desde Emma Bell a Marie McLaughlin o John Mark Ainsley, respondieron también con solvencia, tanto a nivel individual como en conjunto. Sobresaliente, para las dificultades de su cometido, se mostró el niño Peter Shafran.
A la puesta en escena de David McVicar le faltó pellizco. Los movimientos de los figurantes entre escenas fueron excesivos y los desplazamientos de objetos resultaron tan gratuitos como inútiles, contribuyendo a la dispersión de la atención. Las condiciones de concentración no funcionaron del todo. Bien es verdad que el Real no es el espacio ideal, por dimensiones, para una ópera como esta, pero aun así hay soluciones que pueden ayudar a una mayor profundización. Los valores decorativos y funcionales desplazaron en esta ocasión a los reflexivos. Juan Angel Vela del Campo
ABC:
La ceremonia de la inocencia
OTRA VUELTA DE TUERCA
La historia es extraña. no hay duda. Pero la historia sólo es una máscara que oculta el asunto, donde se supone lo importante. Que. luego. este sea indescifrable, inútil para proporcionar una respuesta convincente que aclare el lugar, las circunstancias y los motivos, es algo que ahonda en el misterio.
Por eso tiene mucho de fascinante el libreto de Myfanwy Piper. a partir deHenry James, al que Benjamín Britten puso en música. «Otra vuelta de tuerca» es una historia de fantasmas, recuerdos, silencios. supuestas perversidades y enfrentadas ambivalencias sin resolver.
Para comprobarlo, estos días puede volverse a ver la obra en el Teatro Real de Madrid, ciudad donde el titulo tiene ya su pequeña historia, con anteriores producciones, si la memoria no falla, en el Festival de Otoño, Teatro de la Zarzuela… «¿Qué hemos hecho de nosotros?», dice la Institutriz reflexionando ante los hechos. El nuevo Real, sin lugar a dudas, rompe con la historia y para ello nada mejor que quitar de los programas de mano las cronologías de los títulos que representa. ademas de manejarse con muy estudiada ambigüedad lingüística al presentar la obra en una «nueva puesta en escena en el Teatro Real». que es algo que suena a inédito de recuelo.
Sin duda. es innecesario y lamentable tanto florete, pues «Otra vuelta de tuerca». esta «vuelta de tuerca», diseñada en la escena por David MacVicar para el Mariinski de San Petersburgo. y que ya ha paseado antes de estacionarse en Madrid, tiene méritos sobradísimos para insertarse en cualquier cronología y con mayúscula.
Para los espectadores es suficiente con sumergirse en la profundidad de algunas escenas. en los espacios antipáticos. en el ambiente victorianamente gótico mientras ve a los figurantes parecerse a fantasmas en vida y la vista se pliega a una iluminación proclive que refuerza lo espeso de la narración. la posición de cada cual en una ópera en la que es fundamental la dirección de actores, el desenlace y lo que se dice. Siendo así, tiene poco valor la discusión acerca de si una obra de bolsillo (con sus trece instrumentistas) se adecua a las importantes dimensiones de un escenario como el del Real y es capaz de encontrar en él su verdadera dimensión dramática. Otros grandes teatros del mundo tampoco tienen duda.
Lo formidable es que MacVicar. sin inventar nada y usando recursos ya explotados, hace que el total parezca novedoso. También le pasa a Britten con su música, distinta sin ser nueva, y el maestro Josep Pons procura demostrarlo dirigiendo con la tensión justa. la emoción calculada y una meticulosidad realmente admirable. no siempre en paralelo a la calidad instrumental que ofrecen los instrumentistas del Real.
Y todo ello para apoyar un reparto de enorme solvencia. Merece la pena citar al tenor John Mark Ainsley que en la doble posición de Prólogo y Peter Quint se sitúa por voz e intención en un término justo. homogéneo y continuo.
Las dificultades que tiene Emma Bell, la institutriz, son distintas por ser un papel que evoluciona. que ella plantea estupendamente desde la duda y culmina con una concentrada desesperación.
Encuentra una gran réplica en Marie MacLaughlin, la señora Grose, mientras Daniela Sindram recrea con autoridad a la fantasmagórica señorita Jessel. Sin dejar de lado a los jóvenes pero preparados Nazan Fikret y Peter Shafran cuya expresiva y muy bien cantada maldad dará que pensar a aquellos que piensen que los niños son siempre inocentes. Britten, desde luego, nunca lo creyó. Alberto González Lapuente
EL MUNDO:
Un fantasma licenciado en Oxforl
‘OTRA VUELTA DE TUERCA’
Calificación: *
El Teatro Real dispone de medios técnicos muy capaces de crear una sucesión de ambientes sin necesidad de desperdigar muebles y enseres, como si el escenario fuera una desordenada almoneda. La producción de San Petersburgo es incapaz de crear el clima adecuado, limitándose a un trajín de atrecistas que entran y salen, unos feos paneles que se corren y descorren, un ciclorama amarillento, y un vestuario que uniformiza a todos los personajes. Esta es obra de atmósfera, de atmósferas que avanzan al mismo tiempo que van emergiendo los temores y alarmas vividos por la institutriz, que des-cubre paulatinamente la mansión de los horrores.
La novela corta de Henry James es un prodigio de ambigüedad, ofrecido al lector para que él mismo interprete la historia, que en este caso supone enfrentarse a sus propios fantasmas. La atractiva ópera de Britten continúa situando al oyente y al espectador frente a la indeterminación del relato inasible, gracias a la acertada intuición de elegir la fórmula abierta del tema con variaciones; pues de un tema se trata. el crudo afán de posesión, cuyas variaciones se extienden en un abanico que gira desde la ilusión de la pureza hasta la sospecha de la perversión. Como si el compositor dudara de la suficiencia de su materia musical, recurre en exceso a citas ajenas: la canción infantil, la retahíla de términos latinos, o la salmodia de la iglesia se escuchan con agrado pero se despegan de la acción dramática y distraen. Que los aparecidos canten se acepta fácilmente, pero resulta extraño que el malvado fantasma haga un alarde tan literario y machacón de su ser diabólico, citando al poeta Yeats, como si fuera un licenciado universitario. En esta ocasión no se ha conseguido el estilo adecuado. Aquí, la institutriz parece inmersa en un melodrama verdiano. El ama de llaves no se distingue de la institutriz. Los fantasmas no superan una convencional truculencia. El niño da el tipo, pero no canta ni afina. La hiña es mayor para el papel. Y Josep Pons no logra de la orquesta la nitidez, la precisión, los contrastes y el misterio que la partitura propone. El público recibió la función con agrado y aplaudió a todos sin excepción. Álvaro del Amo
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