Steinberg: el milagro de “la gota gorda”
Steinberg: el milagro de “la gota gorda”
Orquesta de Valencia. Solista: Joaquín Riquelme (viola). Director: Pinchas Steinberg. Programa: Obras de Walton (Concierto para viola y orquesta) y Shostakóvich (Sinfonía número 5). Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1500 personas. Fecha: Viernes, 27 octubre 2017.
¡Vaya conciertazo! La Orquesta de València cuajó el viernes en su segunda cita de temporada una de las mejores y más redondas actuaciones de su historia. Pocas, muy pocas veces se ha escuchado a la formación municipal con tal calidad, fuerza, refinamiento, rigor, entrega y vitalidad. El artífice de tan sobresaliente resultado ha sido el director israelí Pinchas Steinberg (1945), un perro viejo de la batuta que durante la bien aprovechada semana de ensayos hizo sudar a sus profesores “la gota gorda” (palabra de músico) para obrar el milagro de transformar a una buena orquesta en excelente. Es el resultado feliz del trabajo bien hecho.
Ya en los primeros compases de la impactante Quinta sinfonía de Shostakóvich escuchada en la segunda parte del programa se constató el meticuloso y labrado trabajo desarrollado por Steinberg. Un mundo sonoro nuevo, casi inédito en los atriles valencianos, que no se distraía en tonterías y se centraba sin vericuetos en la intensa naturaleza musical de esta sinfonía de perdón, compuesta en 1937 y que el compositor tilda como “réplica de un artista a la crítica justa”. Pero Steinberg y los en esta ocasión muy admirables profesores valencianos no se anduvieron por las ramas y fueron directamente al sentido meollo musical que –más allá de todo- atesora la obra maestra.
Apenas caben peros a una versión tan rotunda, redonda y plural. La orquesta brilló en su bien coloreada opulencia sinfónica, pero también en las continuas intervenciones de sus mejores solistas, entre los que resplandecieron oboe, clarinete, fagot, trompa, tuba, arpa y timbal. Steinberg planteó una versión limpia y descarnada. Desnuda de retórica y elucubraciones. Descarnada, agria y herida, pero también tierna, delicada, sutil y, finalmente, tal como quería el compositor después de tantas transiciones anímicas, “feliz y triunfal”. “El motivo de mi sinfonía”, escribió Shostakóvich, “es el porvenir. Por eso su final se resuelve con una solución optimista”. Precisamente lo contrario de lo que pocas décadas después ocurrió con su homenajeada Revolución de Octubre.
Sentado entre los atriles de la sección de violas de la Orquesta de València había infiltrado un intruso que también aportó energía y calidad a tan sobresaliente interpretación shostakovichiana. Era el viola murciano Joaquín Riquelme (1983), miembro de la Filarmónica de Berlín desde 2010, que en la primera parte fue solista del Concierto para viola del inglés William Walton (1902-1983). Concluido en 1929 y revisado en su orquestación en 1961, es música menor en relación con la infinitamente más avanzada e innovadora sinfonía de Shostakóvich, compuesta sólo ocho años después. Desde su estreno, tocado el 3 de octubre de 1929 en la Queen’s Hall de Londres por el viola y compositor Paul Hindemith con el propio Walton en el podio, el concierto no ha dejado de crecer hasta convertirse en uno de los puntales del repertorio. Riquelme, viola de calado y virtuosismo nunca gratuito, ofreció una versión notable, propia de gran músico de orquesta, con un acompañamiento cogido con alfileres por un Steinberg menos familiarizado con la partitura y lejano al maestro sabio y dominador que brilló en la Quinta de Shostakóvich. La gran música y el gran intérprete sí asomaron con fuerza emocionante en el regalo de una Allemande de Bach en la que confluyeron la pureza del sonido, la naturalidad del virtuoso y el prodigio de la música. ¡Oír para creer! Justo Romero
Publicada el 30 de octubre en el diario LEVANTE
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