TANNHÄUSER (R. WAGNER). Deutsche Oper de Berlín
TANNHÄUSER (R. WAGNER). Deutsche Oper de Berlín. 24 Marzo 2013.
Termina la estancia en Berlín con esta representación de Tannhäuser, que puede calificarse de muy satisfactoria. Esperemos que Berlín siga ofreciendo espectáculos atractivos para poder volver el año próximo. No hay muchas ciudades donde la oferta de ópera de calidad sea tan amplia. Este fin de semana han coincidido las representaciones de Tristán y Tannhauser en la Deutsche Oper con el Oro del Rhin y la Walkyria en la Staatsoper, casi en la puerta de al lado.
La producción de Tannhäuser tuve oportunidad de verla hace ahora 3 años y la impresión actual apenas cambia. La producción es de Kirsten Harms y fue estrenada en Noviembre de 2008. Trata de hacer muchas cosas originales, pero al final lo que queda es la estética, muy bien conseguida, aunque la pura narración resulta algo confusa.
Escena. Acto II
Durante la obertura Tannhäuser – un doble – es una especie de astronauta que llega al Venusberg, donde es recibido por sus habitantes muy ligeras de ropa. Hace 3 años el arranque de la música del Venusberg se ofrecía con una atractiva y casi desnuda Venus (Nadja Michael), mientras que la Venus actual es mucho más recatada y hay razones para ello.
En el Wartburg el coro de peregrinos no es tal, sino almas en pena en el infierno, vigiladas por monstruos alados como los que aparecen tantas veces como gárgolas en las catedrales góticas y que parecen atraer mucho a Kirsten Harms, ya que los telones iniciales de cada acto son justamente figuras de gárgolas. La entrada del Landgrave y su séquito en escena tiene lugar con todos ellos vistiendo armaduras y montando réplicas de caballos a escala natural.
La sala de los cantores se presenta con unas 40 armaduras de guerreros cubriendo el espacio, hasta que se levantan hacia el techo, dejando el escenario libre. Los invitados van vestido con atuendos medievales, en los que destaca el gran colorido de los mismos, mientras que los cantores van con armaduras de la cabeza a los pies. En estos dos actos la producción nos permite asistir a una auténtica exhibición de medios técnicos en el escenario del teatro con plataformas móviles por todas partes, de las que Kirsten Harms saca un buen partido. No son muchos los teatros que podrían representar esta producción.
Escena. Acto I. En la foto Torsten Kerl.
Finalmente, el tercer acto se desarrolla en un hospital de peregrinos, con 40 camas y Elizabeth al cuidado de los enfermos. Al final, en este acto no se sabe qué pretende la señora Harms, ya que el hecho de que Venus y Elizabeth sean interpretadas por la misma soprano trae consigo un gran confusionismo. Elizabeth no se retira de escena para morir, tras la plegaria, sino que permanece allí, cubierta por una sábana, hasta que se levanta para cantar los últimos compases de Venus. Creo que nada hemos ganado ni teatral ni musicalmente con tener una única intérprete para Venus y Elizabeth.
La escenografía, vestuario e iluminación son obra de Bernd Damovsky. El concepto escenográfico es puramente minimalista, en el que priman los elementos de atrezzo, como caballos, armaduras y camas. Espectacular vestuario en el concurso de canto y momentos brillantes de iluminación durante toda la representación. La dirección de escena de Kirsten Harms no ofrece sorpresas ni originalidades, pero narra bien la historia, en la que el predominio está en la estética.
Nuevamente tuvimos a Donald Runnicles en el podio y otra vez pudimos disfrutar de este estupendo director. La versión que nos ofreció fue la original de Dresde y su lectura fue a más conforme avanzaba la representación. Si la obertura no me resultó particularmente brillante, los dos últimos actos fueron magníficos, especialmente el último, en el que la delicadeza y la inspiración de Runnicles alcanzaron cotas muy altas. Tanto durante la Plegaria de Elizabeth, como en la Canción de la Estrella y en el Relato de Roma no se oía ni respirar en la sala. El balance de Runnicles en esta visita a Berlín ha sido estupendo, teniendo que lamentar que no dirigiera Maestros Cantores. Ha conseguido de la Orquesta de la Deustsche Oper una formación de calidad notable. a la altura de otras famosas orquestas, que están en la mente de todos los aficionados. El Coro de la Deutsche Oper merece capítulo aparte. Su director, William Spaulding, ha conseguido un nivel de calidad excepcional. Los más de 100 coralistas hicieron una auténtica demostración. Hay que señalar de modo muy especial el arranque del Coro de Peregrinos en el tercer acto, que aquí lo cantan los enfermos en las camas del hospital. Aquello no era cantar piano, sino en un auténtico hilo de voz que parecía venir del cielo. ¡Chapeau!
Peter Seiffert se ha convertido en el Tannhäuser de referencia en la actualidad. No tiene el poderío de Stephen Gould o el timbre brillante de Johan Botha, pero hace un personaje magnífico de principio a fin. Como suele ser habitual en él, la voz ofrecía signos de inestabilidad en el Venusberg, pero aquello desapareció y nos hizo una demostración de cómo se debe cantar Tannhäuser – efectivamente, cantó, a diferencia de otros en el personaje.
El mayor inconveniente que tiene Peter Seiffert es que no nos deja disfrutar de otras sopranos que no sean su mejer, Petra María Schnitzer. Aquí también fue así y ella dobló como Venus y Elizabeth. Hubo aviso de indisposición, pero apenas se notó. La Schnitzer es una buena cantante, pero no llega a la categoría de excepcional. Queda muy corta en graves para la parte de Venus, para la que resulta además poco creíble. Lo mejor de su actuación fue la Plegaria del último acto.
Siempre es un placer escuchar a Markus Brück, un barítono que prácticamente no sale de la Deutsche Oper y que tiene calidad suficiente para poder actuar en los mejores teatros de ópera del mundo. Su interpretación de Wolfram fue magnífica. La Canción de la Estrella es de las que uno no puede olvidar fácilmente. Cantó con un gusto extraordinario y con un recogimiento ejemplar. Fue un momento verdaderamente emocionante. No recuerdo un Wolfram igual, aparte del de Christian Gerhaher. Lo más curioso es que se trataba de una sustitución, ya que el anunciado era Levente Molnar.
Escena. El Concurso de Canto
Albert Pesendorfer volvió a cancelar y en esta ocasión le sustituyó el bajo estonio Ain Anger, que está teniendo una carrera meteórica desde su debut. La voz es muy adecuada para el personaje del Landgrave de Turingia, ofreciendo amplitud y pastosidad, cantando de manera correcta.
En los personajes secundarios estaba el ya veterano Clemens Bieber, que hizo un buen Walther. El joven Seth Carico hizo un buen Biterolf, aunque me resultó algo ligero para el personaje. Cumplieron bien Jörg Schörner (Heinrich) y Jörn Schümann (Reinmar). La joven soprano Kim-Lillian Strebel me produjo una favorable impresión como el Pastorcillo. Por cierto, hace 3 años este personaje lo cantó Martina Welschenbach, que estaba aquí mejor que en la Eva de Meistersinger.
La Deutsche Oper ofrecía una ocupación de alrededor del 90 % del aforo, con oferta de entradas en las proximidades del teatro. El público se mostró muy satisfecho con el resultado de la representación, braveando merecidamente a los protagonistas, especialmente a Peter Seiffert y a Markus Brück, además de a Donald Runnicles, la orquesta y el coro. La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 3 horas y 58 minutos, incluyendo dos intermedios. La duración estrictamente musical fue de 2 horas y 50 minutos. Los entusiastas aplausos finales se prologaron durante 8 minutos, que es más de lo que parece, ya que únicamente, entre los solistas, saludaron los 3 protagonistas. El precio de la localidad más cara era de 88 euros, habiendo butacas de platea desde 50 euros. La localidad más barata costaba 30 euros. José M. Irurzun
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