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Por Publicado el: 12/04/2012Categorías: En la prensa

Teatro Real: De Madrid al purgatorio. Críticas a Abramovic en El Mundo y ABC

El MUNDO 12.04.12
Teatro Real / Estreno
De Madrid al purgatorio
Willem Dafoe y Antony sustentan `Vida y muerte de Marina Abramovic’
RUBÉN AMÓN / Madrid
Antes de morirse de verdad, Marina Abramovic ha simulado su funeral y reconstruido su vida entre las paredes del Teatro Real. No transita la diva de Madrid al cielo. Transita de Madrid al purgatorio y mide las distancias con su féretro rodeada de dóbermans y de huesos manchados de sangre.
Fue la manera con que recibió a los espectadores del foro. De cuerpo presente, para entendernos, y dispuesta a inmolarse como un epígono posmoderno de Electra. Pues tal como expone Willem Dafoe travestido de histrión de entre-guerras y erigido en actor colosal, Vida y muerte de Marina Abramovic es la arcada de un conflicto familiar que esta mujer ha expiado a través del arte.
Los vítores predominantes -hubo una modesta espantá en el entreacto- se atuvieron a la altura del espectáculo, aunque no se trataba exactamente de un estreno mundial. El caleidoscopio biográfico y mitómano de Marina Abramovic se dio a conocer el verano de 2010 en Manchester. Adquirió entonces naturaleza escénica y proyección cosmopolita una idea que la propia performer serbia había sugerido a Robert Wilson con los síntomas de un exorcismo: «/Por qué no creamos un espectáculo sobre mí misma?».
La pregunta ha encontrado su respuesta con todas las implicaciones sobre la vanidad y el egocentrismo que puedan sospecharse, aunque también podría sostenerse que Abramovic parte de sí misma para hablar de los demás y que la correspondiente empatía permite a Wilson repasar las tribulaciones universales. Muchas de ellas se reconocen en los explícitos símbolos iconográficos (la religión ortodoxa, la endogamia familiar, la disciplina castrense) y se convierten en la prueba de que Marina Abramovic se hace verbo, carne y prima dona -se repite una y otra vez la idea de la trinidad- para identificarse en la dicha y desdicha de los congéneres.
El planteamiento hacia fuera no contradice el valor terapéutico con que Abramovic ha puesto su vida en las manos de Wilson. Que no es precisamente un psicoanalista de Manhattan ni un gurú jungiano de Buenos Aires, sino un esteta que utiliza guantes de látex y asepsia de neón para transformar las pulsiones de Abramovic en un carrusel de cuadros y de escenas hermosamente congratuladas en la épica operística. Incluso cuando la hagiografía degenera en tragicomedia o en delirios guiñolescos.
No es que se trate exactamente de una ópera, pero Wilson se atiene a las reglas dramatúrgicas del género y a los hitos del propio bagaje profesional para conciliar el trabajo de orfebrería artesanal -el detalle, la luz, el movimiento, la sombra- con las ambiciones conceptuales, de forma que el espectador tanto disfruta de la belleza escénica como se encuentra obligado a reflexionar sobre el significado de la tramoya. Especialmente, en los pormenores espirituales o especulativos de la segunda parte.
La música desempeña un papel atmosférico entre el minimalismo y la regresión folclórica balcánica. Excepto cuando Antony comparece con su ambigüedad, su alma y sus temblores. Ocupa la escena con el poder de una prima donna y le aplauden sus arias, como si el espectáculo tuviera entre lineas el aliento lírico que sucede al primer latido y que antecede al último.

ABC, 12-04-2012
Las ensoñaciones de una veterana

Moderado entusiasmo para recibir el estreno de «Vida y muerte de Marina Abramovic», uno de los títulos más esperados.

Dará que hablar el último espectáculo del Teatro Real y no porque interese «La vida y muerte de Marina Abramovic». Son otros los problemas que agitan la convivencia. Ayer, día de estreno, en la Plaza de Oriente, a las puertas del Real, trabajadores del centro, que sus razones tienen, se manifestaban anunciando una posible huelga que coincidirá con las próximas representaciones de «Cyrano de Bergerac». Como todo es muy divertido, aunque las circunstancias generales y particulares sean lamentables, a alguno le pareció que la «performance» que se esperaba ver en el escenario estaba en la calle, confundiendo que una cosa es la irritante y cruda realidad, y otra la elegante imaginación de unos artistas que hoy por hoy son élite en su respectivas especialidades. Que su trabajo en este espectáculo sea o no, como se ha venido explicando, revulsivo de modelos tradicionales, anzuelo para un nuevo público que ya ha agotado las entradas o fusión totalizadora de géneros, es asunto sin importancia. Visto en escena, es arte de enorme sofisticación, refinado esteticismo, presupuesto mercantilista y tenue intensidad. Las consecuencias futuras que produzca son una mera hipótesis.
Por supuesto que Marina Abramovic, veterana «performer», experimentada en mil batallas, y en otro tiempo intensa, brutal y provocadora, se ha ganado la madurez dando rienda suelta a una satisfacción como su «Vida y obra». La justificación no es nueva pues en sus realizaciones siempre se han incrustado sus experiencias vitales. La novedad está ahora en la ambición del proyecto y en el plantel de colaboradores que se han reunido para la ocasión. Robert Wilson soporta la responsabilidad teatral y a ella se ha dedicado desarrollando una propuesta que es fiel a su propio estilo, es decir conservadora en las miras. De ahí la previsible contundencia de algunas imágenes formidables, finamente trazadas, sutiles en la luz, medidas en el gesto, exactas en la disposición; que, atraviesan la pupila al margen del propio argumento. La escena de la casita sobre un mar de humo es un buen ejemplo, justo antes de un final que queda demasiado en el aire, o la cómica escena con la lavadora en el arranque de la obra.
Con todo, no era una analogía graciosa escribir que no interesará «La vida y muerte», sencillamente porque es real que no engancha un texto de escaso contenido, un glosario de hazañas de relativo interés. Importa mucho más el envoltorio que lo arropa, el espacio y sus «performáticos» adornos pues ahí es donde cabe atisbar una cierta interacción con el espectador. Ayuda a ello la secuencia sonora que acompaña el espectáculo: los sonidos exagerados (gritos, pasos…), el amable paisaje de fondo que ha compuesto William Basinski, las intervenciones folclóricas de la serbia Svetlana Spajicy, y las canciones del tercer cocreador del espectáculo, Antony, cuya sola presencia y voz infunden un carácter inconfundible. Sin olvidar al actor Willem Dafoe pues sobre él se sostiene de manera formidable la continuidad narrativa de la obra.
«Vida y muerte de Marina Abramovic» posee, en cualquier caso, una naturaleza teatral y se configura a partir de una fusión de elementos de muy distinto origen y que poco tienen que ver con la ópera, por mucho que se acepte la actual ambigüedad del término. Quizá tampoco se ha pretendido que lo fuera, pero conviene aclararlo, del mismo modo que es necesario insistir en que si la obra existe es para beneficio de su exclusiva belleza formal. Será por eso que Abramovic deja dicho en el libreto que «un artista no debería hacer de sí mismo un ídolo». ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

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