Teatros del Canal: Desvelando a Benjamín en Angelus Novus
DESVELANDO A BENJAMIN
Jorge Fernández Guerra: “Angelus Novus”. Ruth González, soprano. Enrique Sánchez-Ramos, barítono. Grupo de cámara. Dirección musical: Juan Carlos Garvayo. Dirección de escena: Vanessa Montfort. Escenografía: Darya von Berner. Producción: laperaÓpera. Teatros del Canal, Madrid. 23-5-2015.
En esta su tercera obra escénica, y después del sabor refrescante de la anterior, “Tres desechos en forma de ópera”, Fernández Guerra penetra en el proceloso mundo de Walter Benjamin, el conturbado y pesimista filósofo alemán que el 26 de septiembre de 1940 se pegó un tiro en Portbou. El libreto, del propio autor, retrata lo más recóndito de sus pulsiones. La pretensión era “construir un arco dramático a partir de textos, muy reelaborados. Así, a modo de “collage”, se suceden impresiones que provocan sugestiones de muy diversa índole”.
Sólo dos personajes, el de Benjamin y el de su conciencia, aquí transmutado en una fémina, que adquiere la personalidad definitoria y maximalista del Angelus novus, en la tradición hebrea una criatura celestial creada para entonar un perenne canto a Dios y que de manera simbólica plasmó Paul Klee en un dibujo que el filósofo compró en 1921. El acierto de Fernández Guerra es haber sabido hilar una acción onírica, sugerente, obsesiva en la que Benjamin dialoga con ese ser extraño y proverbial, salido de su propia conciencia. Para ello ha tejido un sostén instrumental que emplea como punto de partida la serie dodecafónica sobre la que Stravinski edificó su “Threni” (1959). El resultado musical es hipnótico por la delicada y puntillista redacción, el milimétrico y meticuloso juego tímbrico, el continuo diálogo instrumental en un conjunto compuesto por el flautista Joaquín Michavila, la clarinetista Monica Campillo, la violinista Gala Pérez Iniesta, la pianista Isabel Requejo y el percusionista Rafa Gálvez.
Abundan las placas, ocasionalmente la caja. Todo muy cuidado a lo largo de una gramática ágil y transparente, que se concentra en breves interludios separadores de las siete partes del texto, al que dan forma Ruth González – ligera, límpida, extensa y vibrátil, de dicción no muy nítida- y Enrique Sánchez –de timbre no rico y emisión pasajeramente nasal, pero excelente y templado fraseador-, para los que se ha confeccionado la obra, que a la postre, pese a su exquisito encaje, se hace excesivamente morosa, repetitiva por escasez de contrastes dramáticos, de alternancias temáticas, de cambios más acusados de “tempo”. Y por el uso constante de un recitativo dramático exento de aristas y de temperatura vigorizante.
Medida, exacta y sugerente dirección musical de Juan Carlos Garvayo y puesta en escena de sutil desnudez –como la exhibida, quizá innecesariamente por la gentil soprano durante largos minutos- con escasos elementos –sillas blancas, sábanas, un maniquí, un par de cuerdas, una bici, una maleta. Los dos protagonistas van y vienen, conversan –en fragmentos de hábil contrapunto-, realizan acciones y promueven gestos a veces aparentemente ininteligibles. Fantasiosa iluminación de Rodrigo Ortega. Arturo Reverter
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