Temirkanov: Fulgurante espectro sonoro
FULGURANTE ESPECTRO SONORO
Obras de Rachmaninov, Shostakovich y Prokofiev. Andrei Korobeinikov, piano. Sergei Dogadin, violín. Olesya Petrova, mezzo. Orfeón Pamplonés. Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Director: Yuri Temirkanov. Auditorio Nacional, Madrid. 11 y 12 de mayo de 2016. Ibermúsica.
Vigor rítmico, intensidad tímbrica, fantasía fraseológica, fervoroso impulso, sensualidad y emocionalidad sorprendentes; temple, vívida imaginación, concentrada y concisa construcción, no siempre atenta al detalle o al colorido amable. Son algunas de las características que definen el estilo del director ruso Yuri Temirkanov (Nalchik, Cáucaso, 1938), de las que ha dado pruebas en las distintas visitas que ha girado a nuestra país, en los últimos años al frente de la Filarmónica de San Petersburgo, orquesta poderosa, de muelles sonoridades en las cuerdas y maderas, agresiva e incluso ácida en los metales.
Un espectro idóneo para dar forma a una Sinfonía caudalosa, variopinta, excesiva, y contundente hasta el extremo como la “nº 7”, “Leningrado”, de Shostakovich, de la que escuchamos una extraordinaria versión. Tras una entrada desajustada, todo fueron aciertos. El “crescendo” del repetitivo tema de la marcheta, las espectaculares progresiones, los exquisitos pianísimos del movimiento de apertura; el toque sardónico y agreste del Moderato; las arcadas plenas de la cuerda, la tensión al límite del Adagio y el jubileo lleno de color del Finale nos ataron al asiento.
La cantata “Alexander Nevsky” de Prokofiev tuvo una recreación fulgurante, apocalíptica en la “Batalla sobre el hielo”, de un vigor inusitado, de una crispación sin medida. En algunos instantes se habría preferido una cierta pausa, una búsqueda de matices menos altisonantes; como los desplegados en el acompañamiento a la muy joven mezzo Olessya Petrova, de timbre carnoso, corpuscular, oscuro, sensual, solista en “El campo de los muertos”. Colaboró estupendamente el Orféon Pamplonés, preparado por Igor Ijurra: compacta, recia y empastada sonoridad, elasticidad, punzantes “tutti”, llenos de color, sobre todo en el campo de las voces masculinas. A las femeninas les falta quizá un poco de luminosidad, de brillo tímbrico.
Hubo dos buenos instrumentistas: el pianista Korobeinikov, dedos ágiles y fuertes, técnica sólida, intensa expresividad, muy volcado encima del teclado, en la “Rapsodia sobre un tema de Paganini” de Rachmaninov, y el violinista Dogadin aún bisoño pero dotado de mecanismo, certeras dobles cuerdas e intachable afinación, que, partiendo de un sonido más bien pequeño, supo extraer matices incontables de su Guadagnini de 1765. Fueron acompañados sin mácula por orquesta y director. Arturo Reverter
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