Temporada 21/22 del Teatro Real. Temporada de transición
TEMPORADA 21/22
Temporada de transición
Nada menos que 16 obras líricas abastecen el núcleo básico de la próxima temporada del Real, que trata de mantener un difícil y laborioso equilibrio estético entre estilos y tendencias. Hay, como de costumbre, cosas de mucho interés, otras un tanto rebuscadas o de compromiso. No alcanza el cuadro general las calidades y brillos, el interés de pasadas ediciones, especialmente el de la inmediatamente anterior, de 2020-2021. Pero los tiempos son los que son y los gastos, en esta fatídica época sanitaria, se han debido de disparar, con la correspondiente reducción presupuestaria. Lo que se expone es la opinión personal, y por tanto discutible, del firmante, claro.
Repertorio
Veamos. Tenemos, si realizamos un urgente y más bien esquemático examen, dos óperas que podríamos calificar de clásicas por su estilo y ubicación temporal, Las bodas de Fígaro de Mozart y La cenerentola de Rossini. El segundo compositor bebió, desde sus peculiares métodos y presupuestos, del primero en busca de un tratamiento hasta cierto punto sentimental de lo bufo. Y de lo serio. Al lado de ellas y volviendo la vista atrás en busca de antecedentes, nos encontramos con una selección barroca irregular presidida por una siempre vistosa Partenope de Haendel, en la que el belcantismo brilla con fulgor e lo largo de una partitura ligera y fluida algo alejada de los presupuestos más severos de la tradicional ópera seria.
Se recupera el espectáculo El nacimiento del Rey Sol, suspendido la pasada temporada. Una atractiva mezcla de ballet y música servida con los mejores ingredientes a partir de los pentagramas de diversos compositores de la época de Luis XIV. Una exhumación cargada de interés. Lo tiene también, aunque se exhiba en versión de concierto, El rey Arturo de Purcell, un compositor siempre bien recibido con sus masques. Y un experimento que puede ser curioso: una escenificación dramatizada, con medios muy modernos y proyecciones de dos Misas del monje benedictino Joan Cererols. Poco de ópera propiamente dicha hay en estos tres proyectos.
Pasamos al capítulo romántico. Dos títulos básicos. Solo un Verdi, Nabucco. Y una relativa novedad, Lakmé de Delibes. Junto a ellas, dos obras veristas: Siberia, una rareza de Giordano, y la más lírica y recconocida La bohème. El apartado contemporáneo o del siglo XX es de relativo interés, con un Prokofiev no muy frecuente, El ángel de fuego. Y más de nuestro tiempo, actuales: El abrecartas, último fruto operístico del nonagenario Luis de Pablo, que recrea un episodio de nuestra historia política en torno a Lorca; Las horas vacías, una ópera corta, bien construida, directa y amena, de Ricardo Llorca; Hadrian, del cantautor canadiense Rufus Wainwright, cuya consistencia habrá que comprobar, y Juana de Arco en la hoguera de Honegger, que no es una ópera sino un oratorio y que viene acompañada de la cantata de Debussy La damoiselle élue. Falta, nos da la impresión, algo de peso, de sustancia. Pese a que a todo lo dicho hay que añadir, como remate, una obra maestra cual es El ocaso de los dioses, último título de la Tetralogía de Wagner, que encuentra así su culminación.
Voces españolas
Examinemos ahora el capítulo canoro. Primero una cuestión, la de la participación o no y hasta qué punto de voces nacionales (en un Teatro Nacional). Si hacemos un rápido recuento nos salen, grosso modo, 146 partes vocales, entre protagonistas y partiquinos de diverso pelaje. De ellas contamos 51 destinadas a cantantes españoles, lo que no está del todo mal sobre todo si comparamos con años anteriores, especialmente a los gobernados por Mortier, enemigo acérrimo de nuestras voces. De esas 51 participaciones, solo 19 son para papeles principales, poco más de un 10%. ¿No hay tantos solistas de suficiente talla entre nosotros? Sabemos que la actual dirección no elige por la nacionalidad, sino por la calidad, aunque bien estaría dar preferencia mayor a lo nuestro.
En todo caso, es notorio que hay ahora mismo voces hispanas que a veces son mejores o al menos iguales que algunas de las foráneas invitadas. Y es curiosa la circunstancia, que se repite, de instrumentos de cierta talla a los que tradicionalmente se encaja en cometidos muy secundarios. Nos vienen a la memoria dos nombres muy significativos: el de la soprano spinto Maribel Ortega, a la que hemos visto y oído fuera de Madrid en meritorias intervenciones como protagonista (Lady Macbeth, Senta, por ejemplo) y a la que se le asigna el papelito de Anna en Nabucco, y el del barítono Gerardo Bullón, que interviene como Posadero en El ángel de fuego. Recordemos que hace poco tiempo sacó las castañas del fuego durante el último acto de Fernando El Emplazado de Zubiaurre, en donde hacía de Pregonero, al sustituir sobre la marcha al indispuesto Damián del Castillo en la parte de barítono principal. En unas semanas cantará el Riccardo de Puritanos en La Coruña.
Mencionemos en todo caso a otros colegas españoles que sí han sido elegidos para papeles protagonistas. Hablaremos ahora de las damas. En primer lugar tenemos a la gentil soprano lírico-ligera Sonia de Munck para Las horas vacías. Otra soprano del mismo estilo, ya experta en compromisos importantes, aquí y fuera, Sabina Puértolas, se alterna con la norteamericana Brenda Rae (con la que ya coincidió en L’elisir d’amore) en el papel de Partenope. Dos excelentes sopranos más propiamente líricas, María José Moreno, de contextura más reducida, y Miren Urbieta-Vega, más amplia, vestirán a la Condesa de Las bodas de Fígaro, en donde será Susanna la grácil Elena Sancho Pereg y vestirá Cherubino la sensible mezzo lírica, de suave pátina, Maite Beaumont. Importante es la presentación de la soprano lírico-spinto Saoia Hernández como Abigaille en Nabucco. Voz satinada, firme, bien emitida, sonora, lustrosa, extensa. Buen arte de canto; aunque no sea una drammatica d’agilità. Y en La bohème dos lírico-ligeras ya expertas y espejeantes: Ruth Iniesta, volátil y rutilante, y Raquel Lojendio, cristalina, de entraña más propiamente lírica.
Vamos con nuestros caballeros. El primero en ser mencionado es Borja Quiza, que empieza a entrar en el Real, tras su Belcore de Elixir, por la puerta grande. Es buen actor; gracioso, flexible y artista. La duda puede venir en relación con su relativamente poblada franja grave para un papel de típico barítono brillante, de tesitura más bien central y grave, como el de Dandini de La cenerentola. Podemos considerar hasta cierto punto protagonistas a Emilio y a Ormonte en la Partenope haendeliana. Aquí encontramos al buen tenor lírico-ligero que es Juan Sancho y al barítono lírico Gabriel Bermúdez, cantantes musicales y estilizados. En La bohème nos fijamos en Andeka Gorrotxategi, que da un buen salto. Quizá su oscuro timbre, de bien dirigida aunque un tanto cupa emisión, no sea la ideal para el soleado Rodolfo. Pero es cantante muy profesional. Como lo son los dos barítonos muy líricos, más el segundo que el primero, Joan Martín-Royo y Manel Esteve, en el cometido de Schaunard.
En la ópera estreno de Luis de Pablo hallamos, como es lógico, un buen puñado de voces españolas, hasta 11 entre hombres y mujeres. No sabemos hasta qué punto llegará su respectivo protagonismo. Tenemos cuatro tenores de variado tonelaje: Airam Hernández, lírico-ligero de franca emisión y timbre bien coloreado (Lorca); Antonio Lozano, de vibrato acusado y buenas maneras (Rafael); Mikeldi Atxalandabaso, aéreo y presto (Alfonso), y Jorge Rodríguez-Norton de singular colorido lírico (Andrés Acero). Y dos barítonos en constante ascenso: el citado Borja Quiza (Aleixandre) y José Antonio López, de mayor envergadura y carácter (Miguel Hernández) (¡Qué buena labor la suya hace años en el estreno de El público de Mauricio Sotelo!). En Lakmé estará de nuevo Xabier Anduaga, ya muy lanzado, con su voz en sazón, libre y bien proyectada (Gérald). Junto a él el bien asentado y compacto barítono David Menéndez (Frédéric). En Las bodas volvemos a encontrar a Martín-Royo en un papel que tiene bastante ahormado como el del Conde. Y en Nabucco, como tercer monarca, a Luis Cansino, experto y conocedor, rotundo y fibroso.
Voces foráneas
Pasamos a citar rápidamente algunas de las voces que consideramos más importantes y de mayor entidad entre las muchas previstas, entre las que esta vez faltan algunas de las de gran relumbrón. Destacamos en Cenerentola a Dmitry Korchak, tenor lírico-ligero avezado y diestro, como Don Ramiro. En Partenope divisamos a la mencionada Rae, a los contratenores Iestyn Davies y, sobre todo, al virtuoso Franco Fagioli. La bohème nos trae al habitual e irregular tenor lírico Michael Fabiano como Rodolfo, y al discreto y fácil barítono Lucas Meachem como Marcello, y a dos sopranos líricas muy sólidas, en particular la primera: Ermonela Jaho, sensible, delicada, emotiva, buena fraseadora, y Eleonora Buratto, cálida y vibrante.
En El Ocaso de los dioses volvemos a toparnos con el triunfador de Siegfried en la temporada que ahora agoniza, Andreas Schager, un heroico de nuestros días, consistente, de emisión bien orientada cuando está en forma, de timbre bien esmaltado y de acentuación vigorosa y variada. De los pocos tenores de este tipo relevantes del presente. A su lado se sitúa el cumplidor y un tanto histriónico Alberich de Martin Winkler y el sólido Hagen de Stephen Milling. Brünnhilde vuelve a ser la mediocre Ricarda Merbeth, destemplada, de timbre gutural e insuficiente para la parte. Discreta y adecuada la Waltraute de Michaela Schuchter.
Sabine Devielhe será una muy entonada y estilizada Lakmé son su luminoso timbre, su dicción y su buen arte de canto.
Importante es la presencia de Ausrine Stundyte, una spinto de excelentes hechuras, robusta, penumbrosa, hábil y emotiva actriz, como Renata en El ángel de fuego, en donde encontramos a dos aceptables barítonos, Leigh Melrose y Dimitris Tiliakos como Ruprecht, y a dos bajos muy sólidos, Milka Kares y Pavel Daniluk. Cuatro sopranos, cuatro mezzos, cuatro tenores y cuatro bajos ingleses participan en King Arthur; todos ellos de seguro jóvenes y suponemos que en posesión de las cualidades precisas para dar adecuado curso a la fantasiosa acción ideada por Dryden.
Las innominadas voces de Extinción pertenecerán a la singular Agrupación musical Señor Serrano, que lleva a cabo la propuesta en torno a la música de Cererols. Importante es la presencia del estupendo y bien coloreado barítono lírico, espléndido liederista, André Schuen como Conde de Almaviva en Las bodas mozartianas. Hay otros nombres dignos de mención, aparte los españoles ya citados, en el reparto: la soprano lírico-ligera Julie Fuchs (Susanna), el barítono lírico, apto para el claroscuro, Vito Priante (Fígaro) y el siempre cumplidor y seguro Fernando Radó (Bartolo).
Muy bien que cante la estupenda, afinada y de muy rico espectro Sonya Yoncheva la parte de Estefania de Siberia, de un verismo a flor de piel. El penetrante tenor Bryan Himmel acometerá el papel de Vassli y el discreto y atemperado barítono Georges Petean el de Gleby. A falta de auténtica dimensión, el propio Petean encarnará a Nabucco unos días más tarde alternándose con Cansino y con el sorprendente mongol, de tan enrevesado nombre, Amartuvsihn Enkbaht, de voz pastosa, fluida, robusta y bien medida técnica. Hasta el momento no tenemos noticias de las voces que van a intervenir en Hadriano.
Batutas
Demos ahora un rápido repaso a los directores musicales, entre los que hay un poco de todo dentro de un pausible nivel. Puede que falte alguna batuta realmente importante, aunque cada vez quedan menos. El competente y ya experto Riccardo Frizza tratará de dar la debida marcha a las bufonerías y caracoleos y a subrayar el toque sentimental de La cenerentola. Alexis Soriano, que se conoce la breve y concisa partitura muy bien, dará impulso a Las horas vacías. El titular del Teatro, Ivor Bolton, estará en el foso para una de sus especialidades, Partenope, a la que dará mucha marcha, y para Las bodas de Fígaro, donde esperamos pueda prestar el equilibrio y la elegancia necesarias. Siempre es una garantía la presencia de Nicola Luisotti, esta vez al mando de La bohème y Nabucco. De nuevo se turnará en un par de funciones con el prometedor Luis Miguel Méndez en aquella; y con otro joven, Jordi Bernàcer, en esta.
Seguirá Pablo Heras-Casado al frente de la Tetralogía en su última escala. Poco a poco el granadino va absorbiendo
las esencias y profundizando en fraseos, colores, matices y acentos. Nueva prueba para alcanzar su diploma wagneriano cum laude es El ocaso de lis dioses, una auténtica prueba de fuego. También lo es, pero de muy otro signo, para Fabíán Panisello, el estreno de Luis de Pablo, que ofrecerá sin duda no pocas dificultades de reproducción. El británico Leo Hussain, no muy conocido por estos pagos, llevará la batuta en Lakmé, obra que necesita de un especial colorido. Más compleja es la gobernación musical del proteico Ángel de fuego de Prokofiev, que aquí recae en las manos de uno de los maestros españoles de mayor proyección, Gustavo Gimeno.
Buena cosa es que la obra de Purcell la gobierne el francés Lionel Meunier y que con él esté su magnífico conjunto belga de época Vox Luminis, un sostén ideal para revestir las variadas músicas que animan la abigarrada acción. También es una garantía de buen hacer en ese repertorio la presencia de Javier Ulises Illán con su grupo Nereydas en el proyecto Cererols. Estilo, mimbres tímbricos y concepción idóneos. En terrenos bien distintos se mueve habitualmente Domingo Hindoyan, muy adecuado para el verismo de Siberia. Y Juanjo Mena, tan heterodoxo, nos parece que puede desarrollar una estupenda labor en Juana de Arco en la Hoguera y La doncella bienaventurada. Timbres y discursos que requieren olfato y refinamiento. Sébastien Daucé, un especialista en música francesa del XVII y XVIII, llevará la guía musical, en este caso con la Orquesta y Coro titulares del Teatro, en el espectáculo sobre el Rey Sol; Scott Dunn hará lo mismo para el Hadrian.
Registas
Cerramos con un sucinto repaso a los directores de escena, en este caso los últimos, pero en realidad, dada a dimensión que ha adquirido su trabajo, casi siempre los primeros. Los que mandan y deciden, los que transforman e inventan, los que dan la vuelta, cuando conviene, a música, libreto, psicologías, acción y desarrollo dramático. Cuando aciertan y respetan valores primigenios se pueden alcanzar cotas extraordinarias. Aspecto este que cae en el terreno de la total subjetividad, del parecer, de los conocimientos, de las obsesiones, de las devociones, de las creencias y de las maneras de contemplar y entender el arte.
Hemos de consignar la presencia de algunas las vacas sagradas de hoy en este campo. La primera es Stefen Herheim, uno de las grandes popes, que se encarga de La cenerentola, también en calidad de coescenógrafo, y que introduce una novedad: el propio Rossini hace acto de presencia en la acción. Coproducción con las Óperas de Oslo y de Lyon. Otro hombre importante, sobre todo en ópera barroca, es Christopher Alden, que ya dejó su curiosa impronta en otras obras de ese estilo y que aquí actualiza la acción de Partenope, algo nada original en estos casos. Coproducen la English National Opera, la de San Francisco y la de Australia.
La puesta en escena de La bohème de Richard Jones, en la que han intervenido asimismo la Royal Opera House de Londres y la Lyric Opera de Chicago, ya lo conocemos. Busca nuevos espacios en una escenografía muy profusa y cambiante. Nada nuevo nos dice la antigua producción de la Ópera de Colonia de Robert Carsen del Anillo wagneriano, cuyo último episodio sigue manteniendo el discutible y escasamente atractivo mensaje ecologista. Recordamos de Xavier Albertí un interesante montaje de la ópera Yo, Dalí, de Xaiver Benguerel. Él es el artífice de la nueva producción del Real para la ópera de Luis de Pablo. Será muy interesante observar su acercamiento a la anécdota lorquiana.
Como se puede leer en el programa avance de la temporada, la producción de Calixto Bieito de El ángel de fuego, en la que participa la Ópera de Zurich, la acción de la “trama de brujería, sexo y religión se traslada al realismo de los sofás de skay, las rebecas de ganchillo, la represión de la locura y el abuso infantil”. Será interesante sumergirse en esta nueva aventura del director burgalés. Alex Serrano y Pau Palacios son los directores escénicos y dramatúrgicos de ese enigma que nos parece Extinción y Lote Beer sigue la costumbre, un tanto manida y recurrente ya a estas alturas, de dar relevancia al feminismo más radical en su visión de Las bodas.
No parece a primera vista especialmente original tampoco la propuesta de otro de los registas traviesos de estos últimos años, Andreas Homoki, que sitúa Nabucco en los tiempos de Verdi; aunque puede resultar curioso el estudio en torno a las relaciones familiares. Jon Weisbroot es el encargado escénico de Hadrian, en donde las imágenes de Robert Mapplethorpe tendrán, en la proyectada semiescenificación una gran importancia. Las obras que restan se ofrecen en versión de concierto. Arturo Reverter
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