Temporada de la OCNE: Afkham presenta armas
Temporada de la OCNE
Afkham presenta armas
Obras de Schönberg, Wagner y Mahler. Nathalie Stutzmann, contralto. Orquesta Nacional de España. David Afkham, director. Auditorio Nacional. Madrid, 12 de enero.
David Afkham (Friburgo, 1983), elegido nuevo director principal de la OCNE hace escasos meses tras un proceso largo y difícil, no comenzará a ejercer sus nuevas responsabilidades hasta la próxima temporada pero este fin de semana ha tenido ocasión de presentar armas con un esperado concierto integrado por un programa bien pergeñado y lleno de atractivo popular. No es por ello extraño que se hayan agotado las entradas, buen síntoma en los tiempos que corren. Escribía Arturo Reverter en sus amenas notas a ese programa de mano que ha de descargarse en Internet que la selección de obras mostraba una “innegable inteligencia programadora”. Efectivamente, Wagner, Mahler y Schönberg mantienen un claro hilo conductor.
En las “Cinco piezas para orquesta Op.16”, pertenecientes al periodo atonal de Schönberg, no hay que buscar más de los colores de la paleta y Afkham supo manejar el pincel para reflejar desde el carácter rítmico de la primera, a sutil polifonía de la última, pasando por el admirable juego de armónicos de la página central. Quienes conocemos las limitaciones volumétricas de Nathalie Stutzmann y la perjudicial proyección de la voz en la boca del escenario del Auditorio Nacional entendimos enseguida cómo Afkham, posiblemente sin ser totalmente consciente de ello, había acertado al ofrecer los “Wesendonck lieder” de Wagner en la más parca instrumentación realizada por Henze. Vino como anillo al dedo a una contralto de estupendo pero camerístico “decir”.
La “Titán” puede representar el polo opuesto al ambiente íntimo de aquel Wagner-Henze cuando algunos directores caen superficialmente en la magnificencia de a compases de su tiempo inicial y, sobre todo, del último. El equilibrio no es fácil –Giulini lo logró admirablemente en una soberbia grabación- y requiere una madurez que el joven director demostró poseer. Allí estaban el paseo matinal tras las fanfarrias de los clarinetes del primer tiempo, el idílico trío del segundo, la parodia del tercero y la explosión del cuarto con detalles y matices. Baste señalar la entrada de los violines en pianissimo en el segundo tema del movimiento final. Las tres tonalidades en que se desenvuelve éste eran buen enlace entre el mundo que sugeriría Wagner en “Tristán” con su célebre acorde y el que abriría definitivamente Schönberg en “Moises y Aaron”. Si algo quedó claro tras el concierto fue el ansia en orquesta y público porque la nueva etapa sea todo un éxito. Esperemos y deseémoslo. Gonzalo Alonso
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