Teresa Berganza, la gracia del canto más puro
Teresa Berganza, la gracia del canto más puro
Teresa Berganza ha sido un nombre indiscutible en el panorama del moderno canto español. Había en ella no poca de la gracia, de la soltura y del salero que adornaban a las grandes tonadilleras del siglo XVIII. Aunque trasladados, mediante el intelecto, a las más tranquilas y refinadas regiones a las que llegan las esencias belcantistas más puras. Porque desempeñó su labor en una carrera que se resistió a abandonar, tal era su vocación, con el decidido propósito de servir, a veces con auténtico apasionamiento, el canto más riguroso; el destilado a través de siglos de una tradición. Y que, de alguna manera, introdujo en ella, tierna jovencita, allá por el comienzo de los años cincuenta, la profesora Lola Rodríguez de Aragón.
Pero la vocación, la ilusión, la afición, al apego a uno de los artes más hermosos cual es el del canto, no resiste el envejecimiento. Las cuerdas vocales y la musculatura pierden elasticidad, el apoyo se resiente, el fiato se pierde. Y llega un momento en el que hay que colgar los hábitos. Pero dejando atrás una carrera extraordinaria, que se desarrolló en los mejores teatros y festivales del mundo y se recogió en varias inolvidables grabaciones de óperas, canciones y zarzuelas, estas últimas en los años cincuenta y sesenta, a veces de la mano de Ataúlfo Argenta. Son ejemplares.
Como lo son las que algo más tarde realizó para los grandes estudios de grabación, Decca y DG sobre todo y que han quedado como ejemplo de buen cantar, de buen decir, de buen frasear. Para ello hacía gala de una técnica muy probada que nacía de un manejo casi perfecto del aire y por tanto de un apoyo diafragmático de excepción, lo que favorecía, como es lógico, el fiato, la frase larga, los reguladores y los efectos expresivos más diversos amoldados a una voz. Siempre se ha discutido acerca de su registro vocal: ¿soprano o mezzosoprano? No cabe duda de que Berganza poseía un timbre más bien claro, de corte lírico, aunque en un instrumento si bien no voluminoso, sí dotado de cierta anchura y muy extenso, capaz de emitir con carácter y apreciable robustez graves y agudos, incluido entre éstos el Do 5.
Aunque los alemanes describieron en ocasiones como “Alto-sopran”, es decir, contralto-soprano, parece que, en efecto, su cualidad vocal es la de una mezzosoprano lírica de agilidad o de coloratura. De ahí sus maravillosas prestaciones en algunas parte rossinianas, aquéllas en las que asimismo había destacado una ilustre antecesora española, Conchita Supervía, de instrumento igualmente lírico y fácil, pero acompañado de un metal más penetrante, de un vibrato mucho más ostensible y de una expresión más desgarrada. En papeles destinados en principio a voces de contralto-coloratura –voz hoy inexistente-, como Rossina, Isabella o Angelina, Berganza no tuvo durante años parigual; hasta la llegada de Marilyn Horne –de espectro sonoro más consistente y muy distinto- o de Cecilia Bartoli –de tinte bastante más oscuro-. La elegancia y precisión de las “fioriture” de la madrileña eran excepcionales. Como lo era su manera de encarnar a ciertos travestidos famosos: Ruggero de “Alcina”, Cherubino de “Bodas”, Sesto de “La clemenza di Tito”, a los que otorgaba una frescura, una emoción y una efusión siniguales. Personajes a los que estudió y que pulió durante lustros. Arturo Reverter
Discografía esencial:
«La clemenza di Tito» (1967) Recuerdo imborrable en el que comparte disco con Varady, Taussig y Böhm.
«Canción Española» (1976) Álbum con piano y guitarra que incluye las siete canciones populares de Falla.
«Carmen» (1977) Bajo la dirección de Abbado, es una muestra de por qué cambió a Carmen.
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