Thieleman se crece en «Siegfried»
Thieleman se crece en «Siegfried»
El director, que afronta la «Tetralogía» wagneriana en Bayreuth, brilló en la tercera jornada
Gonzalo ALONSO
Festival de Bayreuth «Siegfried», de Wagner. S. Gould, G. Siebel, F. Struckmann, A. Shore, J. Korhonen, L. Watson, M. Fujimura. Orquesta del festival. F. P. Schlössmann, escenografía. B.Skodzig, vestuario.T. Dorst, director. escénico. C. Thiele-man, dtor. musical. Bayreuth, 29-VIII-2006.
Wagner empezó su «Anillo» en 1848 con el texto de la «Muerte de Siegfried», que después utilizaría para «El ocaso de los dioses» y, en 1851, escribió el de «El joven Siegfried», base de la ópera que nos ocupa. Veinte años demoraría aún la escritura musical y, entre ellos, firmó «Tristan» y «Maestros». De ahí que, junto al «Ocaso», sea el tercer acto de lo más cromático del compositor. Pero Wagner abandonó la obra de 1857 a 1869, un poco por desesperación y otro poco por mirar hacia otro lado. El caso es que este «Siegfried», que cuenta en su partitura con más de sesenta motivos orquestales diferentes, casi veinte de ellos de nuevo cuño y hasta un instrumento inventado –el oboe alto para sustituir al corno inglés–, constituye la jornada más difícil de escuchar y la generalmente menos estimada junto al «Oro».
El gran director Karl Böhm dirigió la «Tetralogía» en 1965 y, después de fallecer Wieland Wagner, presionó hasta lograr traspasar el «Oro del Rihn» (la primera parte) y «Siegfried» a otra batuta, en contra de las leyes de Bayreuth, para quedarse con las dos jornadas que realmente le gustaban.
A lo Clemens Krauss. Sin embargo, parece que Thielemann ha preferido los lirismos de la obra para llegar a ofrecer lo mejor hasta la fecha. Sus tempos son bastante vivos, no tanto como los del Wagner «a la Mozart» del citado Böhm, pero sí muy próximos a los de Clemens Krauss de 1953, con un total de doscientos treinta y siete minutos. Ambas visiones compartes ligereza y lirismo. Fue excelente la parte de los sonidos del bosque, el modo de introducir la melodía central del dúo Siegfried-Brunhilda y hasta sonó la orquesta en el preludio del tercer acto con una fuerza que no había existido anteriormente. Estuvo también a alto nivel en el primero, exceptuando la escena de la forja, a cuyo fuego le faltó fuelle. Visto desde el final, amplió mucho el tempo para ayudar a un Stephen Gould que necesitaba reservarse para poder llegar a la última parte.
En ese primer acto, situado en un viejo laboratorio, hubo además un conato de dirección de actores por parte de Dorst y con él mejoró el, hasta la fecha, inexistente nivel teatral. El acto segundo ofreció una bella y peculiar escenografía con la acción bajo el puente de una autopista, sobre el que no faltan la tienda de obra de lona ni los peones albañiles para volvernos a recordar que dioses, filosofías, ideas y humanos vivimos juntos. En el tercero se volvió a la cantera del sueño de Brunilda. Hubo, en general, más dominio escénico.
Al Siegfried de Stephen Gould le faltó el poderío vocal de John Frederick West en el Festival del Escorial. La voz ha perdido su brillo, siendo más evidente la tosquedad, y llegó al final a duras penas y con quiebro de nota. ¡Qué difícil es encontrar un helden-tenor que aguante la obra y sea capaz de transmitir el carácter impulsivo de este jovenzuelo egoísta y bobalicón! Volvieron a cubrir bien el expediente Linda Watson y Mihoko Fujimura. Falk Struckmann se apoyó mucho en el declamativo para no romper nota y el gran triunfador resultó ser el excepcional Mime de Gerhard Siegel, en la onda del otro gran Gerhard, Gerhard Stolze. Las ovaciones se multiplicaron y se prolongaron durante quince minutos, todavía muy por debajo de los grandes hitos.
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