Thielemann, el tanque alemán
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Thielemann, el tanque alemán
Obras de Mendelssohn y Schubert. Orquesta Filarmónica de Munich. Christian Thielemann, director. Auditorio Nacional. Madrid, 18 y 19 de enero.
La Filarmónica de Munich, siendo una buena orquesta, no ha estado considerada nunca entre las del grupo de cabeza. Sin embargo hay que reconocer que tiene mucho mérito pasar por lo que ha pasado. Pasar de los refinamientos de un Celibidache a la sonora tosquedad de un Thielemann, pasando por ese gran director no lo suficientemente reconocido que es Levine y tocar sin despistarse no es tarea fácil. La orquesta tiene un sonido bueno y grande, con notorios profesores en maderas y metales, por cierto muy aplaudidos por el público entusiasta de ambas citas.
La acústica de la sede de la Filarmónica de Munich es un desastre y se oye poco. Quizá por eso Thielemann se haya acostumbrado a forzar el sonido. Todo suena con demasiada potencia, del mezzo-forte al forte. En ninguna de las obras interpretadas hubo un piano. No es un director que posibilite la relajación de la música, que suena como atropellada sin que los tempos lo sean. Demasiado nervio, demasiada rudeza y poca desenvoltura. Las melodías de Mendelssohn o de Schubert no acabaron de levantar el vuelo. Otro ejemplo: el inicio, falto de gracia, del segundo tiempo de la “Cuarta” de Brahms o la rudeza de la respuesta de los metales a la cuerdas en el comienzo del cuarto. Sin duda los conceptos van ligados a la personalidad y por ello encaja perfectamente esa subida al podio al saludar en rotundo y aplastante salto. Los gestos al dirigir son por el contrario bastante parcos, a veces sin siquiera marcar, lo que denota un gran trabajo preeliminar.
Escuchamos la “Escocesa” y la “Grande” de Wagner, mientras que Brahms sonó demasiado cuadrado en su arquitectura un tanto contundente y grandilocuente. ¿Dónde quedaron los aspectos elegíamos de estas obras? Sorprende la ampliación de la plantilla de las cuerdas graves, con ocho contrabajos para la “Escocesa” o las cuarenta y nueve cuerdas –nueve contrabajos- para una “Metamorfosis” straussianas compuestas para veintitrés instrumentos. Queda al final una sensación de robustez abrumadora y esa misma impresión ha tenido quien firma en todos sus conciertos sinfónicos –por ejemplo la “Valkiria” de 2004 en el mismo ciclo- aunque no en todas sus óperas.
Naturalmente estas líneas han de leerse en su contexto. Thielemann pasa por ser hoy el sucesor de la gran tradición germana pero, siendo un director personal y de valía, no puede compararse a los Furtwängler, Kleiber, Karajan, etc. y para señalarlo hay que cargar un poco las tintas. Gonzalo Alonso
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