Thielemann, nervios y genio
Temporada de Ibermúsica
Thielemann, nervios y genio
Obras de Bruckner y Strauss. Orquesta Filarmónica de Munich. Christian Thielemann, director. Auditorio Nacional. Madrid, 21 y 22 de abril.
Es la tercera vez que Christian Thielemann (Berlín, 1959) nos visita en el ciclo de Ibermúsica junto a la Orquesta Filarmónica de Munich, con la que Celibidache ofreció en la misma sala conciertos memorables entre 1982 y 1995. Bien se puede decir que fue el maestro rumano quien conformó la agrupación y la hizo llegar a lo más alto y también se puede decir que esta quizá sea la primera vez en la que el recuerdo del polémico artista menos haya pesado sobre los aficionados veteranos. La orquesta se ha mostrado con mayores calidades si cabe, desde luego con poderío superior y es que Thielemann realizó una exhibición de cómo extraer una potencia descomunal sin perder el control y sin herir los oídos del oyente. Aquí está la clave. Confieso que mi opinión sobre el Thielemann sinfónico no era ni de lejos tan positiva como la del Thielemann de foso y también confieso que esta vez me ha admirado y hecho olvidar una “Renana” de triste recuerdo. Y es que el berlinés ha incorporado algo tan fundamental como la dulzura a su pesado equipaje.
Es obligado resaltar sobre todo la “enorme” versión que batuta y conjunto ofrecieron de la “Cuarta” de Bruckner. Enorme por su monumentalidad, un auténtico gran edificio sonoro, pero también por la delicadeza de sus pianos y por la constante tensión. No alcanzó los morosos tempos de su predecesor en la titularidad, pero con sus 77 minutos sí superó los de otros maestros muy conocidos (Böhm o Karajan, entre otros). Ejemplo de contundencia desde los primeros compases, deleitó con los pizzicatos de violines, chelos y contrabajos apoyando el canto de las violas en el segundo tiempo, para arrollar en el impetuoso inicio de vientos en el “Scherzo” o el ataque de las cuerdas en el tiempo final. ¡Qué lección!
De la misma forma, aunque un punto por debajo en el nivel, podría describirse el trabajo en “Don Juan”, “Muerte y Transfiguración” y “Así habló Zarathustra”. Si ya había llamado la atención con su mirada en la primera parte, no tuvo inconveniente en repetir el inicio del tercer poema ante la falta de silencio en la sala. Bien es verdad que él se había precipitado al empezar y la causa existía para que se percibiesen sus nervios: los músicos de la Filarmónica de Berlín estaban votando la continuidad de Rattle como titular o su sustitución por otros candidatos entre los que figuraba su nombre. Gonzalo Alonso
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