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Por Publicado el: 12/11/2020Categorías: Sin categoría

Todo sobre dirección orquestal

Todo sobre dirección orquestal

La música es un arte muy especial, ya que sólo vive en el instante de una interpretación. Es cierto que la música figura en un pentagrama, pero ese pentagrama está “muerto” para la gran mayoría de la gente hasta que no llega un intérprete y la hace sonar, porque muy pocos saben, no ya leer las notas de una partitura, sino imaginar en su cabeza todos los sonidos combinados de esas notas. Una pintura es algo que tiene vida en sí mismo, aunque para cada persona que lo vea pueda adquirir significados distintos. “Las meninas” no sólo no necesitan un nuevo pintor, sino que nos parecería inconcebible una reinterpretación a base de añadir pinceladas a la pintura. Pero la música, como las artes escénicas, precisan de alguien que otorgue vida a lo creado en un papel, que transforme en sonidos una escritura.

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De ahí que adquiera una importancia fundamental la labor del intérprete, ese que es el médium entre el compositor y su destinatario, el oyente. Obviamente cuando se trata de música sinfónica u operística hay un intérprete fundamental: el director de orquesta. ¿Es admisible que el intérprete se convierta en un nuevo creador? ¿Hasta qué punto es válida la recreación? ¿Puede el director de orquesta traicionar o modificar la intención del compositor? ¿De qué forma puede hacerlo? ¿Es correcto hablar de versiones? ¿Hasta qué punto intérpretes legendarios “versionaron”? ¿Son admisibles las recreaciones de Sinopoli, Pogorelich o Furtwängler? ¿Y qué decir de las “copias” de las versiones de esos intérpretes legendarios? ¿Es posible comprobar si el director se desvía de la intención del creador? ¿Hay modelos sistematizados para realizar tal verificación?

Alessandra Ruiz Zúñiga contesta en su libro “En dirección a la obra” a éstas y otras cuestiones que se plantean en el mundo de la interpretación a partir de las enseñanzas de los maestros Hans Swarowsky y Miguel Ángel Gómez-Martínez.

El libro comienza por exponer la metodología del estudio realizado, las épocas, los estilos y formas musicales deteniéndose en las principales figuras que atañen a una partitura, como pueden ser el tempo, el calderón, el rubato o el mismo silencio, el fraseo, la articulación o la improvisación. Pasa después a desarrollar la técnica de la dirección orquestal: afinación, arcos, dinámicas, control de la sonoridad, ensayos, etc. A continuación se glosan opiniones sobre grandes directores vertidas por Hans Swarowsky en relación con su forma de abordar las partituras, para finalmente analizar el movimiento final de la “Novena” beethoveniana a través de las interpretaciones comparativas, compás por compás, de Karajan, Böhm, Bernstein, Furtwängler y Abbado, incluyendo mp3 de sus versiones.

Este trabajo no sólo es útil al lector aficionado curioso, a quien puede divertir el desenmascaramiento de intérpretes, críticos, managers o discográficas, sino que se convierte en instrumento fundamental para quienes deseen emprender la carrera de dirección de orquesta o simplemente interpretar lo escrito en un pentagrama. También, por qué no decirlo, para la reflexión de los directores en ejercicio. En definitiva, este libro aboga por la revalorización del creador y su obra, mostrando caminos para la interpretación fidedigna y respetuosa. Gonzalo Alonso

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