Todo un maestro
CON “M” DE MAESTRO
Auditorio nacional – Orquesta Sinfónica de Madrid
FALLA: El amor brujo, GERHARD: Danzas de Don Quijote, RAVEL: Rapsodia española, DEBUSSY: Iberia. Marina Heredia (cantaora), Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Pablo Heras Casado. Auditorio Nacional, 7 de octubre de 2010.
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Un gran músico y un gran director: este es el resumen de un espléndido concierto y del quehacer de su protagonista, el joven maestro de 32 años Pablo Heras Casado (Granada, 1977), que en estos días dirige en el Teatro Real las representaciones del “Mahagonny” de Brecht/Weill. El programa elegido, denso, nada sencillo, glosado con sabiduría y gracejo por Andrés Ruíz Tarazona en magníficas notas, buceaba en lo ibérico a través de dos grandes hispanos de la pasada centuria, Falla y Robert Gerhard, y en lo inducidamente español a través de los dos franceses más españoles del XX, Ravel y Debussy.
Marina Heredia, en una actuación poco afortunada, aportó hondura “jonda” a la “Candelas” de “El amor brujo”, con voz parca que hubo de ser amplificada, pero con problemas de medida y entonación que su excelente director salvó como pudo. Aún así, desde el punto de vista orquestal la versión fue una de las mejores escuchadas en Madrid en años, lo cual es decir mucho, perfecta de ritmos y acentuación. Prodigiosa, elevando más la temperatura de la sesión, fue la recreación de las danzas de esa obra maestra, todavía poco difundida entre nosotros, que es el ballet “Don Quijote”, creado por Gerhard en 1950, en su exilio inglés, para Margot Fonteyn: ambiente, rítmica de nuevo, cariñoso humorismo y transparencia de frases y motivos fueron las características del concienzudo trabajo de Heras.
La primera parte había durado casi una hora, pero aún quedaban la “Rapsodia española” (Ravel) e “Iberia” (Debussy) para rematar sesión. Ravel volvió a ser modelo de ejecución y exhibición de musicalidad, y el tan complejo tríptico de Debussy, iniciado fenomenalmente, acaso planteó los únicos posible reparos a la actuación de Heras, que se quedó un poco en la piel, sin acceder a la entraña última de “Los perfumes de la noche”, y que llevó la conclusiva “Mañana de un día de fiesta” a velocidad de fueraborda. Es esto lo único objetable a una demostración de maestría musical que, para no poca parte de la audiencia, fue grato descubrimiento. Obligado es citar al pianista Riccardo Bini, que intervino en todas las obras con virtuosismo (en la segunda parte cambiando al teclado de la celesta), y a solistas como Álvaro Vega en el corno inglés, Dragos Balan en el violonchelo o las arpistas Cermeño y Granados. En cuanto a Pablo Heras, queda claro que este hombre tiene carrera para rato. José Luis Pérez de Arteaga
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