CRÍTICA: Tolomeo florece con un reforzado Giardino Armonico …y un Franco Fagioli con reservas
Tolomeo, de G. F. Händel, florece con un reforzado Giardino Armonico… y un Franco Fagioli con reservas
Contextos barrocos. CNDM. Il Giardino Armonico-Kammerorchester Basel.
Giovanni Antonini DIRECTOR Franco Fagioli CONTRATENOR (TOLOMEO) Christophe Dumaux CONTRATENOR (ALESSANDRO) Giulia Semenzato SOPRANO (SELEUCE) Andrea Mastroni BAJO (ARASPE) Giuseppina Bridelli MEZZOSOPRANO (ELISA). 9 de junio de 2024, Sala Sinfónica del Auditorio Nacional. Aforo casi al completo.
Si tuviera uno que expresar lo primero que le viene a la cabeza cuando se menciona una ópera de Händel sería esto: la ópera seria, un arte que al mismo tiempo proyecta y construye los valores de una aristocracia cuya función social ha quedado irrevocablemente superada por la historia, triunfa desde hace cincuenta años, contra todo pronóstico, en los posmodernos teatros y salas de concierto de Occidente. Desprecio del realismo, abrazo de la artificiosidad, voces de contratenor, arias da capo, descripción anímica del personaje por acumulación de arias que expresan un único, y no mezclado, estado anímico… ¿Cuál es la razón por la que un arte que hace de la convención su esencia, triunfa en una época que ha hecho de lo anticonvencional una norma inquebrantable? Si ustedes creen que voy yo ahora a dar una respuesta a este enigma peregrino, lo siento pero están muy equivocados, aunque bien podría ser que, como pasaba con la carta de Allan Poe, la respuesta parezca oculta precisamente por estar a la vista.
La segunda cosa que a uno le viene inevitablemente a la cabeza es que la música de Händel, aunque se trate de una obra en proceso de recuperación como este Tolomeo (el año pasado pudimos escucharla en el Teatro Real, también en versión concierto), es para sentarse y olvidarse no sólo de la hora, sino hasta de la hipoteca, y terminar agradeciendo al cielo el privilegio del oído. Y más cuando está servida por una agrupación de la calidad de este combinado Il Giardino Armonico-Kammerorchester Basel que, como es sabido, utiliza instrumentos originales y criterios historicistas, aunque ya no de un modo tan radical como en los primeros años noventa.
Dirigidos por G. Antonini, uno de los fundadores de Il Giardino, la idea era esta vez recuperar el sonido de la orquesta händeliana en los años de la reposición en Londres de esta obra, allá por los 1730. Treinta y seis músicos en total, con seis maderas, dos trompas naturales (que intervinieron sólo en la Obertura a la francesa y en el concertante final), un continuo con dos claves y tiorba, y cuerda (8-8-4-2), todo empastado con primor luciferino, y tan preciso como el calendario gregoriano. Antonini, que hace gala de una gestualidad clara y contagiosa, dio ímpetu rítmico al conjunto y libertad a los cantantes para adornar sus intervenciones como quisieran, y supo sacar de sus músicos matices inesperados, y de la sonoridad luces que apenas se sospechan cuando se ve la partitura, no especialmente destacada por su colorido tímbrico. Qué placer.
Respecto a los cantantes, hay que agradecer la presencia de Franco Fagioli, estrella de contratenores, que canceló en Barcelona el 29 de mayo, y que demostró su valía por su expresividad en el fraseo, por su fiato y por su agilidad y claridad en la coloratura, pero que muestra falta de homogeneidad en las notas más graves de su registro, con una clara desigualdad de timbre, y escaso caudal, al extremo de resultar tapado por la orquesta en varias ocasiones, y casi siempre por su compañera Giulia Smenzato en el hermoso Dúo “Se il cor ti perde”, que cierra el Acto II. Sus indudables virtudes no salieron a plena luz hasta el Da Capo del aria que cierra el Acto I, “Torna sol per un momento”, en el que hizo al fin gala de su categoría, incluyendo dominio de la messa di voce y una agilidad felina en la coloratura. Fino también en “Se un solo è quel core”, su gran momento llegó sin embargo con el aria más reconocida de la obra, la estupenda “Stille amare”, en la que, con un suntuoso acompañamiento de la orquesta, derrochó expresividad y remató el Da Capo con una nota a solo, en el registro sobreagudo y en pianísimo, que logró el objetivo previsto: arrancar del respetable los más grandes aplausos de la noche.
Bien Giulia Semenzato (Seleuce), cuya hermosa y ágil voz de soprano corre sin problemas y gustó en “Mi volgo ad agni fronda” (con dos estupendas flautas en la orquesta), en el dúo “Se il cor te perde”, que cierra el Acto II, y en “Torni omai la pace”. Bien también la mezzosoprano Giussepina Bridelli (Elisa), que posee un timbre homogéneo en toda su tesitura, con agudos brillantes (“Ti pentirai, crudel”, del Acto III), pero un instrumento no muy grande y una coloratura borrosa. Sólo correcto el Alessandro del contratenor Christophe Dumaux (Alessandro), de timbre velado, nasal, con escasa proyección en el centro y poca fantasía en los Da Capo. Y cumplió el barítono Riccardo Novaro (Araspe), de presencia liviana, más despótico por la articulación que por el timbre en sus dos arias.
En cuanto al argumento, prefiero darme al demonio antes que ponerme a averiguar cómo, sin proponérselo y huyendo de Egipto, pudieron acabar en la misma playa de Creta Tolomeo, su hermano y su esposa, o cómo es posible que un rey y una princesa se enamoren locamente de dos pastores, o si la cruel madre de Tolomeo es la Cleopatra legendaria o su bisabuela. ¿A quién le importa? Emilio Fernández Álvarez.
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